Lecciones de dos maestros
Schwarzenberg, 23/08/2022. Angelika Kauffmann Saal. Schubert y Duparc. Christoph Prégardien, voz, Julius Drake, piano.
Para un aficionado al lied no puede existir un recital mejor que este. ¿La razón? Reunió todo el arte, la pasión y la belleza que encierra este pequeño formato dentro de los géneros de la música clásica. Aunque de pequeño no tuvo nada el concierto porque estaban en el escenario dos “monstruos” del género: El tenor Christoph Prégardien y el pianista Julius Drake. No sé si me creerá el lector pero es muy difícil resumir lo que se vio la noche del pasado 23 de agosto en la Angelika-Kauffman Saal de Schwarzenberg. Difícil porque este cronista solo puede caer en la reiteración de unos epítetos que ensalcen las virtudes, cada uno en su cometido, del trabajo de dos artistas que son verdaderas leyendas del lied (o de la canción francesa o inglesa).
Por una parte, Prégardien a sus 66 años muestra una frescura envidiable, no mermada su voz ni en calidad, ni en fiato (hubo momentos increíbles en las chansons) ni en el juego entre los forte ni los pianissimi y con un centro de un timbre bello, excepcional para este tipo de música. Pero sobre todo demostró conocer perfectamente cómo abordar el variado raudal de sentimientos que se acumulaban en un programa variado en contenido y en emociones. Su canto es totalmente canónico, bebiendo en la más profunda tradición germánica, donde más que la calidad vocal (que debe estar ahí, claro) se valora la declamación perfecta del texto, el acento de cada palabra marcada por el piano y cantada por la voz. Y para la expresión, que no significa hacer aspavientos, sirve, como hizo Prégardien, simplemente una mirada, un gesto, un movimiento leve de la mano. Es algo que te llega al corazón y, de vez en cuando, por qué no reconocerlo, te hace saltar una lágrima de agradecimiento ante tanta belleza.
Por otra parte, Drake es un pianista que se las sabe todas, que consigue que el piano tome el lugar que le corresponde en el lied, en pie de igualdad con la voz, como quería Schubert, que era, sobre todas las cosas, pianista y por ello creo melodías tan atractivas para acompañar los textos de sus lied. Al unísono, sin divergencias, en una comunión que se plasmó en un profundo abrazo al final del recital, cuando todo el público del auditorio vitoreaba a los dos actores de un concierto memorable, ambos demostraron que la veteranía es un grado y que tocar con la punta de los dedos la perfección está en sus manos.
La mayor parte del recital tuvo a Schubert como protagonista pero también hubo tiempo para escuchar cinco bellas chansons de Henri Duparc que se incluyen en un disco publicado por Prègardien en 2020 dedicado a la canción francesa de la que también es un consumado especialista. Entre ellas destacaría la conocida Chanson triste sobre texto de Lahor, Soupir (letra de Sully-Prudhomme), un ejemplo paradigmático del género y la bellísima Phidylé (Leconte de Lisle), realmente conmovedora, cantada en un perfecto francés por el tenor alemán.
Pero como ya se dijo, el plato fuerte fue Schubert. Comenzó con la frescura juvenil de Der abend D 108 (La tarde), siguió con la calma estrófica de Die Nacht D 358 (La noche) con un bello acompañamiento de Drake. Bellísimo Der Sänger am Felsen D 482 de la poetisa y mecenas Karolina Pichler y que evoca la soledad y la dicha perdidas y donde el piano tiene un evidente protagonismo. Wiedersehen (Adiós) D 855 es una canción de tintes ligeros y esperanzadores en un momento nada alegre para el compositor. Trabajo perfecto entre piano y voz en los lieder Der Wanderer an den Mond, D 870 (El viajero a la luna) y Das Zügenglöcklein, D 871 (La campanilla de los agonizantes) ambos sobre textos de Johann Gabriel Seidl. Un bonito ritmo de barcarola marca Alinde, D 904 y de serenata en An die Laute, D 905 (Al laúd), ambos dos lieder alegres sobre poemas de Johann Friedrich Rochlitz.
La segunda tanda de lieder de Schubert comenzó con Willkommen und Abschied D 767 (Bienvenida y adiós), en el que el compositor se adapta a la piel del poema de Goethe igual que hicieron Prégardien y Drake en su interpretación. Impresionante el tono anacreóntico de An die Leier D 737 que los dos artistas saben mezclar con la melodía que también acompaña el texto de Bruchmann. Completamente distinto, alegre y bailable, el el D738 (Im Haine –En el bosquecillo) del mismo poeta. Los poemas agrupados en el Op. 59 pusieron colofón al concierto. Son cuatro lieder que resumen la trayectoria de Schubert como el mejor compositor de este género de la historia. Entre estas cuatro magníficas obras se encuentran tres obras maestras sobre textos de Rückert (un poeta al que acudirían también grandes compositores posteriores como Gustav Mahler). Son Daß sie hier gewesen (Ella estuvo allí) D 775 Du bist die Ruh (Tú eres la paz), D 776 y Lachen und Weinen (Reír y llorar), D 777. El público ya estaba completamente entregado, casi levitando, por lo menos el que escribe. Pero faltaban dos propinas excepcionales: An mein Herz , D 860 (¡qué fuerza y juvenil frescura en la voz de Prégardien!). Con las lágrimas en los ojos terminó el concierto de la mano de Nacht und Träume D 827. No hay nada más que decir.