• © Felipe Sanguinetti
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La condenación humana

París. 05/12/2015. Opéra Bastille. Berlioz: La damnation de Faust. Jonas Kaufmann (Faust), Bryn Terfel (Méphistophélès), Sophie Koch (Marguerite), Edwin Crossley-Mercer (Brander), Sophie Claisse (Voix Céleste), Dominique Mercy (Stephen Hawking, rol mudo y actuado). Dirección de escena: Alvis Hermanis. Dirección musical: Philippe Jordan.

El París de Stephan Lissner va camino de remontar en un breve lapso de tiempo la tendencia a la monotonía en la que se había instalado la ópera de la capital francesa durante el último lustro, tiempo en el que hubo propuestas notables aquí y allá, pero entremezcladas en demasía con otras muy conformistas. No parece Lissner una lumbrera, todo sea dicho, habida cuenta de sus polémicos deslices televisivos, pero los hechos a veces hablan más que las palabras y propuestas como el Moses y Aron que veremos también en el Real, el programa doble con Bártok y Poulenc o esta Damnation dejan clara una ambición orientad a poner en escena espectáculos punteros, en una clave semejante a la que ha hecho de la Ópera de Múnich el teatro más considerado de nuestros días.

Por lo que hace a esta nueva Damnation, bien meditado el espectáculo y disipada ya una primera impresión que ciertamente desconcierta, el trabajo de Alvis Hermanis es fascinante, insuflando vida a una obra a menudo lastrada por su estatismo y su condición más próxima al oratorio, que no en vano la ha convertido en pasto habitual de las representaciones en concierto (el propio Berlioz no sabía cómo denominar a su obra, que acabo siendo una “leyenda dramática”). Para Hermanis la historia de Fausto puede adoptar la forma de un biopic sobre Stephen Hawking. Más concretamente, el espectáculo recrea las cuitas del proyecto Mars One, por el que un centenar de personas viajarían a Marte dentro de veinte años, en un viaje sin retorno con la vista puesta en colonizar el planeta rojo y encontrar con ello una vía de escape al más que probable colapso ecológico de la tierra. Un colapso que, habida cuenta de la Cumbre del Clima que se celebra estos días precisamente en París, se diría que es en estos momentos la verdadera condenación humana, si nos permiten el juego de palabras. Una voz en off con palabras del propio Hawking (escenificado por el ya veterano bailarín Dominique Mercy, próximo antaño a Pina Bausch) da luz verde al espectáculo, concluyendo el fracaso de la filosofía para resolver los grandes interrogantes de la condición humana y apuntando que el futuro será de los hombres que salgan a buscarlo.

Con esta actualización del mito de Fausto a través de la figura de Hawking, Hermanis crea un espectáculo polémico, habrá quien diga que irreverente y banal, pero que vuelve a poner el acento sobre lo que al fin y al cabo es el núcleo del original texto de Goethe. Obviamente, el paralelismo entre el texto original y la historia puesta en escena tiene sus límites y fuerza un tanto las costuras en más de un momento, pero a la postre funciona entendida como una suerte de elipsis que busca revitalizar una obra a la que a menudo se ha negado cualquier posibilidad de resonar con un eco tan contemporáneo como el que aquí encontramos. Una de las facetas más hermosas y atractivas de esta producción es la atinadísima coreografía que propone Alla Sigalova. Estimulante y poética,  y ciertamente compleja para los ejecutantes, permite disfrutar sumamente de la música de Berlioz, que alterna no pocos momentos de desarrollo orquestal entre los sucesivos números vocales. Asimismo, el trabajo con las numerosas y grandes proyecciones (primeros planos de plantas, grandes prados de amapolas, la superficie de Marte sobrevolada, unos ratones de laboratorio, planos de la tierra desde el espacio, unas gregarias hormigas, primeros planos de la piel humana, unos risorios caracoles en amatoria intimidad, etc) El espectáculo tiene momentos bellísimos. Es una apuesta arriesgada pero valiente y está muy por encima de los espectáculos anteriores de Hermanis, como su decepcionante Tosca de Berlín o su indiferente Trovatore para Salzburgo.

Con esta Damnation el tenor Jonas Kaufmann retomaba su actividad tras un mes de noviembre en el que se vio obligado a cancelar varios conciertos de su gira Puccini y un par de funciones de Carmen en el Covent Garden de Londres. Kaufmann se mostró, por fortuna, en más que buena forma, expiando cualquier temor sobre una posible fatiga vocal. El tenor bávaro ya había interpretado esta parte ya antes en varias ocasiones, por ejemplo en los tiempos de Mortier en la Monnaie de Bruselas, bajo la batuta de Antonio Pappano y al lado de Jose van Dam y Susan Graham. Su técnica y su material han cambiado mucho desde entonces, lo mismo que su personalidad como intérprete. Hoy Kaufmann es un tenor de acentos dramáticos, con un instrumento y una emisión fabricadas casi a su medida, con la mirada puesta en una agenda imposible en la que los debuts se suceden uno tras otro. La escritura vocal de esta parte está cuajada de exigencias por parte de Berlioz, ya sea por su arriesgada transición por el agudo como por el singular recitado que demanda, cuajado de frases extensas y de un lirismo que no es fácil cincelar. Kaufmann resuelve el reto, casi con nota por instantes pero sin mostrar una familiaridad completa con este lenguaje, que en sus manos suena un tanto indiferente. 

Sophie Koch es una opción ideal para este repertorio aunque los años pasan y la voz no tiene ya el brillo evidente de hace apenas dos o tres años, amén de que su actuación es demasiado pálida, como inane las más de las veces, restando credibilidad a su retrato de la joven Marguerite. Bryn Terfel no tiene, con este repertorio, la finura y maestría de su admirado Jose van Dam, que sonaba mucho más noble y elegante en estos ropajes, aunque también sin duda menos malévolo y mefistofélico. El hacer de Terfel tendrá siempre simpatizantes y detractores a partes iguales, pues ciertamente la emisión no siempre es canónica, ni tampoco su adecuación al estilo es paradigmática. Pero es un interprete de una personalidad genuina y arrolladora, de esos que hacen creíble todo lo que pasa por sus manos, y este Mefistófeles volvió a dejarlo claro.

Es cierto que el foso de la Ópera de París cada día suena mejor, pero en esta ocasión Philippe Jordan no mostró familiaridad alguna con Berlioz, con una dirección generalmente ajena al estilo, anónima las más de las veces, haciendo sonar la Damnation como si fuese un repertorio alemán cualquiera de finales del XIX. Faltaron brillo, ligereza y fantasía. Jordan ha conseguido hacer del foso de París una maquinaria firme y segura, pero a menudo más voluntariosa que estimulante en su sonido. Lo cual no empece para reconocer que la entrega de los cuerpos estables fue en esta ocasión sobresaliente, singularmente en el caso de un coro en estado de gracia (memorables las voces masculinas en la conocida fuga).