Ibragimova OBC23 a 

Re-interpretando Beethoven

Barcelona.15/4/23. L’Auditori. Obras de Messiaen, Richard Strauss y Beethoven. Alina Ibragimova, violín; Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña. Ludovic Morlot, dirección musical.

En el ecuador de este seco y veraniego abril, L’Auditori ha querido regar con música orquestal “diversa” todo un fin de semana con una triple cita que ha acaparado la atención violínística de viernes a domingo en la Ciudad Condal. La propuesta pasaba por L’Ascension (1932-33), obra de juventud en que Oliver Messiaen ya puso en práctica su estudio modal, Muerte y transfiguración (1890) de Strauss, uno de los habituales de la temporada, y el famoso Concierto para violín en re mayor, op.61 de Beethoven (1806) en cabecera. La violinista Alina Ibragimova regresaba a Barcelona para dar voz a este clásico de clásicos de la temporada y garantizar una asistencia que, al menos el sábado, se confirmó abundante. 

Con cambios en la disposición orquestal, arrancaba la primera “reflexión espiritual” del compositor francés. Los vientos de la OBC refrendaron un buen coral, bien afinado antes de proseguir la travesía por los océanos de Messiean. Morlot cuidó todo detalle en el equilibrio dinámico para que tripulantes habituales y auxiliares –en especial el corno inglés– tuvieran su espacio y desentrañaran los misterios del segundo y tercer movimiento. Las cuerdas firmaron la plegaria de Cristo, el último acto, equilibrando bien divisi y primeros violines y respirando como un solo pulmón, culminando la ascensión con luminosidad, clarividencia y un vibrato generoso.

En ese gran marco programático “muerte o retorno” que rotula toda la temporada, el Tod und Verklärung de Strauss resonó una vez más en la sala bajo un Morlot que condujo la partitura con cronómetro y sin sorpresas, reseñando en lo individual, al primer flautista, y en lo colectivo, un tutti final, pleno y embriagador, a la altura de la más inspirada OBC.

Ibragimova OBC23 b

Tras la pausa llegó el lucimiento de Ibragimova, con vestido bicolor, que irrumpió en el escenario con su Beethoven en mente, y que se encontró a sí misma compás a compás, depurando hercios con su izquierda. La maestría de Morlot sumó a su favor con una orquesta cómoda en la conversación con la solista. Del primer movimiento, lo más reseñable fue la cadenza. A este respecto, vale la pena dedicarle una reflexión. Y es que, ya es sabido que la elección del gran solo de este u otro concierto, es facultativa y depende de la estrella invitada, y solamente un incauto, en el mejor de los adjetivos, sería capaz de reprochar a la ligera. Sin embargo, sí que es cuestionable que, tras un legado de dos siglos de violín, dicha cadenza escogida, sea la que figura en la adaptación para piano de dicho concierto –op.61a– del propio compositor. Así pues, tal como cantan las fuentes, a raíz del discreto éxito que cosechó su estreno, Beethoven decidió adaptar la parte solista al piano. Está bien que, en aras del historicismo, se recurra a los archivos, pero es difícil argumentar que el solo de la versión para piano de una obra para violín, readaptada a su vez de nuevo al violín, sea la mejor opción a ofrecer al público de 2023, en una cita que, en principio, no busca ese historicismo. 

No podemos visitar la mente del genio de Bonn, y aún menos, cuestionar su composición, pero, desde el punto de vista violinístico, esa cadencia “a dúo” de violín y timpani, resulta rimbombante, casi arcaica, y bien podría acompañar una danza del Luis XIV si no fuera por las escalas y arpegios. Quizá, la propuesta tuviera más sentido en un contexto musicológico, o si la propia Ibragimova fuera pianista, pero poco tiene que hacer ante cadencias históricas, como la de Kreisler –la más tocada y consagrada por Perlman, Hadelich, Hilary Hahn, etc.–o bien la de Saint-Säens, la de Kriens, o algunas de las más de sesenta registradas. Si lo que se busca es no hacer lo que hacen otros; o bien, diferenciarse del resto, ¿por qué no componer su propia cadencia? Sea como fuera, sorteando bien las dobles cuerdas de la cadenza, Ibragimova cumplió su cometido y prosiguió hacia el Larghetto, que sonó con delicadeza, y se reencontró con todos los gustos en un rondó final, divertido, algo rugoso, pero muy satisfactorio, que cerró una velada sin propinas.