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La prueba del algodón

Zaragoza. 25/11/2022. Auditorio de Zaragoza. Obras de Mozart y Mahler. Orquesta Sinfónica de Viena. Jan Lisiecki, piano. Omer Meir Wellber, dirección musical.

En el marco de una breve gira europea con dos únicas citas en España, en Zaragoza y en Barcelona, pudimos escuchar a la Sinfónica de Viena en el auditorio de la capital aragonesa. De algún modo toda gran orquesta centroeuropea que se precie debe medir su rendimiento de tanto en tanto con la obra de dos de los más grandes compositores en la historia del sinfonismo: Mozart y Mahler. Así las cosas, este programa con el Concierto para piano no. 21 del genio de Salzburgo y con la Sinfonía no. 5 del autor de origen bohemio bien puede decirse que fue la prueba del algodón para la formación vienesa, que pasó el examen con nota.

Estamos ante una de esas formaciones que bien podrían tocar buena parte del gran repetorio del derecho y del revés con los ojos cerrados. Sin maestro titular desde que Andrés Orozco-Estrada abandonará el cargo en abril de este mismo año, es precisamente en los atriles del conjunto vienés donde reside su potencial: maderas extraordinarias, una cuerda capaz de casi todo y unos metales de suma eficacia, en fin, ninguna fisura en sus filas, redondeando siempre un sonido homogéneo, de ataques firmes y con ese color tan propio de la capital austríaca, todavía reconocible de tanto en tanto.

En la primera mitad del concierto Jean Lisiecki se reveló como un pianista de probada soltura, seguro en el teclado, de técnica resolutiva, aunque no siempre incisivo en el fraseo, algo taimado en términos de personalidad como intérprete. De su hacer al piano, a veces demasiado contemplativo, fue buena prueba la versión del Nocturno no. 20 de Chopin que brindó a modo de propina, tan recreado que por momentos se le deshacía entre las manos. Con el 21 de Mozart no sucedió tal cosa, todo sonó en su sitio, con la concisión debida, pero no terminó de aparecer la magia. No hablaría de una lectura superficial, sería injusto con Lisiecki, pero sí eché de menos una mayor hondura e intensidad en su versión.

Por su parte, Omer Meir Wellber confirmó que es un director de indudable solvencia. Avalado por sus cargos actuales en la Volksoper de Viena y en el Teatro Massimo de Palermo, el maestro israelí atesora ya una trayectoria extensa y sólida, a pesar de haber superado recientemente la barrera de los cuarenta años. Encara pues, ahora, un periodo de manifiesta madurez, lejos ya de aquellos años más irregulares e impetuosos en el Palau de Les Arts de Valencia que ya pocos recuerdan, con su titularidad allí entre 2010 y 2014, en tiempos de Helga Schmidt.

Su Quinta de Mahler tuvo precisamente ese aire mayestático de quien sabe lo que quiere expresar y domina el modo para lograrlo. Así quedó de manifiesto desde la intensa y bien marcada marcha fúnebre que abre la partitura. Tanto el segundo movimiento como el posterior Scherzo brillaron con luz propia, por su claridad expositiva, por su vigor y por su acierto en los tempi, extrayendo Wellber un sonido realmente intenso y brillante por parte de los atriles del conjunto vienés. El consabido y esperado Adagietto no defraudó, desgranando Wellber la pieza con suma delicadeza. El Rondo-Finale volvió a dar prueba del excelente estado de forma que atraviesa la Sinfónica de Viena, que despidió su visita a la capital aragonesa con una conocida polka a modo de propina.