Madrid. 29/04/23. Teatro de la Zarzuela. Vidal: Trato de favor. Ainhoa Arteta (Ana Mía). Nancy Fabiola Herrera (Mayka). Gurutze Beitia (Mercedes). María José Suárez (La venenosa). Enrique Ferrer (Juan Miguel). Amparo Navarro (Chelo / Cartera). Amelia Font (La colombiana). Lara Chaves (Cuca). Boris Izaguirre (El presentador). Coro del Teatro de la Zarzuela. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Andrés Salado, dirección musical. Emilio Sagi, dirección de escena.
"Tú y yo Chelo... y te quiero... y siento mucho que no me hayan gustado las mujeres porque habría sido mucho más feliz, hemos tenido... una noche... de amor".
- Bárbara Rey.
Lo pop como concepto. Porque abrazar lo pop es abrazar lo popular, no renunciar a nada. Es la máxima que puedo sacar de este Trato de favor en el Teatro de la Zarzuela, nueva creación del compositor de (mayoritariamente) bandas sonoras Lucas Vidal, sobre libreto de Boris Izaguirre. El propio escritor y showman televisivo, al mismo tiempo que, de siempre, hace saber que renuncia a cualquier prejuicio (fundamento de lo pop), nos introduce en aquellos hechos reales, de los que siempre necesitó su ficción novelada y que sustentan la trama: apenas comenzaban los años 80 cuando la gran Sofia Loren entró en la cárcel para saldar una deuda de su marido con el fisco. Qué locos tiempos... ¡Y los 90 a la vuelta de la esquina! La historia de la actriz es la pincelada de glamour del que beben todos los colores de Izaguirre y quien, al mismo tiempo y de alguna manera, en el absurdo cada vez mayor del argumento a medida que avanza la obra, no deja de mirar, de reflejar esa otra cultura que tantas veces negamos y de la que tanto bebemos: lo pop.
Trato de favor y su protagonista, Ana Mía, son Sofia Loren, sí, como lo es la Pantoja entrando en la cárcel de Alcala de Guadaíra o Iñaki Urdangarín en la cárcel de mujeres de Ávila, Gina Lollobrigida denunciando a su novio por estafa, un "pá-ga-me" de Belén Esteban o Bárbara Rey rememorando su noche de amor con Chelo García Cortés. Y ya que sus protagonistas terminan en Eurovisión, aunque se quiera mostrar el glam y la lentejuela, este festival es el de aquella orquesta vestida de blanco con La fiesta terminó (qué temazo) de Paloma San Basilio; los lazos de Nina, Nacida - o ataviada - para amar, o aquellos vestidos negros comprados en el Rastro por 2.500 pesetas de Azucar Moreno, con ese Bandido, otro hit, dando la bienvenida a los noventa. Trato de favor es Paloma Chamorro y, con ella, Mecano, Tino Casal, Miguel Bosé... Menuda Edad de oro. Y tiene, al mismo tiempo, ese otro lado de la mesa camilla, como si Encarna Sánchez locutara la narración con un punto folclórico que siempre enriquece cualquier libreto. Ya digo, Izaguirre ofrece una historia que puede encontrar cantidad de conexiones a lo largo de los años ochenta y noventa, alcanzando también nuestro presente, pues muchos seguimos viviendo desde aquellos recuerdos. Trato de favor es Dallas y Falcon Crest, pero también Agujetas de color de rosa y Chicas de hoy en día; un golpe de melena de Raffaella, una piedra dura de Chipiona, un "quién me pone la pierna encima para que no levante cabeza", un "cruza la pasarela"... ¡Trato de favor es un bote de mermelada en una habitación solitaria!
Pero tampoco nos confundamos, Boris Izaguirre es un estupendo narrador, un buen novelista desde hace ya mucho tiempo. Me recuerdo con mi madre haciendo cola en la Feria del Libro para que le firmara su Azul petróleo hará... 20... ¿25 años? Cualquier historia se engrandece sin esfuerzo si es él quien la cuenta, por más que las rimas y el texto de los números cantandos decaiga a medida que avanza la función, como si se hubiera escrito para el encorsetamiento de la prosodia musical y no al revés (El número de Eurovisión, más allá de la espectacularidad visual, es un ejercicio vacío de sinsentido). En cualquier caso, tiene ese imán, la facilidad, la comunicatividad y la proximidad. Se vale de ello, de lo popular y de esa fascinación, ya en una cuestión social (no precisamente la referida en La verbena de La Paloma), que parecen sentir muchos - también en los teatros de la lírica -, por lo que parece representarles un estatus social más elevado. Lo que nos lleva al mundo de esa televisión, que es puro entretenimiento, trasvasado al Teatro de la Zarzuela. De ahí que en el referido espectáculo eurovisivo, la letra nos hable de Isabel la Católica e Isabel Preysler. "¿Esto es una cárcel o la casa de Nati Abascal?", dice Mercedes, la jefa de prisiones... esa profesión que ansiaba la Juana de Almodóvar; ella sí, genuinamente heavy.
