Capriccio Munich22 d

Despedida conversacional

Munich. 27/07/22. Prinzregententheater. R. Strauss: Capriccio. D. Damrau (Die Gräfin). M. Nagy (Der Graf). P. Breslik (Flamand). V. Priante (Olivier). K. Sigmundsson (La Roche). T. A. Baumgartner (Clarion). T. Spence (Monsier Taupe). Orquesta de Bayerische Staatsoper. David Marton, dirección de escena. Leo Hussain, dirección musical. 

Sexta y última función en la Bayerische Staatsoper de Múnich de esta de nueva producción la ópera Capriccio de Richard Strauss, en coproducción con la Opera National de Lyon y con La Monnaie de Bruselas. Una ópera rara de ver en el amplio repertorio operístico de Strauss y que ha supuesto el rol debut como Die Gräfin (La Condesa), de la soprano bávara Diana Damrau.

Este debut ha sido sin duda el principal reclamo para estas funciones, dentro del Münchner Opernfestspiele del 2022, que también ha acogido otras tres óperas de Strauss: Der Rosenkavalier (El caballero de la rosa), Die schweigsame Frau (La mujer silenciosa) y Die Frau orne Schatten (La mujer sin sombra). Una selección pensada expresamente por Serge Dorny, actual director artístico de la Ópera de Munich, con el tema del paso del tiempo como clave, en este su primer Festival de Ópera de Munich veraniego al frente.

Capriccio es sobretodo una ópera crepuscular, de cámara, escrita como una obra de metateatro llena de referencias artísticas, musicales y literarias de la propia vida y obra de Richard Strauss. Un testamento vivo, fue la última ópera de su catálogo, que supuso el adiós del mayor operista germano después de Wagner y una figura clave del género en toda su historia.

Cierto es que el propio Strauss no quiso llamarla ópera, sino “Una pieza de conversación para música”, pues el tratamiento vocal y melódico de la escritura se basa en un continuo fluir de diálogos, monólogos y reflexiones de los protagonistas. Todo esto basado en el tema de la importancia preponderante de la música o la palabra, que constituye la médula central de esta reflexión musical straussiana.

Escrita y estrenada en plena 2ª Guerra Mundial, en el antiguo Teatro Nacional de Munich, bombardeado y destruido durante el final de la guerra, supone un ejercicio de interiorización y aislamiento del contexto histórico por parte de Strauss. Un ejercicio intelectual, quizás frío y distante con su realidad más cercana, pero también una profunda y hermosa reflexión sobre la creacción, la inspiración, y el valor del paso del tiempo.

Capriccio Munich22 c

La producción de David Marton esconde en su aparente distancia emocional y frialdad teatral, un ejercicio de metarrealidad que busca la complicidad del espectador. Una única escenografía, a modo corte zenital ,de un teatro de ópera, que se insinúa el de Munich, donde se estrenó Capriccio, sirve para que los pensamientos de los personajes fluyan, se interpelan y salpiquen con sus divagaciones la mente del espectador.

La base teatral de la producción es más racional que instintiva, y en eso le sucede como a la obra, lo discursivo adolece de un vigor teatral verdaderamente operístico. Pero si se le hace justicia a la génesis de la obra, la idea de contagiarse de esa continua melopea conversacional, escrita musicalmente por un magistral Strauss, que parece hablar musicalmente consigo mismo, la producción se adapta perfectamente a la esencia de Capriccio.

Visualmente la producción tuvo dos momentos destacados. La bajada de unos cortinajes brillantes en tono fucsia que escondían a un grupo de refugiados camino a un gueto, mientras los protagonistas cantaban el endemoniado octeto, único guiño al contexto histórico de la ópera. Y por supuesto, el monólogo final de Die Gräfin, con la Condesa rodeada de numerosas plantas en sus maceteros de diferentes medidas llenando el escenario teatral. Imposible no venirse a la cabeza la poderosa imagen del Concierto del bioceno del Liceu, firmado por Ampudia, que fue portada del National Geographic y del que esta escena en esta producción pareció ser premonitoria.

Capriccio Munich22 b

Diana Damrau presentó una Condesa vocalmente refinada, de un color y una tesitura quizás más ligera de lo habitual, pero con un control del estilo, el fraseo y la articulación excelsos. Teatralmente su personaje careció de la nobleza supuesta a su rango social, pues la recreación fue más prosaica y pícara de lo que cabe esperar de una Condesa que busca respuestas existenciales en el arte. Con todo, el éxito personal fue evidente, subrayado con un monólogo final de exquisitos colores, control del fiato y una tesitura más rica y lírica acorde a la actual madurez vocal de la alemana. 

A su lado el Conde del barítono germano Michael Nagy, ofreció humanidad y lirismo en sus intervenciones, gracias a un timbre meloso y una naturalidad canora atractiva y eficiente. El enamorado de la Condesa y representante de la Música, el compositor Flamand, interpretado por el tenor eslovaco Pavol Breslik, otorgó su luminoso color característico, de sonoridades puntualmente fijas, pero generoso de expresión.

El barítono italiano Vito Priante, mostró rotundidad en la emisión, riqueza de harmónicos y calidez vocal como el poeta Olivier, un papel menos grato que el de Flamand que sin embargo supo hacerse suyo y destacar. Carismático pero algo burdo vocalmente, el La Roche del gigantón bajo islandés Kristinn Sigmundsson. Fue favorito del público pues se llevó la otra ovación de la velada junto a Damrau por la comicidad teatral, algo exagerada, que ofreció desde el primer momento. De atractivos graves y sin problemas de tesitura la Clarion de la mezzo alemana Tanja Ariane Baumgartner, así como el fugaz pero eficiente Monsier Taupe del tenor británico Toby Spence.

Indispuesto a última hora quien había sido titular al podio en las cinco funciones anteriores, el director musical Lothar Königs, fue sustituido por británico Leo Hussain (n. 1978). El inglés dio un satisfactorio rendimiento orquestal a la magnífica Bayerische Staatsorchester, quienes se mueven como peces en el agua en el repertorio straussiano. Bravo por los componentes del Sexteto inicial, una pieza de cámara de gran profundidad expresiva, que se puede interpretar aisladamente. La lectura general de la partitura fue orgánica, con unas cuerdas deliciosas, y sobretodo unas maderas y unos metales, las famosas trompas straussianas, llenas de colores, matices y fulgor sonoro. Lástima que a nivel expresivo y de intenciones todo quedara relegado a una interpretación más contemplativa que poética.

Una función de gratificante resultado con una seductora y luminosa Diana Damrau, en el que debería ser su repertorio natural y de la que se espera siga en ese camino alejada del belcanto más dramático que haría peligrar una voz que pide otros roles.

Fotos: © Wilfried Hösl