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La voz y el gesto 

Sevilla. 8/11/2022. Teatro de la Maestranza. Donizetti: Roberto Devereux. Yolanda Auyanet (Elisabetta). Ismael Jordi (Roberto Devereux). Franco Vassallo (Duque de Nottingham). Nancy Fabiola Herrera (Sara, duquesa de Nottingham), entre otros. Coro del Teatro de la Maestranza. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Alessandro Talevi, dirección de escena. Yves Abel, dirección musical.

La voz y el gesto forman las columnas fundamentales sobre las que se sustenta la ópera. La primera, revestida y protegida por la música. La segunda, rodeada de la puesta en escena, la dirección de actores, la escenografía. Esto lo sabemos todos los aficionados, y se repite en muchas crónicas. Más habitualmente de lo que sería deseable estas dos columnas sufren alguna grieta, deterioros a veces subsanables, a veces casi catastróficos, que hunden el edificio. Otras es la falta de equilibrio entre ambas que deja el espectáculo cojo, incompleto. En general la columna de la voz y la música tiene las preferencias del aficionado: no puede haber una gran noche de ópera si falla lo musical. Pero también, y cada vez más, hay voces que también reclaman que lo teatral, que también es sangre de la ópera, tenga mayor protagonismo. Esto, como todo lo humano, lleva a polémicas, abusos y luchas que solo sirven para alimentar el ego de algunos cantantes y de un buen número de directores de escena. El equilibrio, por tanto, es difícil, pero cuando se consigue uno sale del teatro feliz, dando por bueno, en muchos casos, las horas de viaje, el esfuerzo económico o el dejar de lado otras actividades. Es  algo mágico, realmente.

Este es el caso de la función de apertura de la nueva temporada del Teatro de la Maestranza de Sevilla, que se abría con Roberto Devereux de Gaetano Donizetti. Hay que agradecer a los responsables artísticos del teatro el acierto en reunir a un elenco de tantísimo nivel y una producción tan interesante teatralmente como respetuosa con el libreto de la ópera. Un elenco musical, hay que recalcarlo, español, a excepción del gran barítono italiano Franco Vasallo y el excelente director musical canadiense Yves Abel. Un grupo de cantantes que lo dieron todo para conseguir que Roberto Devereux tuviera una altura vocal que muchos teatros de más presupuesto y fama, tanto dentro y fuera de España, desearían. Y es que el talento de los cantantes españoles, olvidando nacionalismos que para mí no deberían existir nunca ni en la ópera ni en tantas facetas de la vida, es altísimo, forjado en el trabajo y el esfuerzo, que a nadie le regalan nada y no se llega a cantar así sin muchas horas de ensayos y estudio. Todos, vuelvo a recalcar, brillaron pero hay que destacar a la excepcional Elisabetta que nos brindó Yolanda Auyanet. En lo vocal nos brindó una lección de belcantismo sin exageraciones, sin pirotecnia innecesaria. Un canto auténtico, con las necesarias coloraturas y con la belleza del verso bien ligado, siempre atento al acento, a cada frase pronunciada. Para este papel Donizetti creó una música de una belleza exquisita, y a la vez en muchos momentos, de cortantes aristas, que dibujan la figura de la reina en declive. A ellas se agarró una Auyanet pletórica de potencia vocal, de seguridad en toda la tesitura, de fiato bien medido. Me gustaría tener la grabación de su rondó final, fue una obra maestra de canto y de actuación, una verdadera demostración de lo grande que puede ser la ópera puesta en manos de una extraordinaria profesional. Porque, como decía hace un momento comentando la última escena de la ópera,  además de triunfar en lo vocal estuvo excelsa en lo actoral. Cada movimiento, cada paso que daba, nos transmitía la decadencia de una mujer pero también su viva pasión. Una labor nada fácil a veces por las dificultades técnicas de la producción. Realmente apabullante. Solo se le puede decir: ¡Bravísima!