Quizá por todo ello y por las conexiones, precisamente, televisivas (Izaguirre, Salado, Arteta, Vidal... trabajaban juntos en el mismo programa de televisión durante el encargo o génesis de esta obra), la firma musical que necesitaba este texto estaba abocada a recaer en Lucas Vidal, ganador de dos Premios Goya por sus partituras cinematográficas. Se da aquí, pues, la peculiar situación de encomendar una obra lírica, teatral, a alguien que prácticamente sólo ha compuesto para la pantalla... y ver y escuchar cómo estos códigos se desarrollan en lo vívido - y peligroso - que tiene un escenario. El resultado es bastante desigual y sigue quedándome la duda - y la necesidad - de poder escuchar, en cualquier teatro de este país, una zarzuela en manos de un compositor o compositora que viva desde el ahora, como Vidal, joven en la medida de lo posible, como Vidal, pero que se dedique, su oficio sea verdaderamente la composición de aquello que solemos escuchar en teatros o auditorios.
Cuando, en 2023, se define una obra lírica, primero de todo, como "fácil para el público", estamos haciendo equilibrios sobre el alambre. Es el público quien ha de decidir eso y no al revés, supongo... y cabe hacernos la pregunta de si esa meta creativa ha podido condicionar los pentagramas. De igual modo, por ejemplo, al apuntar que está "alejada de lo dodecafónico", (corriente que tuvo lugar hace un siglo), ya que aleja la música, al mismo tiempo, de una originalidad actual. Sea la que sea. Vidal ha seleccionado diversas fórmulas empleadas en las zarzuelas más conocidas: chotis, pasadoble... unidas a fórmulas cinematográficas y sonoridades pop, que crean una pátina continuada de reminiscencias sobre "lo ya escuchado" aquí y allá. Musicalmente hay de todo, momentos pegadizos en la melodía, momentos de mayor inspiración o resultado, como la cómica escena del primer acto, con La Venenosa y la Colombiana, o páginas que, personalmente, no termino de comprender (primera escena de Ana Mía y Chelo...) o donde el recuerdo a otras obras es demasiado abrumador. No tiene por qué haber nada malo en ello, miren al maestro entre maestros, Antón García Abril, con Stravinsky y El hombre y la Tierra, o el Concierto para violín de Brahms y Anillos de Oro... Con todo, por momentos el resultado se vuelve demasiado compacto, algo básico, (el momento de baile con castañuelas no es lo que, personalmente, le pido a una zarzuela en 2023) y no encuentro cohesión entre las diferentes escenas o secuencias, porque el corte de todo ello es verdaderamente cinematográfico, así como una conexión con la psicología de los personajes o el libreto en sí mismo. Quizá, seguramente, el teatro requiera afinar un tanto mejor los códigos propios.
A ello se sumó un complicado, diría, problema de planos y falta de dinámicas en la mayoría de números, con Andrés Salado debutando en la Zarzuela mientras bregaba con mano tan férrea como flexible, lo que ha de ser una batuta, vamos, para que todo estuviera en su sitio, todo pudiera escucharse y todo pudiera disfrutarse. Por qué renunciar a la amplificación hoy en día es una duda razonable que surge al escuchar Trato de favor y tras haber disfrutado recientemente del sutil microfonaje de Nixon in China (1987) en el Real o Alexina B. (2023) en el Liceu. Un trabajo titánico desde el foso al que se sumó la siempre agradecida labor del Coro del Teatro de la Zarzuela, desde su parodia con La rosa del azafrán a el Show de Ana Mía y el número que le sucede, con la Nueva Sociedad, dos de los mejores momentos de la noche.
Sobre el escenario se creó esa magia única que tiene el oficio de los grandes intérpretes. Más allá del siempre esmerado, detallado y fluido trabajo de un grande de la dirección escénica como es Emilio Sagi, uno de los nombres que hicieron suya la función fue el de Jesús Ruiz con un vestuario maravilloso, icónico y espectacular. No sólo el figurín de la protagonista, sino en el propio coro durante el citado Show de Ana Mía o ese look Rita Barberá - María del Monte de Mercedes, la jefa de prisiones, que es el acierto total. ¿Saben ustedes aquella historia de la cultura pop sobre el Puente de las flores de València y la alcaldesa, en todo un trato de favor? Maravilloso.
