Gautier Capuçon portrait 

Bruckner al natural

Amsterdam. 31/03/2022. Concertgebouw. Obras de Tchaikovsky y Bruckner. Gautier Capuçon cello. Orquesta del Concertgebouw. Myung-whun-Chung director.

“¿Porqué no te gusta Mozart?” La pregunta por correspondencia de Tchaikovsky a su amiga y mecenas Nadezhda von Meck suena como una acusación. En la misma carta de marzo de 1878, el compositor ruso destaca que considera a Mozart un “genio radiante” y que su ópera Don Giovanni despertó en él un “entusiasmo sagrado”, y termina su carta afirmando: “Es gracias a Mozart que he dedicado mi vida a la música” 

Más de un año antes, en enero de 1877, Tchaikovsky había completado sus variaciones rococó para violonchelo y orquesta. La adoración musical por su famoso predecesor se expresa directamente en el elegante tema en el que se basa esta serie de variaciones, siendo el violonchelista solista quien, después de una breve introducción orquestal, presenta esta melodía de dieciséis compases con aires de Gavotte

Obra difícil de llevar a cabo, toda la filigrana de tacita versallesca, la transparente orquestación rematada y comentada siempre de forma tan Mozartiana/Tchaikovskiana por las omnipresentes maderas de la orquesta, y el alto virtuosismo del solista, son retos para cualquiera que se enfrente a estos pentagramas. 

Gautier Capuçon es un violonchelista elegante, de sonido no muy grande pero bello, sobretodo en los pianos. Y aunque no es un artista arrollador de personalidad, demostró buena técnica tanto en los numerosos pasajes spiccato y sautillé, como en los de velocidad y articulación. Suficiente afinación, y siempre buenas maneras, destacó en buenos detalles de fraseo, como ese subrayar la última nota larga en la frase de la segunda variación; o la maravillosa forma de escanciar ese fraseo en las partes más líricas de las variaciones mas lentas, proyectando un sonido flotado de la mejor calidad. Myung-whun-Chung tardó un poco en acoplarse del todo a su discurso, pero consiguió acompañar de forma notable a pesar de ese difícil equilibrio inherente a la obra. Capuçon regaló junto a la cuerda de la orquesta un estirado y bello Cant dels ocells 

La sexta sinfonía de Bruckner ha sido, en cierto modo, considerada como el patito feo de su producción. Mucho menos interpretada que las que le rodean, y mientras el compositor la consideraba “su sinfonía mas atrevida” el resto del mundo musical no la tenía precisamente en gran estima. En mi opinión, es una obra que entraña enormes bellezas por descubrir, y con un adagio de los más bellos jamás escritos por el compositor. Es verdad que los siempre conflictivos últimos movimientos en Bruckner, donde ese querer meter todo lo precedente, variarlo y desarrollarlo, demuestra mas un impulso de gran artesano que inspirador, pero es una sinfonía que si se interpreta como aquí se hizo, deja una indudable huella en el oyente.  

Myung-whun-Chung es un director austero, parco, que dirige sin batuta, y con sus un tanto básicos movimientos, desentraña de una forma muy natural el meollo de las estructuras, de una forma nada retórica ni vacía. El núcleo y la verdadera intención fenomenológica sale de esta forma a relucir, y la sensación de “verdad”, impera entonces a sus anchas. Llega una sensación de pureza y naturalidad, y eso en Bruckner, donde tantas veces se confunde, se agradece una barbaridad. 

La Orquesta del Concertgebouw está en una forma esplendorosa, casi sobrehumana, y la conjunción con Myung-whun-Chung tuvo casi carácter de ritual. Así, el primer movimiento, construido con elaboraciones del típico ritmo bruckneriano de dos negras mas tres negras en tresillo, tuvo una claridad asombrosa en sus complicados meandros rítmicos, y las progresiones fueron expuestas con un gran sentido de la proporción. El Adagio que le sigue, en su novedosa para Bruckner forma sonata, marcó las mas altas cotas de emotividad de la jornada, y la elástica forma de llegar al tercer motivo del movimiento por parte de Myung.whun-Chung tuvo carácter de milagro. El tercer movimiento, en su fragmentada estructura motívica, fue expuesto con una limpia luz cegadora, pero sin estridencias, con unísonos resplandecientes y afinados, haciendo por ello que llegasen llenos de resonancia y armónicos, en ese modo mayor que Bruckner emplea aquí más profusamente y desde su cuarta sinfonía.  Maravillosa la ejecución del remate en encaje del primer motivo del cuarto movimiento, de una sutileza y fragilidad únicas, y suficientemente conseguida su resolución con la coda sin retórica. 

 Bruckner, natural, claro; sin aditivos ni proteína añadida, sin extra muscular, a lo que se añade una orquesta en verdadero estado de gracia y de una perfección técnica que dudo que nadie pueda superar. Así, no importa, ni la nieve, ni el frío,