Una patada en el estómago
Bilbao. 21/05/2022. Sala BBK. Igor Escudero: Borderland. Ruth González (ella, soprano), Carlos Calvo (piano), Irene Celestino (violoncelo), Darío Paso (voz en off). Dirección de escena: Marta Eguilior.
En apenas quinientos metros de distancia un melómano tenía esta sábado en Bilbao dos oportunidades operísticas bien distintas: la clausura de la 70ª temporada de la ABAO en el gigantesco Palacio Euskaduna con Madama Butterfly, de Giacomo Puccini y el estreno de una ópera de cámara de Igor Escudero titulada Borderland en la recogida Sala BBK, sita en la céntrica Gran Vía. La primera, pilar indispensable del repertorio operístico tradicional; la segunda, una obra recién nacida a la que siempre resulta inquietante imaginar futuro. El tiempo dirá.
Quinientos metros que se recorren en muy pocos minutos y dos mundos tan distintos como complementarios siendo, en ambos casos, obras del mismo género. En un caso, supongo, que con un entradón y entradas a precios desorbitantes; la otra, en la mencionada pequeña sala del centro bilbaíno a precios más que asequibles y con una asistencia de apenas un centenar de curiosos.
Como segundo preludio a esta reseña permítaseme recordar que uno de los recursos de la ópera para proporcionar –normalmente a la soprano- páginas de gran virtuosismo son las llamadas “escenas de la locura”, destacando por encima de todas la de Lucia di Lammermoor, sin olvidar los ejemplos de I puritani, La sonnambula o Il pirata, todas ellas propias del bel canto. Seguro que la palabra “locura” no es la más adecuada pero en estas óperas asistimos a un desequilibrio emocional relevante de la protagonista que, desde el punto de vista estrictamente dramático, solo busca reflejar a través de notas estratosféricas la situación emocional de una persona que es incapaz de mantenerse dentro de los límites convencionalmente establecidos y aceptados por la sociedad correspondiente.
La “locura” del XIX reflejada en estas óperas es una disrupción mental por amor romántico, en claves de inferioridad y dependencia de la mujer con respecto al hombre; hoy en día tal punto de vista sería inaceptable, lo que no suponga que hombres y mujeres sigan sufriendo distintos desórdenes mentales que provocan sufrimiento, incomprensión y desasosiego. Los que no vivimos ni conocemos tales situaciones quizás somos incapaces de llegar a entender tal vivencia. Pues bien, la ópera de cámara Borderland, cuyo estreno se ha producido este viernes 20 de mayo, aborda precisamente este mundo, el del trastorno mental. Y se hace proponiendo un relato en primera persona con una crudeza infrecuente. Habrá quien diga que la misma Butterfly, a apenas quinientos metros, también sufre un trastorno bien serio y no le faltará razón pero la ventaja de lo reflejado en Borderland es que su trastorno es actual, reflejo atinado de la sociedad actual que aun oculta las debilidades psicológicas de las personas.
¿Es Borderland una ópera? Sí. ¿Una ópera de cámara al uso? Pues teniendo en cuenta que estamos en el primer cuarto del siglo XXI, sí. Para levantar Borderland hacen falta en el escenario tres intérpretes, cuatro si añadimos la voz en off: un piano, un violoncelo y una cantante-actriz de fondo casi atlético. Porque esa mujer sin nombre, sin edad, sin situación social conocidas tiene un monólogo de cien minutos realmente extenuante en el que ha de abordar canto clásico en su forma canónica además de momentos cercanos al pop, al góspel además de tener que interpretar actoralmente, declamar, sufrir, llorar,… en definitiva, hacer creíble el sufrimiento de una mujer que en este tiempo que nos toca vivir, sobrevive con un sufrimiento perpetuo. Y solo cabe felicitar la labor enorme de una Ruth González en la que se hace difícil discernir si es mejor como cantante o como actriz. Le acompañaron de forma excepcional los dos solistas musicales, el pianista Carlos Calvo y la chelista Irene Celestino, totalmente plegados a la labor de la cantante, siempre referencia absoluta del desarrollo de la obra. Muy bien declamada y en ritmo adecuado la voz en off de Darío Paso.
La música es de Igor Escudero, del que en octubre del año pasado pudimos presenciar y reflejar en estas páginas Los comuneros, una ópera de gran dimensión y con un lenguaje más “convencional”. En Borderland su propuesta musical es reflejo del trastorno y por ello viaja entre líneas llevando al oyente –entre cierto desconcierto- a la mixtura de géneros y estéticas musicales que haga difícil hacer una definición convencional de su partitura. Impagable una vez más la labor de Marta Eguilior, auténtica alma mater de este proyecto, autora tanto del libreto como de la puesta en escena, en la que sobre el escenario un brazo herido concreta en sangre el sufrimiento de la mujer: sangre roja, claveles rojos, pijama con tijeras cortantes y la voz desgarrada de la cantante además de la contundencia de los dos instrumentos -¡ese violoncelo simulando las autolesiones!- levantan el proyecto escénico hasta hacerlo totalmente creíble. Baste para ello recordar que en un coloquio posterior organizado por la sala varias personas que viven estos problemas en sus entornos más inmediatos afirmaron sentirse estremecidos al reconocer en la ópera la exactitud misma de la enfermedad y sus distintas manifestaciones externas.
Borderland es, en definitiva, una patada en el estómago del espectador. Habrá quien se acerque a Borderland desde la melomanía y se sentirá sacudido por la crudeza del texto, de su lenguaje y de distintas situaciones escénicas. Habrá quienes e acerque desde la contemporaneidad, en la búsqueda de una función con lenguaje actual y no saldrá defraudado. Quizás musicalmente no sea una obra maestra pero es un espectáculo que merece mucho la pena, un proyecto que solo merece nuestro aplauso y un reconocimiento mayor en forma de futuras reproducciones en otras salas. Solo cabe desear que Borderland, que acaba de nacer, tenga un recorrido mayor para que, como se dijo en el mencionado coloquio, esta modesta aportación a la ópera estrenada en Bilbao pueda ser conocida en otros lares. Se lo merece.