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El Liceu era una fiesta

Barcelona. 03/04/22. Gran Teatre del Liceu. Obras de Verdi, Donizetti y Puccini. Sondra Radvanovsky (Lady Macbeth / Turandot). Lisette Oropesa (Lucia di Lammermoor). Ludovic Tézier (Macbeth / Enrico). Michael Fabiano (Calaf). Airam Hernández (Edgardo). Giacomo Prestia (Banquo). Raúl Giménez (Altoum), entre otros. Orquestra y Coro del Gran Teatre del Liceu. Marco Armiliato, dirección musical. Valentina Carrasco, dirección de escena.

Como dice aquella nueva napolitana que cantaba Pavarotti en su último disco, E' una festa con mille invitati, un più belli e un po' odiati, con cui ballerai. Ma è danzando la vita che tu imparerai, che ogni grande proposito è un passo che fai... Es una fiesta con mil invitados... ¡y que cada gran propósito es un paso que das! Y este sería el resumen de la gala del 175 aniversario del Liceu, que no dejó de ser una fiesta, con todos sus pormenores. 175 años en danza, que se dice pronto. 175 años Reales. De historia, de música, de emociones... de voces.

Son las que brillaron en una noche única, como debe ser en una casa que, a lo largo de los timpos, ha hecho de ellas una de sus señas de identidad y, seguramente, la única que se ha mantenido incólume desde la primera cita en la que levantó el telón. Su columna vertebral e identitaria. Para esta ocasión se había previsto, inicialmente, la participación de la soprano rusa Anna Netrebko, cuya tibia condena a la invasión de Ucrania y su vinculación al régimen de Putin hicieron imposible su aparición, esperando el Gran Teatre (al contrario que las grandes casas líricas del mundo) a que fuese ella misma quien cancelase sus actuaciones que aún no le habían sido rescindidas. Ante ello, el coliseo respondió con eficacia, llamando a tres sopranos punteras de la actualidad, para que interpretasen sendas escenas de tres óperas distintas. Una de ellas, Irene Theorin, hubo de cancelar, así como otros nombres previstos.

Sobre el escenario, la dirección un tanto fallida, pobre en recursos (los ofrecidos por el Liceu, he de dar por hecho) de Valentina Carrasco, que quiso conectar el presente con el pasado propio a través de numerosos maniquiés, ataviados con vestuarios pretéritos del Teatre. Escenario abierto, fondo negro, movimientos básicos de actores, hicieron potenciar la vertiente cánora de la noche. Carrasco hizo lo que pudo, de la mejor forma que pudo, estoy convencido, en una noche que, en realidad, tendría que haberse ofrecido como escenas de ópera en versión concierto. Pero no podría haber tenido lugar, en ese caso, el certero golpe final de la propuesta. En una noche manca de emoción propia, personal, se echaba en falta una mirada emotiva, hacia el interior del teatro, que llegó con el Nessun dorma cantado por Michael Fabiano (sonoro, timbrado, de fraseo atropellado), en homenaje a todos los trabajadores y trabajadoras de la casa, quienes aparecieron sobre el escenario al llegar los aplausos.

Como protagonistas, también, dos sopranos: Sondra Radvanovsky, con su voz caudalosa, de brillante y penetrante agudo, incorporando dos papeles recientes en su repertorio: Lady Macbeth, quizá no el más acertado para ella en tanto en cuanto al uso de la parola scenica y el drama requerido en el decir, pero vocalmente apabullante, exigiéndole en el registro grave, y Turandot, que salió a cantar partitura en mano. Fabulosa de principio a fin. Por otro lado, Lisette Oropesa como Lucia di Lammermoor en su aria de la locura, con la cadenza clásica incluida. Ingravida, mágica, fascinante y magnética de principio a fin. Uno de esos pocos momentos en el que el mundo se para y no existe más que una voz sobre un escenario. Y parar el mundo, hoy en día, es un regalo ante el que sólo cabe estar agradecido. 

Acompañó con acierto Marco Armiliato desde el foso en todo momento, mostrando efusividad y acentos necesarios en una orquesta siempre disfrutable. Del mismo modo el Coro de la casa, que redondeó la noche junto al equipo de "secundarios", encabezados por el siempre elegante, sugestivo barítono francés Ludovic Tézier, en esta ocasión como Macbeth y Enrico, en la escena de la torre junto al Edgardo de un adecuado Airam Hernández. Por su parte, Giacomo Prestia dotó de humanidad y galones a Banquo en su aria, mientras que Manel Esteve, Marta Mathéu, Raúl Giménez y Manuel Fuentes terminaron por hacer de esta, la fiesta de las voces.

Foto: Paco Amate.