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El alma de los conciertos de cámara

Schwarzenberg, 18/06/2023. Angelika Kauffmann Hall. Obras de Schubert y Brahms. Stephen Waarts, violín. Daniel Müller-Schott, violonchelo. Francesco Piemontesi, piano.

Schwarzenberg, 20/06/2023. Angelika Kauffmann Hall. Obras de Schubert y Beethoven. Veronika Eberle, violín. Steven Isserlis, violonchelo. Connie Shih, piano.

No se puede entender una programación de una Schubertiada sin los conciertos de música de cámara. En el ámbito germánico del siglo XIX muchas familias contaban con miembros que eran grandes aficionados a la música y tocaban algún instrumento. Las veladas en las que se hacía música con piano o instrumentos de cuerda eran muy habituales y Franz Schubert fue un gran compositor de piezas para estos instrumentos. Obras de gran belleza y que son pequeñas joyas, que en mi caso, resultan mucho más atractivas que una sinfonía. 

Dos Kammerkonzert pude disfrutar en mi visita de este año a la Schubertiade de Schwarzenberg. En los dos casos, aunque no estoy seguro de que no sean músicos que colaboren en alguna ocasión entre ellos, no forman conjuntos estables. De manera puramente schubertiana se juntan para disfrutar y hacernos disfrutar con estas composiciones  para dos o tres instrumentos. El 18 de junio fue el turno de Stephen Waarts (violín), Daniel Müller-Schott (violoncello) y Francesco Piemontesi (piano). En primer lugar pudimos oír Variaciones sobre un lied (Flores secas) del ciclo de La bella molinera, D 802. Estas variaciones, compuestas seguramente antes de la publicación del ciclo de lieder es una obra compuesta para el flautista Fernando Bogner, amigo de Schubert pero no se publicaron hasta 1850, bastante después de la muerte del compositor. Aunque la obra sea para piano y flauta, la versión para violín es también muy escuchada. Flores secas es un bello lied, de tono fúnebre, pero Schubert crea una música en las Variaciones de diverso tono, donde se mezcla lo alegre con lo más introspectivo. La partitura, muy exigente, permite disfrutar al oyente del virtuosismo de los dos instrumentos y tanto el joven y descollante Stephen Waarts (debutante en la Schubertiade) como el más curtido Piemontesi no decepcionaron. La Arpeggione-Sonate D 821 es una de mis composiciones favoritas de todo el catálogo de Schubert. La grabación de Rostropovich y Britten forma parte de mi vida musical. Esta esclavitud que tenemos de nuestros registros favoritos a veces nos cierra la visión que deberíamos tener de una obra. He de decir que en este recital oí otra  Arpeggione, una más fresca, clara, bien definida y espléndidamente interpretada por Daniel Müller-Schott (que toca el Shapiro, un violoncelo de sonido excepcional obra de principios del siglo XVIII del luthier veneciano Matteo Goffriller) y Piemontesi. Hay que recordar que el arpeggione fue un instrumento musical de efímera vida que era un híbrido entre el violín (por su forma) y la guitarra (por sus seis cuerdas). Un virtuoso, Vinces Schuster, encargó una obra a Schubert para el arpeggione, y él rápidamente la compuso, haciendo una audición en la casa del propio Schuster con el compositor al piano. Es una obra de corta extensión pero de una belleza exquisita.

La segunda parte estuvo dedicada a la primera composición de cámara en la producción de Johannes Brahms. Es una obra de juventud (1854)  aunque fue reescrita (en la versión que ahora se interpreta  es de 1889), y en la que podemos descubrir ya la maestría compositiva del maestro hamburgués. Desde el alegre primer movimiento (allegro con brío) sorprende por la frescura y la delicadeza de la composición juvenil, por una atmósfera mórbida y sensual y por la rica y variada exposición de motivos. Si bien los cambios del maduro Brahms redujeron la duración del Trío, sigue conservando sus características fundamentales. Los tres músicos implicados en su interpretación formaron un conjunto homogéneo, con una indudable complicidad a la hora de las diversas entradas, creando ese carácter romántico y ensoñador que la obra encierra. Gran concierto.

Podemos calificar de espectacular el Kammerkonzert del día 20 de  junio con tres solistas que debutaban el la Schubertiade: la violinista Veronika Eberle, el violonchelista Steven Isserlis y la pianista Connie Shirh. Tres consumados músicos que por primera vez visitaban este festival y que dejaron una impresión estupenda en un programa centrado en Schubert y su admirado Ludwig van Beethoven. Del primero pudimos escuchar en primer lugar la la Sonata para violín y piano D 574, de 1817, influenciada por el compositor de Bonn, más importante en sus proporciones  y con una construcción en la que lo personal tiene preponderancia en comparación con las sonatas para violín y piano anteriores. Esta estructura, más elaborada, implica una escritura con más dificultades, a las que los dos solistas se enfrentaron haciendo gala de un virtuosismo y una compenetración muy especiales. Su manera de expresarse es muy distinta (vigorosa la de Shih, más comedida la de Eberle) pero ambas emocionaron con una obra que contiene un Schubert especialmente inspirado. La Sonata para piano y violonchelo op. 69 de Beethoven, terminada en 1808, transmite tan bien como cualquier otra obra de la época el estado de ánimo seguro de sí mismo en el que se encontraba Beethoven durante la segunda mitad de la primera década del siglo XIX, antes de que su vida se viera perturbada por la invasión francesa de Viena a mediados de 1809. La obra, de una belleza arrebatadora, con momentos como en el primer movimiento que se abre con el violonchelo entrando suavemente y sin acompañamiento con un tema que va creciendo gradualmente hasta una breve floritura de piano, repetida con los papeles invertidos, es original y de gran dificultad para los instrumentistas. Sólo era el principio, el desarrollo de la sonata en sus tres movimientos permitió, como ya he comentado el lucimiento de los solistas, especialmente del violonchelista inglés Steven Isserlis que toca el magnífico stradivarius Marquis de Corberon

La segunda parte estuvo dedicada a una obra de madurez de Schubert que requiere, dada su complejidad y su extensa duración, de un esfuerzo añadido de los intérpretes, que consiguieron poner en pie al público al final de su interpretación. Y es que el Trío para piano D929 compendia muchos de los temas más utilizados por el compositor. Por una parte  parece preludiar la Gran Sinfonía en do de unos meses después pero también en el segundo movimiento (Andante con moto) aparece la huella del Wanderer, una de las figuras señeras del mundo de Schubert. Toda la composición rezuma belleza y madurez y los solistas dieron todo de sí para recrear ese mundo tan particular, mezcla de melancolía pero con momentos de exultante alegría que parecen emular en un dibujo musical la vida de un compositor excepcional. No hubo mejor manera de terminar para quien firma esta reseña unos días disfrutando de la estupenda programación de la Schubertiade austriaca. Desde aquí quiero agradecer a la organización su amabilidad y las facilidades que han dado a mi trabajo. Hay que poner en valor también el esfuerzo que se hace tanto desde el Turismo del estado de Vorarlberg como la Oficina austriaca de turismo en España para que este gran acontecimiento cultural llegue mucho más allá de sus propias fronteras.