DonGiovanni Irun21 a 

¿Demasiada ambición?

Irún. 13/11/21. Centro Cultural Amaia. W. A. Mozart: Don Giovanni. Eva Corbetta (soprano, Donna Anna), Angelique Savvas (soprano, Donna Elvira), María Martín (soprano, Zerlina), Haruo Kawakami (tenor, Don Ottavio), Gabriele Ribis (barítono, Don Giovanni), Cyril Rovery (bajo, Leporello), Mikel Zabala (bajo, Masetto), Francisco Rios-castro (bajo, Comendador). Orquesta Sinfónica y Coro Luis Mariano Dirección musical: Aldo Salvagno. Dirección escénica: François Ithurbide.

La cita semestral con la ópera en Irún ha tenido como protagonista una de las cimas de la historia de este arte, Don Giovanni, de Mozart. Casi tres horas y media que exigen a cantantes y cuerpos estables un esfuerzo titánico, agravado por el hecho de que la música mozartiana, en su transparencia, tiende a desnudar las carencias de músicos con facilidad aplastante. Que una entidad tan modesta como la Asociación Lírica Luis Mariano se lance a esta aventura no deja de tener algo de temerario y como primera conclusión quiero apuntar que si bien el resultado final puede considerarse aceptable, quedaron en evidencia algunos de los problemas de la ópera en esta plaza.

En el aspecto canoro ellas ganaron por goleada. La mejor voz, la mejor emitida y la que mejor cubrió el pequeño centro cultural –que, por cierto, es bastante incómodo- fue la de la soprano María Martín como Zerlina y quien además supo crear personaje y dar a uno de los papeles menores (¿hay en Don Giovanni algún papel menor?) una relevancia evidente. Destacable así mismo la labor de la italiana Eva Corbetta en una Donna Anna de mucha credibilidad, con facilidad en el agudo. La chipriota Angelique Savvas quizás pasó algún apuro en las agilidades –caso de Mi tradí- pero también dio empaque a la desesperada Donna Elvira y actuó con mucha solvencia. Las tres mujeres fueron, en conjunto, el principal pilar en la que se sostuvo la velada.

En la parte masculina destacaré la participación del japonés Haruo Kawakami, muy adecuado encarnando al melifluo personaje de Don Ottavio y capaz de dotar a sus dos arias de la adecuación estilística, con una gestión del aire en Il mio tesoro interesante; eso sí, actoralmente resultaba bastante insípido. Mikel Zabala mostró una voz sonora en Masetto y pudo estar a la altura de su compañera de andanzas. El peruano Franco Ríos Castro tuvo que lidiar con el miura que resulta ser el papel del Comendador; su disposición en la parte trasera tampoco le ayudó demasiado pero a la voz le faltaba cierta consistencia, aunque trató de dar cierta truculencia a su intervención final.

Quizás la parte más discutida y discutible sea la relativa a los dos grandes protagonistas, señor y siervo, Don Giovanni y Leporello. El público dicto sentencia y braveó a Cyril Rovery como el gran triunfador de la noche aunque un servidor no esté de acuerdo con tal percepción. Dueño de una vis cóica con la que consiguió llegar al espectador, posee también una voz muy sonora y es mucho más bajo que barítono; el problema de Rovery es que la voz sale sin filtro técnico alguno y así, en los recitativos y en las partes más cantábiles, las carencias aparecían flagrantes. Tuvo que interpretar el aria del catálogo con ritmo mortuorio para no quedarse en evidencia. Eso sí, volumen tiene para repartir y en este sentido, condicionó y mucho sus numerosas coincidencias con su señor, interpretado por el italiano Gabriele Ribis, de voz sin esmalte y que quedaba mitigada ante el contraste por el volumen de su criado. Nadie pondrá en duda que tiene una planta espectacular y da muy bien el papel pero la nobleza del mujeriego no quedaba reflejada en una emisión bastante opaca, falta de brillo. 

El coro de la casa en sus escasísimas frases estuvo solvente, lo que no puede decirse de la orquesta, el gran problema de la ópera en Irun. Las frases mozartianas son de una claridad meridiana y las más de las veces sobre todo una cuerda enmarañada y un viento poco fiable hipotecaron la labor del grupo orquestal y ello a pesar de los infatigables intentos del habitual Aldo Salvagno por sacar adelante una obra de esta envergadura.

La producción era de gran sencillez pero, al mismo tiempo, una de esas en la que los problemas se vislumbran nada más levantar el telón: ocho piezas verticales repartidas por el escenario de forma aleatoria es sinónimo de choques, inconvenientes y similares, como así ocurrió. A François Ithurbide se le ocurrió escenificar durante la obertura la infancia del protagonista en un convento con violación de la madre incluida para luego añadir la pertinente presencia de un fraile durante toda la ópera a modo de cronista, con papel y pluma,  recogiendo las andanzas del otrora muchacho formal y convertido ahora en el desconsiderado oficial de la ciudad de Sevilla. Una de esas ideas que no aportan casi nada.

El público llenaba en algo más de dos tercios el recinto y hubo alguna deserción en el descanso. Llevar a un niño a Don Giovanni es siempre preludio de catástrofe y bien que lo sufrió un servidor. ¿Cuándo nos daremos cuenta que Mozart es uno de los compositores más complicados para entender y disfrutar?