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Hechicería musical 

Barcelona. 20/05/23. L’Auditori. Obras de Unsuk Chin, Ravel y Prokóviev. Javier Perianes. Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña. Elim Chan, dirección.

Entre tímidos (y esperados) chubascos discurrió la tarde del pasado sábado en la que el Auditori acogió uno de los principales reclamos pianísticos de la temporada: Javier Perianes, de vuelta en la ciudad condal. Y es que, la visita de uno de los solistas más prestigiosos de nuestro país a las salas de Barcelona –cosa que se da con razonable frecuencia–, no es nunca una cuestión menor. Su apretada e internacional agenda esta temporada lo ha llevado a debutar con la Sinfónica de Dallas, Liverpool o la de Melbourne, sin olvidar las salas españolas. La talla de Perianes garantiza no solamente la exquisitez en términos técnicos, sino también la aportación de algo nuevo en cada concierto, cosa que un nutrido público auguró con acierto en el Concierto para piano de Ravel, el hit de la tarde, bajo la batuta invitada de Elim Chan. También de vuelta por la ciudad, tras su gira ibérica el pasado febrero, la aclamada directora hongkonesa conducía con la OBC la Sinfonía nº5 en si bemol, op.100 de Prokófiev.

Para abrir boca, se sirvió un tentempié de la compositora Unsuk Chin, la creadora más importante de Corea del Sur, titulada Subito con forza (2020), en clave de estreno nacional. A pesar del enfoque innovador en su música y especialmente en el estudio de la electrónica y de una sofisticada métrica, la propuesta de Chin se desarrolla en un lenguaje “conservador”, en el buen sentido, a caballo entre la vieja escuela contemporánea y las reminiscencias de Ligeti, con motivo de una oportuna efeméride beethoveniana –250 aniversario–, aderezada con arranques potentes de tensión. Así pues, la foránea y breve obra se desenvolvió razonablemente desde los graves sotto voce hasta las maderas más estridentes, y la batuta de Chan bombeó sangre a todo el musculoso conjunto, aunque los destellos individuales pudieron pulirse algo más. 

Con Perianes ya en su banqueta comenzó la entusiasta hechicería de Ravel, gracias también a una orquesta ya situada y atenta a las indicaciones de Chan que, a pesar de no ser una especialista en impresionismo –como sí el titular Morlot–, cumplió con el exigente Allegrement. Entre alusiones españolas y toques de jazz, el onubense recorrió arpegios, notas repetidas, y toda fantasía pianística, impertérrito, con articulación impoluta antes de, hasta, y durante el clímax final. El Adagio assai de Perianes flotó mansamente gracias a una dinámica quirúrgica, firmando un bellísimo dúo con oboe en el tercio final. El divertido Presto culminó con un milimétrico diálogo entre partes y con un Perianes incontenible. Del cruce de manos a las endiabladas escalas, el andaluz demostró una vez más por qué Ravel es una de sus insignias más notables. Apaciguó clamores con una de sus habituales propinas, Serenata andaluza, una joya sureña para suerte de los oyentes rendidos al conjuro. 

El postre lo cerró un Prokófiev de extremos que se inició como una agradable masa cálida emergente. Chan recorrió los compases de la quinta sinfonía desde lo más discreto hasta la artillería pesada, sin límite de decibelios en los fortissimi del primer y segundo movimientos. Destacó el “surfeo” de tempi del Allegro marcato, con una Chan más gestual y vivaz que nunca, y la nostálgica delicatesen del tercer movimiento, antes de cerrar con el broche de oro del último movimiento, extrayendo lo mejor de los graves y coronando con poderío el festejo final.

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Fotos: © L'Auditori/May Zircus