¡Viva la ópera!
Amsterdam. 26/05/2022. Nationale Opera. Donizetti: Anna Bolena. Marina Rebeka, soprano (Anna Bolena). Adrian Sampetrean (Enrique VIII). Raffaella Lupinacci (Giovanna Seymour). Ismael Jordi (Lord Riccardo Percy). Frederick Bergman (Lord Roquefort). Cecilia Molinari (Smenton) Ian Castro (Signor Hervey). Nederlands Kamerorkest. Coro de la Opera de Holanda. Enrique Mazzola (dirección musical). Jetse Mijnssen (dirección de escena).
Maravillosa función de ópera la que vivimos en Amsterdam, donde se conjugaron prácticamente todos los elementos para que se crease eso que todos los aficionados anhelamos vivir cuando entramos en un teatro: MAGIA, así, directamente, y en mayúsculas. Y además con una de las óperas más difíciles del repertorio, marcada profundamente por la herencia callasiana, y que posteriormente ha sido dificilísimo llevar a cabo debido a la tremenda exigencia vocal de los protagonistas en papeles de vocalidad quasi extrema. La Opera de Amsterdam se marca un indudable tanto (al que se ha sumado el Palau de les Arts valenciano) con esta producción que inicia una esperada trilogía Tudor, y que se irá desarrollando en los próximos años con el mismo equipo artístico, y la cosa no ha podido empezar mejor.
Anna Bolena comienza una nueva etapa en el desarrollo compositivo de Donizetti. Tras 31 óperas compuestas, con ésta el compositor inicia una estrechísima colaboración con la diva de turno, que en este caso no fue otra que la mismísima Giudita Pasta, la misma que estrenaría La Sonnambula o Norma. Ella fue el tipo de soprano que ha reunido los mas superlativos calificativos. Soprano ilimitada, de vocalidad sfogato. Una soprano absoluta que debe abordar una extensísima tesitura por arriba y por abajo, además de una exigentísima vena dramática; potencia, resistencia en el larguísimo y demandante rol, además de agilidad para la coloratura, y una intensísima y rápida variedad de registros dramáticos. Vamos… ¡la bomba! Pues la letona Marina Rebeka, sí, aquella que siempre me había parecido una cantante distante y fría, puso el teatro patas arriba a base de una técnica sólida como una roca, y una intensidad, ya desde el mismo inicio, verdaderamente insólita. La voz se ha enriquecido notablemente, y ha adquirido un esmalte y una untuosidad realmente atractivos. Corre homogénea de arriba abajo, y encima se permite alargar e irse arriba en los agudos con una insultante y notabilísima resistencia y suficiencia. Estupenda la forma de frasear con la debidas sfumature, maleando el sonido de forma impecable y diría que áulica, dejando una impronta de reina tanto en el personaje como a nivel vocal que, creo, marcará un antes y un después en la carrera de la cantante letona.
Intensa y sobresaliente también la Giovanna Seymour de Raffaella Lupinacci haciéndose un sitio en la representación a pesar de que su papel corresponda al de segunda dama en importancia y extensión, demostrando carácter e intensidad, e intención y variedad de acentos cuando correspondía (escena con Enrique VIII); además de una conmovedora dulzura y transparencia, como demostró en su aria del segundo acto “Per questa fiamma indómita”.
Ismael Jordi tuvo que apechugar con el espinosísimo papel de Percy escrito para el mítico tenor Rubini, rol que inaugura el prototipo de tenor romántico, pleno. El jerezano no se acaba de encontrar cómodo del todo con la parte de agilidad, ni con el lado impetuoso del personaje, y quizá le falta creérselo un poco más para darle ese slancio necesario, pero Jordi estuvo valiente en los numerosos y comprometidos agudos que tiene el personaje, y en toda la parte mas spianato y donde abundan las notas mas largas, el tenor dejó la magia y el embrujo que suele acostumbrar. Con esas maneras quasi de cantaor flamenco, Jordi moldea el sonido inclusive en la difícil franja de los agudos con un gusto y una delectación muy difíciles de encontrar y, eso, es todo un gusto de escuchar. Agradabilísima sorpresa el Smenton de Cecilia Molinari, que dotó al personaje de una entidad vocal fuera de lo normal, con una emisión sanísima y de muy bellas sonoridades líricas, además de intención y muchas ganas; y rotundo y suficientemente sonoro el Lord Roquefort de Frederik Bergman.
Adrian Sampetrean, de timbre seco y un tanto mate, compuso un Enrique VIII falto de profundidad. El cantante actuó bien y desarrolló con convencimiento la que se adivina una intensa labor de ensayo con la directora de escena, sacando todo ese lado `machirulo´ y brutal que en verdad el personaje tiene, pero el papel, hay que reconocerlo, le excede a sus características vocales, por extensión, y falta de rotundidad.
Cosas muy buenas se apreciaron desde el foso. Enrique Mazzola sorprendió con una dirección de una enorme calidad. Ya desde el inicio el italiano demostró un magnetismo que emanó a toda la sala, controlando y sacando lo mejor de cada elemento, desde la atenta y muy buena Orquesta de Camara Holandesa, hasta el fraseo e intención de cada solista y coro. En la obertura hubo ligereza y una espumosa transparencia, y a lo largo de la representación, Mazzola demostró detalles de buenísima ley, además de colorear estupendamente, crear un estupendo y variado discurso narrativo, y sacar detalles y texturas de la instrumentación nada frecuentes de oír, como demostró en los ambientaciones instrumentales previas a los números vocales. Hubo delectación, y desde una base dinámica levísima y de suma y bella transparencia, construyó con apoyos y contrastados ataques, un abanico dinámico muy rico y contrastado.
Magnífica la puesta en escena de Jetske Mijnssen, que con una simple pared que se va desplazando a lo largo de toda la representación desde el fondo del escenario crea un cerrado y agobiante espacio donde sucede todo. Hay una labor actoral trabajadísima al milímetro en cada escena, consiguiendo que la protagonista emane una lánguida y regia dignidad. La propuesta incide en Elisabeth I, futura reina de Inglaterra, e hija de Bolena y Enrique, y la eleva a personaje, haciéndolo aparecer durante toda la ópera, para marcar así, una mayor brutalidad en el drama. Bellísimo y muy adecuado el vestuario de Klaus Bruns, y eficaz y tremendamente sugestiva la iluminación de Cor van den Brink
Hay tardes, noches, donde uno se estremece, uno contiene la respiración, y sientes que se te ponen los pelos de punta…. Eso es ópera. Uhmmm…. Sí, señores, eso es… ¡ópera!