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Un comienzo discreto

29/09/2025. Vitoria-Gasteiz. Auditorio del Conservatorio Jesús Guridi. Obras de Hector Berlioz y Maurice Ravel. Miren Urbieta-Vega (soprano) y Euskadiko Orkestra. Dirección musical: Stefan Blunier. 

Con el concierto que nos ocupa se ha dado inicio oficialmente a la temporada de abono de la Euskadiko Orkestra en su temporada 2025/2026 y desde este momento intentaremos, desde este medio, hacerle el seguimiento más preciso posible a la misma y reflejarlo en estas páginas. La Euskadiko Orkestra se encuentra en un proceso interno de renovación tras las traumática y repentinas salidas de Robert Treviño de la dirección musical y de Oriol Roch de la gestión. Las últimas noticias nos hablan incluso de demandas judiciales y todo parece indicar que tras años que considero han sido muy fructíferos en lo musical para la principal entidad vasca cualquier futuro acuerdo se habrá de encontrar a través de la intervención judicial. Y, mientras tanto, la titularidad de la dirección musical queda aparcada sine die

Además el seguimiento a esta temporada lo vamos a hacer desde la capital política de la Comunidad Autonómica del País Vasco, Vitoria-Gasteiz; y lo escribo así porque si bien nadie discute su capitalidad administrativa y política, en lo que a la música clásica respecta esta ciudad vive en un interminable desierto que solo, muy de vez en vez, se rompe tanto con la presencia de la Euskadiko Orkestra como con algún otro esporádico concierto a modo de simbólico oasis. Y es que Vitoria-Gasteiz sufre una carencia de infraestructuras culturales para la música clásica que clama al cielo. En menos de cien kilómetros y en cualquier dirección uno podría asistir a un concierto de esta misma orquesta en el Euskalduna, Kursaal, Baluarte, Riojaforum o Forum Evolución y, mientras tanto, aquí tenemos que ir, mientras el Teatro Principal está en obras, al auditorio del conservatorio de la ciudad, en el que el año pasado no entraron ni el número completo de abonados. Las obras del teatro comenzaron hace doce meses y se apuntan, al menos, otros dos años para terminarlas. Sabiendo cómo se gastan por aquí con las obras, serán tres cursos más. Seguro. Y sin olvidar aquel proyecto de auditorio para la ciudad, presentado cuando el cambio de siglo, para que muy poco después durmiera el sueño de los justos. Así nos la gastamos en Vitoria en materia de música clásica.

Como otro ejemplo de las limitaciones, este primer programa incluía la versión íntegra de Daphnis et Chloé, ballet de Maurice Ravel y que en el resto de las capitales se ofrecerá con coro, el Landarbaso Abesbatza. Sin embargo, en este auditorio el coro no cabe, así que hemos tenido que conformarnos con la versión meramente instrumental.

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El primer programa se ha dedicado a la música francesa. Del siglo XIX la primera obra, la infrecuente cantata Herminie, op. 29, de Hector Berlioz, una obra de un compositor de apenas 25 años, escrita para una de sus participaciones en el Premio Roma y que tiene un relativo interés. Escrita con modos clásicos la obra incluye tres sucesivas arias de soprano que fueron abordadas por Miren Urbieta-Vega que, una vez más, nos convenció. La obra no es muy exigente en cuanto a tesitura pero la soprano se encuentra en todo momento cantando, con una particella larga y que fue dicha por Urbieta-Vega con la voz que le caracteriza: graves sólidos, agudos sostenidos y voluminosos y un color bello. Es de destacar que en alguna ocasión, durante la tercera aria, frases que luego aparecerán, dieciocho años después, en La damnation de Faust. Por desgracia, y haciendo asomar otra carencia, la cantata se ofreció sin traducción simultáneo, lo que hoy en día va en detrimento de un público muy acostumbrado a seguir y vivir los textos.

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Tras un breve descanso la plantilla orquestal se tornó más voluminosa e hicimos frente a la escucha completa del ballet raveliano Daphnis et Chloé, dividido en tres cuadros y con duración cercana a la hora. Ya queda apuntado que se ofreció la versión sin coro y la batuta del suizo Stefan Blunier hizo todo lo posible de responder a las exigencias de una partitura que brilla por el color y exuberancia orquestales. Blunier fue muy gráfico a la hora de dibujar en el aire el crecimiento y decrecimiento de la música, ese ir y venir, esa música que parece que te inunda y, súbitamente, te abandona como si se escapara de los dedos. Notas que van y vienen, que fluyen y parecen inaprensibles tanto en lo físico, como si la música huyera de cada uno de los espectadores como en su entendimiento. Porque Daphnis et Chloé es una obra compleja y tengo la impresión de que el público no terminó de disfrutarla. Hay que destacar distintos solistas de la agrupación que mostraron una técnica notable: flautas y arpas adquirieron evidente protagonismo y la nutrida sección de percusión, ocho solistas, fue capaz de los sonidos más sutiles. 

Lo escribiré más de una vez porque así lo sufro; pocos públicos más fríos que el de Vitoria y no porque los inviernos aquí sean relativamente crudos –que lo son- sino porque vivimos la música desde la falta de otras referencias que nos permitan darnos cuenta y disfrutar de lo que tenemos. Y es que sobre todo en la segunda parte la recepción popular fue más diplomática que efusiva. y ello que las distintas familias orquestales nos ofrecieron una lectura de obra muy interesante.

Ya hemos vivido el primer concierto de los diez que compondrán la temporada alavesa. Quizás en su diseño no fue el más adecuado para iniciar, con la pompa habitual, una temporada. El comienzo ha pecado de discreción pero uno quiere ser positivo. Nos vemos muy pronto.

Fotos: © Jon Usual