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Lo que ha llovido

Madrid. 09 y 10/10/20. Teatro de la Zarzuela. Giménaz: La tempranica / Falla: La vida breve. Ainhoa Arteta (Salud). Nancy Fabiola Herrera (María). Jorge de León (Paco). Ruben Amoretti (Don Luis / El tío Sarvaor). María Luisa Corbacho (La abuela / Salú). Gerardo Bullón (Manuel / Don Ramón). Ruth Gonzaléz (Grabié). Anna Gomà (Carmela). Jesús Méndez (Cantaor / Gitano). Gustavo Peña (La voz de la fragua / Don Mariano). Miguel Sola (Mr. James), entre otros. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Coro del Teatro de la Zarzuela. Giancarlo del Monaco, dirección de escena. Miguel Ángel Gómez-Martínez, dirección musical.

“¡Adiós Granada,
Granada mía!
Yo no volveré a verte
más en la vía.
¡Ay, me da pena!
Vivir lejos de tu vega
y del sitio en que reposa
el cuerpo de mi morena…”

Exactamente cuatro años atrás, un 9 de octubre de 2016, asistía a la función inaugural de la etapa de Daniel Bianco al frente del Teatro de la Zarzuela… si mucho ha llovido en sólo los últimos meses, aquellas Golondrinas de Sorozábal que se mostraban sobre el escenario vuelven a mis recuerdos como si hubiese pasado el doble de tiempo.

Servidor, que es muy de Fellini, cree firmemente que la memoria no puede ser objetiva y no traigo a colación aquellas funciones sin un motivo. En aquel entonces, hablaba de tres directores de orquesta que creaban camino en sus visitas al foso de la calle Jovellanos. Óliver Díaz, titular entonces, era uno. Guillermo García Calvo, titular ahora, el primero en enumerar. Miguel Ángel Gómez Martínez, quien dirige hoy las obras de las que hablaré a continuación, completaba el trío. Por sumar reminiscencias, en aquellos días también se daban cita la mezzosoprano Nancy Fabiola Herrera y el director de escena Giancarlo del Monaco, quienes vuelven a la Zarzuela en este programa doble, forzosamente dividido, titulado Granada y formado por la La tempranica de Giménez y por La vida breve, de Falla.

En ocasiones se cataloga a La vida breve en la corriente verista. No creo que deba mostrarse así, sino más bien en la estela del costumbrismo-realismo español. El contexto y biografía de Falla no deja mayor opción. Ahí está El sombrero de tres picos, así como todo el trabajo previo del libretista, Carlos Fernández Shaw. Pesa también toda la carga simbólica del catálogo de Falla, su atmósfera onírica, de enajenación o fantasía ya en esta partitura… su aroma francés, con influencia directa de Debussy en la revisión de la ópera a partir de 1909 (además de Albéniz y Dukas) y sí, la tradición y folklore español. De hecho, digamos que la visión granadina, el alhambrismo de Falla, tiene su auge en el compositor a través del crisol francés. ¡Falla ni siquiera conocía Granada cuando compuso La vida breve!

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Giancarlo del Monaco ha sabido ver todo ello, de forma certera, en su propuesta para La vida breve (proveniente de Les Arts, en 2010), aunque no tanto en La tempranica. En esta última, donde numerosos momentos se ofrecen a telón bajado, se emplea otro telón, verde y verdaderamente feo, donde se muestran aquellas postales que bien sirvieron a Falla de inspiración para poner a Granada en música (llamativo no ver la icónica La Puerta del Vino de la Alhambra que el gaditano envió a Debussy). Más allá del alivio que supone la caída de dicho telón a mitad de la representación (personalmente, no hubiese acusado de desgana al italiano si hubiese aprovechado al completo la misma escenografía de la obra de Falla), su trabajo actoral es minucioso. Pensado. Dota de cuerpo e historia a los personajes. Un trabajo que podrá gustar más o menos, pero que supone una apuesta personal y artística, en dolorosa contraposición a lo presentado estos mismos días por Gianmaria Aliverta con Un ballo in maschera, en el Teatro Real.

La trama y el libreto de La tempranica se ven aquí esquilmados, a mi entender, en demasía, pero esta consigue sostenerse gracias a la concepción dramática y el trabajo de Del Monaco. El nexo, el hilo conductor entre Falla y Giménez es evidente. Era necesario y tiene todo el sentido haber apostado por la unión de ambas obras en una sola noche… o en dos. Para reforzarlo, se recurre a tres actores, que se meten en la piel del libretista Julián Romea (Juan Matute), Gerónimo Giménez (Jesús Castejón) y Manuel de Falla (Carlos Hipólito), imaginando los encuentros que nunca tuvieron ambos compositores. Encuentros físicos, porque es notorio que sí se encontraron a través de la música. Algo abstraído Castejón y ante un Falla de mayor edad de la que se le supondría en estos encuentros, uno no dejaba de encontrar paralelismos con esa otra primera confluencia, esta vez real, entre el gaditano y Debussy, marcado por la brusca ironía de este último. La música es una consecución de círculos infinitos y concomitantes y, sin menospreciar a la estupenda obra de Giménez (quien por cierto, superó en el premio fin de carrera a Debussy), es maravilla comprobar una vez más, con estas funciones, como embebido de lo que sucedía en Francia, Falla llevaba la música española a otro nivel.

