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Falta de balance

Oviedo. 31/01/23. Teatro Campoamor. Verdi: Ernani. Alejandro Roy (Ernani), Juan Jesús Rodríguez (Don Carlo). Gianfranco Montresor (Don Ruy Gómez de Silva). Marigona Qerkezi (Elvira). María José Suárez (Giovanna). Josep Fadó (Don Ricardo). Jeroboám Tejera (Jago). Dirección musical: Daniele Callegari. Dirección de escena: Giorgia Guerra

Estrenada en la Fenice allá por 1844, Ernani es el testimonio escrito del genio musical del joven Verdi. La partitura, que cosechó en aquel entonces un éxito instantáneo, es reflejo de los sentimientos y acciones de su protagonistas, al tiempo que el uso efectivo de la orquestación enfatiza los momentos claves de la trama, creando siempre un ambiente apropiado para cada escena. Desde la tristeza y el arrepentimiento de "Infelice! E tuo credevi", hasta la exaltación del amor incondicional en “Ernani, involami”, Verdi demuestra en la obra una habilidad única para capturar la esencia de los conflictos internos de sus personajes y traducirlos en notas musicales que son atemporales y universales. Su música es pues una expresión vibrante de las emociones humanas y un testimonio de su capacidad para crear obras musicales que perdurarán siempre en el tiempo.

En ocasiones ensombrecida tras la alargada silueta de otras obras más populares como pueden ser Traviata o Rigoletto, lo cierto es que la inclusión de Ernani en la Ópera de Oviedo supuso una buena elección como broche final de una temporada que apostó, con desigual acierto, por la inclusión de otros títulos más arriesgados, como lo fueron el Hamlet Ambroise Thomas o, salvando las distancias, La Dama del Alba, de Luis Vázquez del Fresno.

Llamó la atención en este Ernani la rigurosa tradición de la escenografía firmada por Giorgia Guerra, que se mantuvo dentro de un estilo absolutamente sobrio y ajustado a lo escrito en el libreto de la obra. Una decisión que, sin duda, choca con el discurso artístico que la temporada ovetense lleva manteniendo en sus último títulos. En este contexto, si bien el vestuario, trabajo de Fernand Ruiz, destacó especialmente, la dirección de escena resultó excesivamente descafeinada, con unos movimientos que no potenciaron en absoluto la capacidad dramática de la obra, sino que más bien situó a los cantantes en unas posiciones prácticamente estáticas desde las cuales iban haciendo frente a las complejidades musicales.

El reparto de voces, si bien con un nivel individual más que notable, llamó la atención por lo heterogéneo del mismo, dejando la sensación de que, tal vez, el resultado final no llegó a ser todo lo empastado que pudiera. Destacó en esto la proyección y garra vocal de la Elvira de Marigona Qerkezi, poseedora de una voz extraordinariamente sonora que logró, sin aparente esfuerzo, llenar totalmente el teatro y sobresalir en todos y cada uno de los concertantes. Si bien no es demasiado carismática en escena, los medios vocales de Qerkezi hacen augurar en ella una carrera más que prometedora.

Los medios actuales de Alejandro Roy, por otra parte, no terminaron de encajar con lo demandado por el rol de Ernani. Lo cual, unido a los tiempos más bien ágiles impuestos desde el foso, le llevó a una situación un tanto comprometida durante los pasajes más rápidos de su primera aria. Por otro lado, su voz de caudal más que generoso afrontaba con mayor éxito y garantías aquellos en los que disponía de espacio para ensancharse, demostrando entonces mimbres más veristas que verdianos. Y es en este contexto, de voces con una proyección especialmente notable, en el que no terminó de encontrar su sitio la presencia de Gianfranco Montresor como un Don Ruy Gómez de Silva que debió esforzarse para no terminar enterrado por el volumen del coro y de la pareja protagónica. Pese a ello, Montresor llegó a firmar una representación correcta y que fue de menos a más a medida que avanzaba la representación.
También con una entrega ascendente, pero ajeno a todo lo anterior, el Don Carlo de Juan Jesús Rodríguez hizo gala de un oficio intachable, posicionándose en opinión de quien firma como lo mejor de la noche y demostrándose con cada frase como un valor seguro, como pocos para este tipo de roles verdianos.

Al frente de la Orquesta Oviedo Filarmonía, no terminó de convencer la ágil batuta de Daniele Callegari, que demandó unos tiempos muy ágiles y no fue capaz de balancear con eficiencia los volúmenes entre el escenario y el foso, volviéndose la orquesta prácticamente inaudible en numerosas ocasiones ante el excesivo volumen entregado por el Coro Intermezzo el cual, especialmente su sección masculina, no tuvo una noche notable.