pressler aline paley 1© Aline Paley

Digna factis recipimus

Madrid. 20/10/16. Auditorio Nacional. Sala de cámara. CNDM: Liceo de cámara XXI. Obras de Mozart, Schnittke y Dvorák. Schumann Quartet. Menahem Pressler, piano.

Los contrastes generacionales exponen por costumbre grandes verdades sobre el escenario. En la música de cámara, donde se dan más a menudo y con mayor cercanía, estas certezas se vuelve más evidentes. Dado que la verdad no tiene por qué ser real, la diferencia de sensaciones, de formas de ver, de sentir, fuerza la realidad de la verdad en la música con mayor objetividad (siempre por norma general), cuando el abismo de los años se abre, que lo que suele darse entre iguales. En esto del piano, todos hemos visto por ejemplo al veterano Frühbeck de Burgos llevando, digamos "guiando" por su único camino al joven Perianes en Madrid, al joven Lang Lang en Chicago, creando un punto medio de verdad. También lo iba a hacer justo a la misma hora y en el mismo lugar Neville Marriner con la promesa del violín Augustin Hadelich. Lo hicieron hace pocos días, ya entrando en el terreno camerístico, donde estas verdades florecen con mayor asiduidad, entre el Cuarteto Quiroga y Martha Argerich. Y ahora ha vuelto a darse, una vez más, con la conjunción entre el jovencísimo Schumann Quartet y Menahem Pressler, quien está a punto de celebrar sus 93 años de edad. Sólo que en este caso, la verdad se ha inclinado más hacia la frescura y vigorosidad del conjunto de cuerda. Nada se le escapa al gran maestro de cámara. Nada.

En una primera parte, el Schumann Quartet hizo gala de toda esa juventud en una pieza a la que tienen cogida la medida, a su manera. El Cuarteto Nº 23 KV590 de Mozart se mostró en manos de los tres hermanos Schumann y la violista estonia Liisa Randalu con una articulación clara y dinámicas algo excesivas en efusividad, contrastadas con ímpetu y rapidez, siempre siguiendo el mismo patrón, reduciendo sin duda la capacidad de expresión de la maravillosa escritura mozartiana y las encorsetadas formas clásicas.

A Mozart le siguió el “neoclasicismo” (entrecomillado por ser tan propio y personal) del ruso Alfred Schnittke con su Cuarteto de cuerda Nº3. Contraste a los contrastes. Revisión de las formas, del universo musical más allá de las fronteras de la Unión Soviética. Siempre gusta este Cuarteto de unir a los grandes compositores de tiempos anteriores con contemporáneos o modernos, encontrando así mayor espacio para ir acomodando y encontrando las formas propias que lleguen a caracterizarles.

En la segunda parte, ya con Menahem Pressler al piano en el Quinteto con piano Nº2 de Dvorák, se hubiese agradecido que el Schumann pudiera haberse adaptado mejor a las necesidades del pianista. Formas más líricas, delicadas y elevadas, pero ¿realmente lo quería él? Nadie puede toser ante un mito del piano de cámara como Pressler, quien siguió en cada detalle, giro y frase a la vitalidad del Cuarteto, desmedido en ocasiones, especialmente el violín de Erik Schumann. Demos tiempo al tiempo a unos músicos que tienen toda una carrera por delante y un gusto obvio por hacer bien las cosas.

En cuanto a Pressler, podríamos recurrir al bíblico Digna factis recipimus que pronunciara Dimas, el buen ladrón. Recibimos el justo pago de lo que hicimos. Si bien Dimas lo dijera arrepentido de sus pecados y por ello siendo el primer Santo de la Iglesia; en Pressler, esta segunda carrera, esta segunda jueventud que vive sobrepasados los 90 años de edad, sería su paraíso terrenal en el que recoge los frutos de 60 años al servicio de la música de cámara como fundador del extraordinario Beaux Arts Trio. Cualquiera diría que este hombre menudo, que necesita ayuda para sostenerse de pie y saluda desde el fondo del escenario para no cansarse, sigue siendo un pianista de pro, capaz de seguir emocionándonos mientras sigue siendo honesto con su instrumento. ¿Hasta cuando el artista es artista? ¿Puede dejar de serlo en algún momento? ¿Puede el cuerpo, el alma, la mente, de veras renunciar a ello aun cuando físicamente es complicado? Menahem Pressler es la viva imagen del artista entregado, del hombre que ama la música hasta las últimas consecuencias. Y no puede sostenerse de pie, pero en su silla, delante del piano, se palpa en el aire, en sus notas, que es feliz. Tras el Dvorák vino un Shostakovich, el Intermezzo de su Quinteto, como propina. Mientras haya aplausos como justo pago, seguirá habiendo música.