Excelente trabajo también del resto de protagonistas comenzando con Ismael Jordi, como Roberto Devereux, en plena forma vocal. El cantante andaluz posee uno de los timbres más bellos de su tesitura y consigue momentos de gran belleza con unos pianissimi de técnica perfecta. La voz se ha ido oscureciendo con los años, pero su Roberto es puro belcantismo y llega a todas las notas sin problemas. Donde más pudimos disfrutar de su arte es la escena de la Torre en el tercer acto, en esa preciosa aria A te dirò negli ultimi, cantada extraordinariamente. En lo actoral se adaptó bien a la producción, sobre todo en esa misma escena de la prisión,  aunque quizá, en general, le faltó más soltura. El otro papel femenino, el de Sara, la rival de la reina, lo interpretó una gran Nancy Fabiola Herrera, que supo adaptarse a un papel que a priori, por su carácter melancólico y romántico, no parece encajar con una voz que también se desenvuelve en personajes de rompe y rasga como Dalila. Seguramente son rarezas de crítico porque Herrera demostró su versatilidad sin dificultades, aunque en su romanza de presentación, nada más que comenzar la ópera, All’affitto e dolce il pianto, la voz aún no había calentado lo suficiente. Mucho más pletórica estuvo en el resto de sus intervenciones, sobre todo en sus dúos con Roberto y Nottingham, realmente estupendos. También su trabajo en escena estuvo a un altísimo nivel. Para completar el cuarteto protagonista nos falta destacar el gran desempeño de Franco Vassallo como el duque de Nottingham, esposo de Sara y amigo de Devereux. La nobleza y belleza de su voz, la elegancia de su canto, pura escuela italiana, fueron extraordinarias. Su aria (y la cavatina subsiguiente) Forse in quel cor sensibile fueron una lección de bel canto, que inspirará al mejor Verdi. Muy bien el reducido grupo de comprimarios (Alejandro del Cerro, Javier Castañeda y Ricardo Llamas) que cumplieron con mucha solvencia sus cortos papeles.

Mención aparte merece el Coro del Teatro de la Maestranza que dirige Íñigo Sampil. Estuvieron magníficos en sus numerosas intervenciones, aunque habría que destacar el aplaudido pasaje que abre el segundo acto L’ore trascorrono. Completamente inmersos en la propuesta escénica, trabajando, sobre todo un grupo de coristas femeninas, como técnicas figurantes mientras cantaban, su rendimiento en esta producción se puede calificar con las  mejores notas.

Yves Abel, director musical de esta ópera, nos propone un Donizetti elegante, contenido sin ser pesado, tremendamente ajustado a lo escrito pero remarcando el vuelo romántico de la partitura, consiguiendo ser uno de los principales artífices del éxito de la velada. Preciso en sus indicaciones pero nunca brusco, estuvo muy atento al escenario sacando lo mejor, que es mucho, de una siempre excelente Real Orquesta Sinfónica de Sevilla, que no anda, a tenor de los panfletos entregados al público en la entrada al recinto del Maestranza, en su mejor momento laboral. Espero que se solucionen sus problemas porque es una de las orquestas más solventes que se puede oír en un foso español.

La producción, procedente de Ópera Nacional de Gales, y que se ha podido ver ya en el Teatro Real de Madrid y en el Festival Donizetti de Bérgamo, la firma el sudafricano Alessandro Talevi. No resulta fácil sacar a este tipo de historias teatrales de sus marcos tradicionales. Suelen esquematizarse o cambiar de época, pero cuando te sales de unos parámetros no muy amplios siempre hay algo que chirría. Talevi se inclina por lo esquemático con una indudable carga lúgubre y oscura. Apoyándose en la tragedia romántica que se narra y en la situación personal del compositor cuando comenzó a escribir la ópera (acababan de morir su mujer y dos de sus hijos), el director nos presenta una corte donde domina el negro en la vestimenta (excelente trabajo de los colaboradores de Talevi, Madeleine Boyd en vestuario y escenografía y Matthew Haskins en la iluminación), solo roto por el rojo del vestido de la reina en el primer y tercer acto, y en el que aparece un elemento al principio casi anecdótico pero luego básico: una araña, a la que une, simbólicamente, a Elisabetta. Con estos principios crea un discurso creíble y atractivo dentro de su dureza, que discurre con fluidez y en el que la dirección de actores es fundamental y fructífera, por lo menos en esta representación donde todos los cantantes se involucraron. El tercer acto, donde aparece una enorme araña mecánica, que tanto recordaba a las esculturas de Louise Bourgeois, es inquietante y efectista, aunque no debe ser nada fácil cantar encima de ella moviéndose y con un falda que parece hecha de jirones. Un buen trabajo sin duda, que  redondeaba una noche modélica donde las dos columnas que sustentan esa pasión que se llama ópera estuvieron excelentemente coordinadas.