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El buen soldado

Barcelona. 23/10/21. Gran Teatre del Liceu. Britten: War Requiem. Mark Padmore, tenor. Matthias Goerne, barítono. Tatiana Pavlovskaya, soprano. Orquesta y Coro del Gran Teatre del Liceu. Cor infantil VEUS - Amics de la Unió de Granollers. Wolfgang Tillmans, escenografía y videocreación. Daniel Kramer, dirección de escena. Josep Pons, dirección musical.

"Soldados, hoy partiréis hacia el frente, etcétera, naturalmente. Dirigíos ahora a Dios, etcétera, naturalmente. No sabéis qué os puede pasar, etcétera, naturalmente.”

Las aventuras del buen soldado Schwejk. Jaroslav Hašek.

Puede resultar extraño ver un réquiem de guerra en el escenario de un teatro de ópera. No debería serlo. No cuando se trata de una obra como el War Requiem de Britten, de tanta carga dramática y teatral. Y tan en boga, por desgracia, en cualquier momento de nuestra existencia. Tampoco cuando el Liceu se está esmerando muy y mucho, bajo la dirección artística de Víctor García de Gomar, en erigirse como un auténtico centro de cultura que vaya más allá de la ópera como tal. Propuestas artísticas que abrazan a la ciudad, como La gata perdida en el Raval, o el Winterreise de Schubert en La Modelo con visión de Antonio López; o las propias dentro de la casa, como la expo de Outumuro o la instalación de Okuda... Este Requiem es el nexo de todo ello con la ópera, como lo será también el Oedipus Rex que próximamente, en manos de Josep Pons, subirá al escenario del Liceu y que, a priori, nadie debería perderse.

Para esta ocasión, el Liceu ha convocado como solistas a tres grandes cantantes actuales, provenientes, tal y como era deseo del compositor, de Reino Unido, Alemania y Rusia. La soprano Tatiana Pavlovskaya mostró un timbre octuro, terso, que mostró su mejor parte en el Sanctus. Por su parte, tanto el tenor Mark Padmore como el barítono Matthias Goerne, conocidos y aplaudidos liederistas, ofrecerieron sus mejores artes en el decir, en el rico fraseo y la acentuación, potenciando el drama de sus respectivas partes, ambos con una proyección suficiente y a pesar del paso de los años. No obstante, el gran acierto de esta función fue el Coro del Gran Teatre del Liceu y, sobre todo, el Cor infantil VEUS - Amics de la Unió de Granollers. A pesar de mascarillas, a pesar de refuerzos, el coro de la casa se mostró en un gran estado de forma bajo la nueva dirección de Pablo Assante, muy superior a otros coros europeos que he escuchado últimamente en directo. Y en cuanto a los jóvenes coristas, con dirección de Josep Vila i Jover, simplemente apuntar que estuvieron sensacionales en cada una de sus intervenciones, elevando la calidad musical de la noche hasta el sobresaliente.

Por su parte, la dirección del mestre Josep Pons, titular de la casa, se mostró concisa, analítica, ponderada, con unas secciones bien delineadas (a pesar de unos metales que aún merecen mayor trabajo). Una visión moderada en contrastes, ascética diría en el camino a la espiritualidad de este oratorio de guerra; de gran calidez y permitiendo que la música de Britten se elevase por encima de cualquier escenografía. Algo que, a tenor de lo visto, fue no sólo lo más natural, sino también lo más inteligente.

No ha de resultar sencillo dotar de drama escénico un oratorio, por mucho que este resulte tan teatral en sus planteamientos y haya surgido de una pluma como la de Britten, con su siempre aguda visión del escenario. Quizá por ello, la propuesta de Daniel Kramer no deslumbre. Las escenas me resultan, por momentos, inconexas y algunos movimientos escénicos demasiado afectados. Sin embargo, encuentro algunos números visualmente potentes, especialmente con el manido recurso de la nieve y la dirección de actores siempre tiene su sentido. Así, encuentro muy acertado, fascinante, el tratamiento de Kramer sobre los soldados en que se transforman Bostridge y Goerne a través del texto de Wilfred Owen. Puro dolor, pero también con momentos para la sátira, como lo fuera - la conexión es inmediata - el buen soldado Schwejk en las aventuras de Jaroslav Hašek. Aquel antihéroe quijotesco, a medio camino entre nuestro hidalgo caballero e Ignatius Reilly (que Toole imaginase mientras cumplía el servicio militar), extravagante y caricaturesco, pasado de vuelta, incluso. Lo absurdo y lo grotesco que resulta el sistema bélico y quienes lo sustentan y provocan, oprimiendo al ser humano como individuo ante los intereses de la patria. Un alegato escénico, finalmente, abiertamente antibelicista, como lo era Britten y como lo es su War Requiem, como si él también se hubiera visto influenciado por estas líneas universales, del mismo modo que les sucediese a Brecht o Kurka, aunque en realidad el deseo de paz fuera inherente a todos ellos.

El vestuario de Nasir Mazhar resulta siempre acertado, bello, pero no es suficiente para terminar de levantar una escena lastrada por la videocreación y escenografía de Wolfgang Tillmans. El conjunto me resulta demasiado fácil, que no sencillo, parco de ideas o de desarrollo de estas. Desde los libros del Requiem aeternam, que desvían toda atención de un comienzo musicalmente sobrecogedor, hasta ese efecto zoom de la catedral (a la misma altura que Giò Forma - Davide Livermore en sus propuestas). Todo se me pierde en el todo. No hay estímulo, a pesar de acudir al Liceu con grandes expectativas. Quizá sea eso, culpa de las expectativas y del departamento de marketing del coliseo, que hace muy bien su trabajo. Por cierto, aplaudí y fui vestido como me dio la gana, con zapatillas, sin disfrazarme, y sin dar (creo) la chapa cultureta a nadie, como recomiendan en su fantástica iniciativa de podcast que, sin embargo lanza numerosos mensajes completamente nocivos.

Foto: A. Bofill.