Con un estupendo vestuario de Jesús Ruiz (entre el luto y las pinturas negras de Goya) y las muy acertadas coreografías de Nuria Castejón, las dos obras terminan de unirse. Siguiendo con Tempranica (ofrecida por última vez en la Zarzuela en 2013 con Frühbeck de Burgos a la batuta), destaca por encima de todo la protagonista de Nancy Fabiola Herrera, quien siempre ha hecho de Sierras de Granada una de sus romanzas de baúl, en cuanto a zarzuela se refiere. Al terminarla en esta ocasión, recibió una extensa y cerrada ovación que se prolongó varios minutos. Herrera esta excelsa, siempre entregada a su personaje, con una voz llena, de centro pleno, suntuoso y agudo desenvuelto. Ya sólo por ella, aunque cantase sobre un escenario vacío, valdría la pena programar este título. Ruth González devuelve la esencia a su personaje de Grabié, con mucha gracia y algunas notas demasiado blanquecinas. Tan rotundo como redondo el Don Luis de Rubén Amoretti, quien encabeza un listado de secundarios y comprimarios de primer orden. Incluso de auténtico lujo, a tenor de lo escuchado también en La vida breve.  Otro nexo de unión lo supone el cantaor Jesús Méndez. En la partitura de Giménez surge como un gitano que viene a echar algún embrujo a la Tempranica. Con un punto punkarra, que es maravilla. En la obra de Falla, se mete en la piel del mismísimo Jesucristo en la cruz. A pesar del resultado de la amplificación, es maravilla al cuadrado. Habrá quien se lleve las manos a la cabeza, (el propio Falla exigió en su testamento “sin ninguna posible excepción, la más limpia moral cristiana” para poder ejecutar sus obras), pero a Cristo hay que hacerle cantar más, mucho más.

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Es en La vida breve donde el trabajo de Del Monaco se hace más evidente, con una escenografía acertadísima que recoge el calor y la claustrofobia, la angustia y la ansiedad de la protagonista. Sólo no termina de convencerme el mostrarla enajenada per se, desde el minuto uno, restándole culpa al hombre que la utiliza. Por lo demás, la Salud de Ainhoa Arteta es un dechado de detalles. Sólo con mirarle las manos, en el camino de las grandes del teatro español, el resto de la escena podría traerme sin cuidado. A ello se suma, sin dejar la escena un solo minuto, una expresividad a flor de piel y por supuesto un canto redondo de la soprano vasca. Voz plena, de generoso centro, cuidadas las retóricas que le permite el texto y atenta a las demandas de la partitura, que no son fáciles. La última vez que la escuché en este teatro, con Mirentxu de Guridi, salí llorando. Ahora me he encontrado con lo mejor que le he escuchado, creo, en 20 años. La cantante se encuentra en plenitud de facultades y lo ha dado todo. A la Arteta ya sólo puedo pedirle… la receta de las croquetas de su madre.

A su lado, el excelente Paco de Jorge de León es un lujo incluso exótico. Un cantante de su calibre para una intervención tan breve, refleja la decisión de la casa por darlo todo en este programa doble. Lo decía antes y vuelvo a ello: en realidad, todo el cast aquí reunido. María Luisa Corbacho como La abuela se muestra pletórica, al igual que el Tío Sarvaor de Rubén Amoretti. Sigo, porque esto es un no parar: Gerardo Bullón, Anna Gomà y Gustavo Peña (sumaría a Miguel Sola en La tempranica), son nombres que elevan a su máximo exponente las posibilidades de esta Vida breve, absolutamente referencial.

Es curioso como las grandes batutas de nuestro país, creo que a excepción de Ataúlfo Argenta (que sí registró la suite), han procurado siempre dejar su legado a través de La vida breve. Todos, desde Frühbeck de Burgos a García Navarro y López Cobos, ninguno se ha resistido a grabar la ópera de Falla. Recientemente lo han hecho Josep Pons y Juanjo Mena. Quién sabe lo que nos deparará el futuro, pero en el caso de Miguel Ángel Gómez Martínez, su impronta se ha marcado en La vida breve desde su propia reorquestación de la partitura. Covid19 mediante, la plantilla orquestal se hacía demasiado grande para el estático foso del Teatro de la Zarzuela. Obtenido el permiso de la familia del compositor, el maestro granadino ha reducido su versión, escribiendo la partitura desde el blanco del papel pautado. El resultado es más que digno, con las evidentes carencias si entramos a comparar con el arduo y meticuloso trabajo original de Falla con la textura y el color, pero Gómez Martínez consigue el pan con unas tortas y la partitura se hace igualmente disfrutable. De igual modo ocurre en La tempranica, con momentos algo más desempastados, más camerísticos, pero que siguen haciendo justicia a sus autores. Alabar por último, hoy más que nunca, el gran trabajo del Coro del Teatro de la Zarzuela, maravilloso en su labor, habiendo sido golpeado directamente por el coronavirus.

Lo que ha llovido, lo decía al principio de estas reflexiones... ahora más que nunca, vistas las lluvias desde estos momentos en que, parafraseando a Salud, hasta las canciones nos salen tristes... y lo que, afortundamente, queda por llover. Vivan los que ríen y vivan los que lloran. Dando vida a unos y otros, el Teatro de la Zarzuela acaba de cumplir, en uno de sus mejores momentos, 164 años.

“…¡Dobla campana,
campana dobla!
Que tu triste sonío,
me traen las olas.
Que horas tan negras
en la cajita la veo
y la nieve de sus labios
aún en los míos la siento
¡Dobla, dobla campana!”*

De la zarzuela: Emigrantes (1905), de Tomás Barrera.

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Fotos: Javier del Real.