didoeneas2© Pablo Lorente.

When I'm Laid in... Water

Madrid. 17/01/23. Teatros del Canal. Purcell: Dido & Aeneas. Lea Desandre (Dido). Renato Dolcini (Aeneas / Hechicera). Ana Vieira Leite (Belinda). Maud Gnidzaz (Primera bruja). Virginie Thomas (Segunda bruja). Jacob Lawrence (Marinero). Les Arts Florissants. William Christie, dirección musical. Blanca Li, dirección de escena y coreografía.

400 años de ópera inglesa, titula el libro de Irene Rodríguez Picón en la editorial Caligrama. "El libro que la autora siempre quiso leer, pero jamás encontró", creo recordar que comenzaba el comentario de su contraportada. Todo un reto, dotar de contenido, coherencia y consistencia a tarea tal. Como si lo hiciésemos con la ópera española, vaya. No estamos ante una historia, la inglesa, determinante en formas y evolución como podría ser el caso de Italia, Francia o Alemania, pero el caso es que, desde el Barroco hasta la llegada de Britten, a buen seguro Dido & Aeneas es la obra lírico-dramática más antigua, más genuina y más conocida de las Islas (aunque como decía aquel anuncio, podemos aceptar a Haendel como animal de compañía - inglés -). Ahí tienen, sin ir más lejos, su When I'm laid in Earth acompañando a la maravillosa Jennifer Coolidge en The White Lotus 2, o ese palpitar de la intro en The Good Fight, que encuentra un innegable reflejo en la Obertura de Purcell.

Quizá por ello el Teatro Real se haya animado a programar la obra tan solo cuatro años después desde la última vez que la trajo a Madrid. En aquella ocasión se contó con la visión de Sasha Waltz en una versión coreografiada llena de verdad y momentos extraordinarios. En esta, máxime con el recuerdo emocional de aquella aún en la memoria, los resultados no han acompañado tanto a las intenciones, al menos escénicamente hablando. Partiendo de un espacio en demasía oscuro, con una iluminación errática de Caty Olive, con escenografía de Evi Keller se presenta un escenario prácticamente desnudo, a excepción de un gran telón dorado, que cambia en algún momento y que bien podría ser una sugestiva mezcla entre la Venecia dorada de Lucio Fontana y el Hyperflow de Filip Roca. Si bien es una concesión de la imaginación, porque tiende más a un mapa de áureas reminiscencias en una entidad bancaria de los setenta, mal rematado en su parte inferior. Sin embargo, la mayor desconexión surge a través de los figurines de sendos personajes principales. Una especie de estalagmitas desde las que aparecen subidos en cada una de sus intervenciones, sin poder desplazarse por sí mismos y limitándoles muy y mucho la expresividad corporal. La escena final de Dido, en este sentido, es una auténtica lástima.

La suerte que tenemos en estas funciones es que están interpretadas por tres grandes cantantes, partiendo de Lea Desandre en el rol principal. Una voz luminosa, de emisión imaculada y homogénea, propia en el decir, como demostró en su soliloquio final. Efusiva y comunicativa Ana Vieira Leite como Belinda, a quien he podido disfrutar también recientemente en Vendado es amor, no es ciego, dentro de la programación del CNDM, y Renato Dolcini como Aeneas, con una emisión redondeada y una voz densa, consistente. Les acompañó con el oficio siempre demostrado el coro de Les Arts Florissants, con algún desajuste y extraordinarios, pero extraordinarios desde la pequeña formación orquestal, liderada por William Christie. Dos violines, viola, flauta y oboe sumados al bajo continuo (violonchelo y contrabajo más la tiroba de Thomas Dunford a partir del día 20) sirvieron para demostrar un verdadero festín de color y expresividad ya desde el Celestial Music did the Gods Inspire con el que preludiaron la ópera. Hace más de una década que pude escuchar a Christie con Dido (en aquella visita a Valladolid con Sonya Yoncheva como protagonista) y no deja de asombrarme, de maravillarme, de atraparme... sólo por su arte ya merece y mucho la pena pasarse por los Teatros del Canal.

Y todo ello, a pesar de los elementos. Del elemento, más bien: el agua. Mucha agua, que los músicos tenían que secar contínuamente de sus instrumentos para poder seguir tocando. El agua que hizo caer de bruces a algún corista. El agua a la que, supongo, es complicado escapar cuando se quiere trabajar en Dido & Aeneas, pero a la que parece recurrirse en demasía y a cualquier precio. En la propuesta de Blanca Li, termina por acapararlo todo. La suficiente sobre el escenario, para crear los recurrentes y manidos efectos visuales, produce efectos sonoros que se entremezclan con la música, complica la existencia a los músicos y elimina toda posibilidad dramática a los cantantes principales, en un estatismo demasiado rígido. Todo en pro de la coreografía, obviamente y con todo el sentido, siendo Li quien es. Al comienzo, parece tratarse de espectáculos diferentes, el escénico y el musical.... y no terminan por encontrarse, ciertamente. Como si los cantantes molestasen al devenir coreográfico, como si estuvieran de más. La coreografía de Li, viva, aguda, diversa, tan moderna como pretendidamente clásica en sus recuerdos, acaba por acaparar toda la atención posible... y al final, la sensación es de que uno acaba viendo a gente en bañador deslizándose, sin parar, de un lado a otro del escenario.