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¿Recuerdas aquella tarde?

San Sebastián. 16/12/22. Teatro Victoria Eugenia. Sorozábal: Adiós a la bohemia. Luis Cansino (Ramón). Miren Urbieta-Vega (Trini). David Lagares (Vagabundo). Jon Plazaola (Señor que lee El Heraldo / Un chulo). Iñigo Gastesi (Pablo Sorozábal). Inazio Tolosa (Pio Baroja). Irene Sorozábal (Enriqueta Serrano), entre otros. Coro Easo. Orquesta Musikene. Víctor Pablo Pérez, dirección musical. Ignacio García, dirección de escena.

"¿Recuerdas aquella tarde que me juraste amor?... Trini y Ramón rememorando sus paseos de amor y juventud por las calles de Madrid. De sus "Madriles", que son los de todos. Vienen a decirlo, en la primera parte de este espectáculo que recoge Adiós a la bohemia, los propios Baroja y Sorozábal. Algo así como: Vamos a tener que ir nosotros a decirle a los de Madrid como son". Pues sí. Como lo hizo el alicantino Arniches, como lo hace el manchego Almodóvar. Blas de Laserna, Alfonso Sánchez, Joaquín Sabina... Sí, Chueca y Mihura eran de aquí, pero el retrato de Madrid no sería, ni de lejos, completo, sin la mirada de quienes vienen o miran hacia aquí. Ese momento en el que, se quiera o no, uno ya es un poco madrileño.

No cabe duda que Donostia Musika ha llevado el Madrid que tan bien dibujó Pablo Sorozábal al Teatro Victoria Eugenia de San Sebastián, a propósito del 125 aniversario del compositor (y el 150 del escritor). La eterna canción, Don Manolito... por supuesto La del manojo de rosas y aquí, Adiós a la bohemia. Es necesario que, de nuevo, sean estos títulos, más allá del habitual Manojo, los que visiten Madrid y su Teatro de la Zarzuela. Curioso, por cierto, que en Madrid también debamos a un Sorozábal, Pablo Sorozábal Serrano, nuestro himno. De allá en los ochenta, cuando tuvimos que "crearnos" una identidad y una tradición gracias a la tenacidad y realidad de catalanes, vascos, gallegos y andaluces. Aquí, en Madrid, que así somos, nos inventamos, por inventarnos, hasta una bandera con siete estrellas por la Osa Mayor.

Nuestra realidad, nuestra existencia y sustantividad está, decía, en las gentes de aquí y de allí, en quienes vienen a Madrid a forjarse un porvenir, como lo hiciera Sorozábal, además de los personajes de Adiós a la bohemia. De quienes pasean nuestras calles y se beben nuestros bares y cafés. En uno de ellos dibuja Sorozábal, junto a Baroja, un cuadro desolador. ¡Realismo! ¡Cosa amarga! Una partitura que se abre ensoñadora, no obstante, lírica, apasionada... con un bofetón en la palabra sobre el "fracaso". Ahora, en una época donde triunfan las frases de Mr. Wonderful y hay quien se empeña en falsear la vida a través de TikTok e Instagram, los autores nos devuelven a una desgraciada, habitual realidad: "Vale más vivir en el sueño". Una obra de arte absoluta, una genialidad y un nuevo camino de cohesión musical y dramática que, por desgracia, no encontró continuidad en el género... el género en sí, de hecho, no tuvo mucho mayor recorrido y al poco terminaría por diluirse entre la revista y el cine.

Ignacio García procura plegarse al naturalismo de la obra en su propuesta escénica. La dirección de actores se desenvuelve orgánica, dando cabida a una conversación y al recuerdo, que es lo que es, al fin y al cabo, este título. Los sueños no son, sino recuerdos. Así, la pareja protagonista fluye en su diálogo, mientras que alrededor sigue, a duras penas, la vida. La obra es extremadamente cruda. ¡Esa manera tan tétrica, con una reminiscencia verbenera a ritmo de chotis de leer desgracia tal en el periódico (Al volver cansado a su guardilla)! ¡Y le sigue una diatriba, sin pretenderlo entonces, sobre el cambio climático (Absurdo y estamos en primavera)! Todo tiene su espacio y se expone de forma clara. Como clarividente es la lectura firmada desde el foso por Víctor Pablo Pérez, tal y como acostumbra en sus entregas de zarzuela. El balance entre secciones, pero sobre todo entre escenario y expresividad propia en la orquesta, tal y como parece buscar Sorozábal, es exquisito. La prestación de los atriles de Musikene es encomiable. También la del Coro Easo (con un salto generacional llamativo entre sus miembros) es prácticamente impoluta, con ese coro Noche triste y enlutada entre la Platea, que pone los pelos de punta. También por su texto extremadamente machista (el de toda la obra, reflejo de su época) sobre las mujeres prostituidas. Quizá, por un quizá, sobre la orquesta se podría haber procurado mayor dinamismo en la entrada de Trini y la primera parte del dúo, pero en cualquier caso es una verdad musical con enjundia, tensión... con una realidad propia. Antes, en el prólogo-homenaje a Sorozábal y en Bohemia, el admirable dúo del violín Liana Gourdija y el piano de Josu Okiñena.

Todo ello elevó la noche a la perfección. De esas en las que no puedes despegar los sentidos del escenario. Una noche maravillosa que encontró la complicidad necesaria de los cantantes congregados. Jon Plazaola dio todo lo que se puede requerir a sus breves intervenciones, tanto como el Chulo, como el Señor que lee El Heraldo, estupendo junto al coro. Redondo el Vagabundo de David Lagares, con una voz homogénea, acentos, grave rotundo y una franja aguda depurada. Creo que es exactamente lo que uno puede desear escuchar en este papel. Al igual que ocurre con la Trini de Miren Urbieta-Vega, con un instrumento privilegiado, de timbre coloreado y aterciopelado, gusto en el decir, fraseo, sentido... ¡Qué manera de hilar sus últimas frases en Recuerdas aquella tarde! Y bueno, por último el Ramón de Luis Cansino, que es un artista de los pies a la cabeza. De entrega total. Vis dramática trabajada, cincelada, con expresión certera en cada curva de la frase, sumado a un timbre homogéneo, cálido, con una voz que fluye con elegancia a través de toda la tesitura. Soberbio, emotivo y contundente a partes iguales en El poeta pobre.

La que se va es la juventud y esa... no vuelve... Vale más vivir en el sueño, ya saben... Pues para retener la juventud, para engañarla durante un momento y vivir en el sueño, qué bueno es poder disfrutar de noches como esta, en la que uno, a pesar de toda la carga pesimista de la obra, sale del teatro queriendo, necesitando vivir más. Insisto, qué bueno sería que esta producción, a la que aquí se ha sumado un pequeño homenaje previo a Sorozábal por su aniversario, con actores y diversas romanzas de otras obras, encontrara continuidad en el Teatro de la Zarzuela, en el Arriaga, en Oviedo... donde fuera, porque merece, mucho, la pena.