Adriana Scala22 a 

All’italiana

Milán, 4 /03/22. Teatro alla Scala. Cilèa: Adriana Lecouvreur. Maria Agresta (Adriana). Yusif Eyvazov (Maurizio). Alessandro Corbelli (Michonnet). Anita Rachvelishvili (Princesa de Bouillon) Carlo Bosi (Abate). Caterina Sala (Jouvenot). Svetlina Stoyanova (Dangeville). Francesco Pittari (Poison). Orquesta y Coro Teatro alla Scala. Giampaolo Bisanti, dirección musical. David McVicar, dirección de escena.

En la plenitud de su vida, con 36 años, Cilea compuso la obra que le hizo ser recordado por la historia: Adriana Lecouvreur. Y un poco como le sucedería a Mascagni, el resto de sus días quedaron marcados por el éxito de una obra concreta, muriendo condenados a no igualarlo jamás. Cabe preguntarse si ambos, al final de sus días, amarían realmente sus composiciones o si, por el contrario, consumidos por la rabia, las odiarían.

Sea como fuere, lo cierto es que cada vez que uno escucha una obra maestra, como es ésta, comprende que el compositor se ha vaciado totalmente al escribirla, llegando a decir todo cuanto puede decirse a través de la música y de la palabra. El deseo, los celos y la venganza son tan sólo algunas de las pasiones humanas que recoge la obra y que, en esta ocasión, fueron expuestas de forma sobresaliente gracias al impecable trabajo de David McVicar a los mandos de una escena de tintes clásicos y de formas casi grandilocuentes, que enmarcaron ricamente la acción a lo largo de cada uno de los actos. En este contexto, destaca la preciosa escenografía del primer acto, que se encuentra asimismo acompañada por una excelente dirección de escena en lo relativo a los movimientos de los artistas sobre el escenario, aprovechando así cada uno de los recursos provistos por la escenografía. Aspectos, todos ellos, que en mi opinión posicionan esta Adriana entre los mejores trabajos de McVicar.

Adriana Scala22 b

Desde el punto de vista vocal, para aquel que se desplaza desde otra ciudad a Milán a fin de escuchar estas representaciones, generaba especial expectación la presencia de Anita Rachvelishvili como Princesa de Bouillon. Hecho que, sin embargo, nos dejó un sabor agridulce habida cuenta del comunicado que emitiría tan sólo días después de la noche de la función y en el que aún no se consideraba lista para el regreso a los escenarios tras su maternidad. Hecho que, deseamos, se produzca lo antes posible, atendiendo a la extraordinaria riqueza natural de su instrumento que -pese a las circunstancias- se demostró exuberante en el registro medio, con una riqueza tímbrica apabullante y una proyección más propia de un micrófono que de una voz natural, impresionante.

Por su parte, María Agresta, a quién el que firma le ha escuchado ya una Mimì, sobre las tablas de este mismo teatro, y una Tosca en el Real de Madrid, convenció en el rol de Adriana, el cual cinceló más desde la meticulosidad y la delicadeza que desde la ostentación canora. Asimismo, se mostró sensible en su aria de presentación “Io sono l'umille ancella” y algo más “desgarrada” durante su despedida con “Poveri fiori” que interpretó de forma realmente bella, aunque “contenida”. Un rol este que, en mi opinión, Agresta ha sabido hacer suyo y que se encuentra cercano, aunque sin igualarlo, a la excepcional Mimì que les he referido al inicio de este párrafo y que en su momento cantara junto a Vittorio Grigolo, ambos bajo la batuta de Gustavo Dudamel.

Excelente trabajo, asimismo, el de Yusif Eyvazov como un galante Maurizio. En esta ocasión, como en todas las otras en que le hemos escuchado, Eyvazov hace gala de una técnica depurada y de un fraseo tan aplomado como valiente que, por desgracia, no se ven acompañados por un instrumento de naturaleza lo suficientemente bella. Y cerrando el elenco protagónico, cabe destacar el excepcional trabajo de Alessandro Corbelli como Michonnet que supo amoldar perfectamente a sus virtudes, llevándolo por momentos incluso al terreno de lo “buffo” y provocando la risa del público en algunos momentos del primer acto. Pero su Michonnet no sólo se cimentó en esto, sino que Corbelli demostró en otros tantos momentos una sorprendente frescura vocal que hizo del suyo uno de los roles más redondos de la noche.

Desde el foso, y a la batuta de la excepcional orquesta del Teatro alla Scala, se encontraba Giampaolo Bisanti, quién supo cuidar y adaptarse a cada uno de los cantantes a los que dirigía y ofreció una versión aseada de la partitura, que en todo momento se movió en las dinámicas y tiempos “acostumbradas” de la partitura. Todo ello, sin olvidar la sonoridad un tanto romántica y apasionada a la que acostumbran tanto la orquesta como el coro de este teatro, cuyo estilo parece recoger perfectamente los principios de aquello a lo que nos referiríamos como “all’italiana”.

Adriana Scala22 c

Foto: © Brescia / Amisano