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Música que sangra

Leipzig. 21/05/2023. Gewandhaus. Mahler: Décima sinfonía. City of Birmingham Symphony Orchestra. Robert Treviño, dirección musical.

En el marco del Mahler Festival de Leipzig, que se ha propuesto abordar la integral de su obra sinfónica, resultaba inevitable dar cuenta también de su Décima sinfonía, una partitura cargada de polémica e incertidumbres. Como es bien sabido, Mahler nunca completó la orquestación de la pieza, más allá del Adagio inicial. Si bien en un origen impulsó su difusión, con autores como Krener, Schoenberg o Berg, Alma Mahler se opuso después largo tiempo a cualquier tentativa por recrear la pieza en su integridad, a partir los manuscritos del compositor que se habían conservado. Finalmente, el musicólogo Deryck Cooke completó una reconstrucción íntegra de la Décima sinfonía que se estrenó en los Proms de la BBC en 1960. La grabación de esta ejecución por parte de la BBC llegó a oídos de Alma Mahler, quien se convenció finalmente de retirar el veto sobre cualquier difusión de la Décima. 

Lo cierto es que la versión de Cooke, siendo honesta y escrupulosa, no termina de ser otra cosa que una aproximación musicológica, nada comparable a lo que hubiera sido el proceso de orquestación y revisión propiamiente dicho por parte del compositor. La ejecución de esta versión de Cooke, como la de cualquiera de las otras muchas que se han aportado desde entonces (Carpenter, Weeler, Mazzetti, Barshai...), resulta por tanto más un ejercicio intelectual que una experiencia musical propiamente dicha.

Sea como fuere, la ejecución de Leipzig que nos ocupa se encomendó precisamente a una orquesta británica, la City of Birmingham Symphony Orchestra, que debía haber comparecido en la Gewandhaus liderada por su actual batuta titular, la lituana Mirga Gražinytė-Tyla, quien finalmente anuló su presencia por motivos de salud. En su lugar subió al podio el maestro Robert Treviño, bien conocido en nuestras latitudes peninsulares por su labor al frente de la Euskadiko Orkestra. La formación británica palideció un tanto, inevitablemente, al lado de formaciones de sonido tan poderoso y reconocible como la Orquesta del Concertgebouw o la propia Gewandhausorchester, pero hizo gala de una cuerda bien preparada, capaz de resolver la exigente y ácida escritura del Adagio, especialmente requeridos aquí los primeros violines. No tuvieron su noche en cambio las trompas, bastante irregulares; y las maderas cumplieron, sin encandilar, pero solventes durante toda la ejecución.

El trabajo de Treviño en el foso fue convincente: incisivo, intenso y preciso, realmente entregado a la pieza, con gesto claro y esmerado, controlando la situación en todo momento. No era fácil el reto de asumir una partitura tan infrecuente en un lapso relativamente breve de tiempo y Treviño lo resolvió con creces, saliendo más que airoso del reto.

La Décima sinfonía es, de algún modo, una música que sangra, parsifaliana en su espíritu, una suerte de herida abierta por la que mana un torrente de sentimientos y adversidades, con Mahler en 1910 aquejado ya no solo de una maltrecha salud física sino de una honda desazón personal, especialmente por el devenir de su relación con Alma Mahler, quien le había sido infiel con el arquitecto Walter Gropius. El compositor incluso consultó entonces con el célebre Sigmund Freud para tratar el terremoto anímico en el que se había visto sumido

El Adagio inicial parece emanar directamente de las cenizas de la Novena sinfonía y es genuinamente mahleriano, aunque diverso en su plasmación. El resto de la pieza, en cambio, es ciertamente extraño e inquietante, con trazos que se adentran con virulencia en los desarrollos posteriores que la Escuela de Viena hara suyos. 'Der Teufel tanzt es mit mir' (El diablo baila conmigo) anotó Mahler en la partitura, al inicio del cuarto movimiento. Y lo cierto es que hay algo de infernal y de descenso a los infiernos en los cuatro movimientos sucesivos: un primer Scherzo, un Allegreto llamado 'Purgatorio', un segundo Scherzo y un Finale. El seco y terrible golpe de bombo, que se repite casi como un inquietante letimotiv durante el último movimiento, marca la resolución de la obra, una partitura herida e hiriente que recibió aquí una más que justa y digna interpretación, a cargo de los músicos de Birmingham y la batuta de Treviño.

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Foto: © Christian Rothe