Mercedes, la jefa de prisiones, fue una inconmensurable (no sé, pongan el adjetivo más superlativo que encuentren) Gurutze Beitia. Qué manera de hacer reír, qué manera de llegar al público - ¡qué impostación! -. Por muy arriba y muy lejos que uno esté sentado en el teatro, puede vérsele cada uno de sus gestos a través de su voz. Es una auténtica maravilla, de esas actrices que tiran de la función siempre hacia adelante. Beitia, que nos ha hecho reír tanto en el Teatro de la Zarzuela, se suma a otros nombres más o menos habituales de esta casa en similares cometidos: Lara Chaves, María José Suárez y Amelia Font. Tenerlas a las cuatro juntas supone un lujo, un privilegio que, si pueden, no deberían perderse. Entre cualquier cosa que tengan que hacer: cumpleaños, bodas, tanatorios... e ir a verlas a la Zarzuela, disipen la duda, que me lo van a agradecer. Son ellas quienes se roban el espectáculo... ¡y gracias a que están ellas! Suárez está pletórica en coordenadas propias como La Venenosa, ocurrente la Font como la Colombiana (¡qué genialidad su escena del Pentaclorofenol!) y divertidísima Chaves como Cuca. A ellas hay que sumar una estrella no invitada a la fiesta, que suelen ser las mejores: Amparo Navarro se lleva al público de calle como Chelo, con un canto distinguido y una vis cómico-dramática que es una genialidad. Lo poco o lo mucho que valga Trato de favor, lo hace gracias a las intérpretes que le dan vida sobre las tablas.
Completaba el reparto el Juan Miguel de Enrique Ferrer, muy acertado, sonoro, domeñando su particella, buscando la sutilidad, en un personaje que se va diluyendo dramáticamente a medida que avanza la obra. Siempre elegante la Mayka de Nancy Fabiola Herrera, quien cantará en breve en el Met de Nueva York la primera ópera en castellano en décadas, habría que haberle dado más tiempo y espacio en la partitura. Ainhoa Arteta como Ana Mía, desmedida en su comienzo (morcillas varias ante lapsus, me recordaba a Carmen Maura en su primera y única incursión en el teatro) y en sus diálogos, así como algún despiste musical, como en el número de Eurovisión, totalmente desdibujado. Desde luego, Arteta crea un personaje, da todo de sí y vuelve a demostrar, una vez más, que su mayor compromiso, papel cuché aparte, es con el escenario.
No deja de resultar vital el seguir experimentando con el género. Porque la zarzuela, como género al que pueda identificarse en coordenadas de nueva creación, hace mucho ya que, como decía en Platea la compositora Belenish Moreno-Gil, autora junto a Óscar Escudero de la zarzuela Héroes o Bestias, está muerta. Siguiendo con ellos, ciertamente, "producir nueva zarzuela desde códigos actuales y reinterpretar la tradición es imprescindible". Porque la zarzuela no revive por un título concreto, ni se redefine, ni se actualiza. Y son cosas que vamos a leer mucho en la prensa generalista estos días a propósito de Trato de favor (o de cualquier obra nueva que llamemos zarzuela). La zarzuela contemporánea, la poca que se estrena hoy en día, a pesar su aparente bonanza tras la pandemia: Héroes o bestias, El orgullo de quererte, Policías y ladrones, o este Trato de favor, suponen poco producto, por decirlo de alguna manera, como para poner un puesto en el mercado. Porque más prácticos o menos efectivos, más brillantes, más caros... La zarzuela contemporánea es, sencillamente, un muestrario de botones... Sensacionales botones como podría ser para alguien este Trato de favor que, eso sí, no debemos dejar de elaborar, de cerrar, desabrochar, zurcir, remendar e, incluso, cambiar por algún velcro... darle cabida a todos ellos, que es maravilla poder estar hablando - y disfrutando - de todo ello.
"En mi último suspiro creo que ya pueda preparar mi retiro dejando huella en la zarzuela. No será más el pasado, el presente es el teatro... No me olviden, por favor, a la historia yo pasaré... Y asumir con gentileza que soñar aquí es grandeza...".
- Ana Mía.
Fotos: Elena del Real.