Zeppenfeld Winterreise22 Hohenems 

Un viaje particular

Hohenems 3/10/2022. Markus Sittikus Saal. Winterreise. Schubert. Georg Zeppenfeld, bajo. Gerold Hubel, piano.

A un camposanto/ me ha conducido mi camino. /Aquí me quiero hospedar,/ he pensado para mí. Con estos versos comienza Das Wirtshaus (La posada), el antepenúltimo poema de los veinticuatro que conforman el magno ciclo Winterreise de Franz Schubert sobre versos de Wilhelm Müller. En ese lied, el bajo Georg Zeppenfeld (al que acompañaba el pianista Gerold Huber) dio, simbólicamente, por terminado su Viaje de invierno particular. Faltaban, claro está, tres lieder más, entre ellos el celebérrimo y último: Der Leiermann (El zanfonista), pero en el planteamiento del cantante alemán, en su gesto, en su actitud desarrollada a lo largo de todo el ciclo, esa canción simbolizó la rendición del viajero, el final, el lugar donde quería reposar y de donde ya no quería pasar. Es difícil de explicar. La relación que se establece entre cantante, pianista, lieder y oyente es totalmente subjetiva, sobre todo en Winterreise. No hay dos maneras iguales de enfrentarse a este ciclo como músico y no hay dos maneras iguales de escucharlo como espectador. Ambas partes tienen un bagaje, una experiencia y una situación particular. Sí es verdad que se puede hacer una valoración más o menos objetiva, pero para mi es imposible en este caso especial del Viaje. Es algo personal e intransferible y quien me lea me tendrá que perdonar.

No es frecuente que un bajo cante Winterreise, no sé la razón. Pero cuando la Schubertiade, en su sede Hohenems, anunció este recital, tenía que acudir a escucharlo. En primer lugar por esa supuesta rareza de programar el ciclo en esa cuerda y, sobre todo, porque admiro muchísimo la carrera de Georg Zeppenfeld, para mí el mejor bajo wagneriano y straussiano de su generación. Es un cantante que reúne virtudes imprescindibles en un bajo: dominio de todas las partes de su tesitura, un timbre de especial atractivo, una gran expresividad y una profesionalidad que mezcla la grandeza de una voz con una actitud siempre contenida, casi tímida. Sus trabajos, especialmente el Gurnemanz de Parsifal, son de manual, profundamente humanos además de excepcionalmente cantados. Tenía, pues, gran interés en oírlo en mi ciclo favorito de Schubert, y realmente no me decepcionó aunque tarde un poco en comprender su visión del Winterreise.

Como decía, cada cantante (cada pianista) tiene su enfoque personal de esta obra. Consideramos canónicas versiones donde el romanticismo que empapa la música y los versos es evidente. Las hay más contenidas, las hay más expresivas,  unas más profundas y otras demasiado superficiales. La de Zeppenfeld me sorprendió desde Gute Nacht, el primer lied, cantado musicalmente a la perfección pero con un espíritu ligero, como si no se acabara de creer lo que le había pasado (que nunca sabremos) con su amada. Y a partir de ahí, una vez entendido ese enfoque que mezclaba la “ligereza” con la seriedad absoluta, comencé a comprender la versión del bajo: una mezcla de incredulidad primero con su situación, a veces casi violenta, mezclada al mismo tiempo con una aceptada resignación con su destino. También tuve que adaptarme a la fuerza y volumen de su voz en un espacio tan recoleto como el Markus Sittikus Sall de Hohenems, de una muy buena acústica y donde resonaron de manera estentórea en varias ocasiones los versos de Müller. Quizá ahí hubiera tenido que contenerse un poco, pero en el fragor de la actuación eso fue lo menos. Lo importante fue comprender que un cantante que no se prodiga en el mundo del lied sacó adelante con una seguridad absoluta, con momentos de una belleza sublime y con una intención clara, una joya del lied como esta.

Como decía al principio, el camino de Zeppenfeld pareció terminar en Das Wirtshaus, pero hubo otros muchos poemas en los que transmitió un sentimiento que traspasaba lo meramente musical. Curiosamente para mí, no fue en los más conocidos, o los que más me gustan, como Der Lindenbaum (El tilo) o el ya citado El zanfonista. Greforne Tränen (Lágrimas heladas), Auf dem Flusse (En el río) y sobre todo Der greise Kopf (La cabeza gris) fueron verdaderos hitos en la voz del cantante, completamente entregado a marcar cada acento, cada verso, para hacer sentir el dolor que sufría el Viajero. Según transcurría la velada más te introducías en esa percepción particular de Zeppenfeld con este ciclo. Repito, no una percepción al uso, lejos de manierismos y que algunos juzgarán demasiado seca y ruidosa a veces, pero que es muy personal y eso ayuda al oyente a tener otra perspectiva más sobre Winterreise.

Una perspectiva que desde el lado del pianista Gerold Huber fue mucho más canónica. No quiero decir con esto que no hubiera coordinación entre los dos músicos pero sí que  Huber se ciñó más al pianismo clásico del ciclo, donde tuvo grandes oportunidades de mostrar su arte ya que el piano forma parte fundamental del ciclo. Sus acompañamientos tuvieron gran nivel, especialmente  en lieder como Im Dorfe (En el pueblo)  Die Krähe (La corneja) o en Der Leiermann. Un gran compañero para un Zeppenfeld que volvió a demostrar que el trabajo serio siempre da unos excelentes resultados y que el público agradeció con sonoros aplausos y, en gran parte, en pie.