El Lied como elemento social: un modelo a seguir
Vilabertran. 20-22/08/2022. Schubertíada a Vilabertran. Obras de Schubert, Fauré, Poulenc y Ros Marbà. Andrè Schuen (barítono), Julie Fuchs (soprano), Matthias Goerne (barítono), Daniel Heide y Alexander Schmalcz, piano. Cuarteto Atenea.
Es agosto y el mercurio no perdona. Sin embargo, y a pesar del inclemente sol, la gente no duda en asistir a los festivales de música clásica que proliferan por todo el territorio nacional. El destino ha querido marcar Vilabertran en el mapa, una villa cercana a Figueres, corazón del Alt Empordà, como una de las capitales de la lírica internacional. La melomanía de Jordi Roch – médico de noventa y un años y fundador de la Schubertíada –, ha acabando germinando, año tras año, en un referente cultural, habiendo trascendido en sus pretensiones originales hasta “haber creado escuela”. Hace años ya que amplió sus escenarios a otros municipios circundantes y el formato se ha exportado recientemente a Álava y Cantabria. Sigue vigente pues, el objetivo no sólo de difundir el catálogo schubertiano, sino también el de hacer del Lied –y la música culta– un elemento más de la sociedad actual.
Lo que ya es mucho más que una moderna adaptación de las reuniones de aristócratas y eminencias de la época de Schubert, ha sido el faro del verano para voces de toda Europa, algunas de las cuales se han forjado en los albores del festival, allá por los años noventa. No por nada, el barítono Matthias Goerne, que despuntaba ya desde el inicio del festival, vertebra la programación año tras año combinando el recital con los talleres de Lied. Al emblemático festival no solo acuden voces, también son asiduos intérpretes de la talla de Javier Perianes o Daniel Ligorio, entre otros o agrupaciones como Quartet Casals, Quartet Gerhard o Cosmos Quartet, contando con uno de los mejores acompañantes del género Lied, como o Wolfram Rieger. La soprano Marlis Petersen fue la cabecera de las veintidós citas musicales que se habrán dado a lo largo de todo agosto.
Para la ocasión que nos ocupa, el fin de semana del 20 y 21 se cató gran parte del mejor jugo del festival. El barítono Andrè Schuen y su fiel Daniel Heide presentaron el programa Der Natch un des Abschieds (canciones de la noche y despedida). Como en ediciones anteriores, la voz de Schuen resonó en el ábside del convento con la impecable factura de un cantante de fama internacional. El ítalo-germano desplegó su potencial para los contrastes, desde los agudos hasta los bajos, con la decoración pianística de Heide –imperturbable a pesar del calor–. El dúo exhibe una gran simbiosis que derrocha expresividad en los finales de frase y ritardando en los números lentos, aunque el primer aplauso espontáneo fue para el célebre Lied Erlkönig (Rey de los elfos) bordando sus agitados y tensos compases, a pesar de una acústica que en principio, resta articulación pianística. Mención aparte merece el trascendental Der Jüngling und der Tod (El joven y la muerte) y el embriagador Natch und Träume (Noche y sueños). Con Mahler se añadió el peso de una mayor densidad lírica y musical interpretando el ciclo Kindertotenlieder (Canciones a los niños muertos). Entre lo mejor destacó el nostálgico Oft denk’ich sie sind nur ausgegangen (Pienso que sólo han salido) Wenn dein Mütterlein (Cuando tu madre querida), en los que la capacidad expresiva del barítono cogió por sorpresa a los asistentes más emotivos sacando del bolsillo algunos pañuelos. Completaron el menú algunos Lieder de E. W. Kornkgold y propinas de Schubert (Wilkommen und Abschied) y un bellísimo Morgen de Strauss para finiquitar una velada perfecta.
El domingo fue una de las citas más relevantes del festival, aprovechando la trigésima edición para rendir homenaje a Jordi Roch, invocando para la ocasión a grandes figuras de esta Schubertíada. El entrañable discurso de Roch dio paso a Julie Fuchs, de rojo intenso, para aderezar la tarde con perfume francés. La soprano abrió programa con una deliciosa Le papilion et la fleur de Fauré y prosiguió con diversas mélodies de temática floral, destacando Les roses d’Ispahan. Sobre compases de Poulenc, Fuchs presumió de fiato con fraseos largos y delicados, resaltando las últimas canciones del ciclo Fiançailles pour la rire, como Fleurs. Respondió a los vítores con un una propina “teatral”, haciéndose con un abanico ajeno, con desparpajo y gracia, regalando Les filles de Cadix de Lèo Delibes. Cambios en el programa condujeron al estreno del nuevo cuarteto del compositor y director Antoni Ros Marbà. El Quartet Atenea se mostró muy solvente en lo rítmico y los cambios de compás bajo una sonoridad unificada. La propuesta de Marbá es un discurso orgánico, que no reniega de lo tradicional en la forma del primer movimiento, de sonido algo expresionista y de fugaz arranque. Algo más exploradora en aspectos técnicos, entre cromatismos y disonancias, se desenvolvió el segundo movimiento con una viola enfatizada. En el tercer movimiento se avistaron otras texturas, con trazos de fugato y se apreció la arquitectura de una obra que ejemplifica bien la madurez de un compositor de ochenta y cinco años y toda una carrera a sus espaldas.
El esperado Matthias Goerne, uno de los estandartes del festival, cumplió con las expectativas con la famosa y bucólica Bella molinera, ciclo que el barítono conoce, como quien dice, bastante bien. El barítono pronto se vio entre arroyos y molinos con su característico vaivén y su infalible cambio de registro, bien sintonizado con Alexander Schmalcz e igualando el volumen de su piano. Entre sus evidentes cualidades, hay que mencionar el hecho de no olvidarse de los laterales, proyectando su voz en las tres direcciones, algo que aquellos que adquieren entradas no demasiado baratas, también agradecen. Poco después de comenzar, llegó a detener el recital por un aficionado a los vídeos furtivos, algo que no perturbó el trance del germano, recreándose en los versos de Whilelm Müller y las notas de Schubert, reservándose sus, quizá, mejores Lieder para el final. Cabe subrayar Die lieb Farbe (El color querido) y Trokne Blumen (Flores marchitas) interpretados con mucha pulcritud y pasión. Otros aún más reseñables fueron Morgengruß (Saludo matutino) y en el ocaso del ciclo, Des Baches Wiegenlied (Canción de cuna de río) que arrebató el aliento de aquellos que todavía lo conservaban, despidiendo al cantante con una larga ovación en pie.
Ya casi consumado el festival, habrá quien pronto cuente los días para la siguiente edición en lo que puede catalogarse ya como, y por qué no decirlo, un modelo a seguir.