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Sin cerrar el círculo

Donostia. 24/08/2023. Quincena Musical Donostiarra. Palacio Kursaal. Piotr I. Chaikovsky: Obertura de fantasia Hamlet, op. 67. Igor Stravinsky: Oedipus Rex. Iréne Jacob (narradora), Peter Marsh (Oedipo), Claudia Mahnke (Yocasta), Mikhail Petrenko (Tiresias), Fernando Latorre (Creón), Damián del Castillo (mensajero) y Aitor Garitano (pastor). Coro Easo y Orquesta Sinfónica de Bilbao. Dirección escénica: Santi Arnal y Anna Fernández. Dirección musical: Erik Nielsen.

La ópera y la Quincena Musical donostiarra mantienen una relación de amor-odio más que interesante. En cuanto se presenta una nueva edición siempre se hace hincapié sobre la presencia –o no- de la ópera y en caso afirmativo se subraya la importancia del título, siempre uno de mucho tirón popular que permita llenar dos funciones. Porque la ópera es el único espectáculo al que se le conceden dos sesiones en el Kursaal como muestra de la expectación que despierta y la relevancia que tiene.

Hace unos meses en conversación privada me dijeron que este año no iba a haber ópera en la Quincena y es que entre la carestía habitual de cualquier producción de este género, los límites técnicos del Kursaal y los efectos devastadores de la pandemia en la economía del festival se justificaba el asunto en que no está la situación para embarcarse en aventura alguno. Así pues, recibí la noticia con tristeza pero sin ninguna sorpresa. 

Más tarde se dio a conocer que en el programa estaba presente Oedipus Rex en función única, obra original como pocas y que su autor, Igor Stravinsky, definió como ópera-oratorio, con lo que parecía haberse alcanzado una salida que pudiera satisfacer al respetable. Sin embargo, también he tenido que leer aun hace unos pocos días en medios generalistas lo de la ausencia de la ópera en esta edición por aquello de que este título no entra en lo que convencionalmente se entiende por ópera. Ello solo demuestra lo acomodado que está el público donostiarra y lo tortuoso que resulta caminar por nuevas vías a la hora de ofrecer este género al público fiel a la Quincena.

Esta introducción me sirve para concluir que lo mejor de esta propuesta ha sido, precisamente, la propuesta en sí misma. Es decir, creo que ha sido un acierto programar Oedipus Rex y salirse de lo más convencional porque esta obra es interesante, prueba singular de las distintas vías que el teatro musicado ha desarrollado durante el siglo XX y obra cara de ver, con lo que la oportunidad no podía obviarse. Otra cosa bien distinta es el resultado final, en el que observo tanto luces como sombras.

Porque en mi modesta opinión el proyecto no ha terminado de cerrar el círculo: la idea no era mala, tampoco los componentes para elaborarla, más que idóneos; la intención, plausible pero… algo ocurrió que creo no fuimos capaces de redondear la noche y personalmente no pude evitar el volver a casa con cierto desasosiego, con un punto de frustración por considerar que no se había terminado de redondear la propuesta.

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Oedipus Rex es una obra de difícil encaje; su duración apenas llega a los cincuenta minutos y requiere siete solistas –seis vocales y la narradora-, coro masculino y orquesta grande. No es fácil encontrar un título –más o menos de repertorio- que encaje en programa doble con ella y en este caso Erik Nielsen apostó por una breve obra sinfónica de Piotr Ilich Chaikovsky, la Obertura de Fantasía Hamlet, op. 67 que no se encuentra entre lo más conocido del compositor y que dejó al público bastante frío. Al estar el escenario ocupado por el atrezzo necesario para la siguiente obra vivimos la particularidad de la que la orquesta estuviera en el foso durante esta interpretación sinfónica. El público no reaccionó al final de la misma y sin solución de continuidad nos fuimos a la obra principal de la noche.

Ya con Stravinsky nada estuvo mal pero nada estuvo brillante, con alguna excepción. La Quincena es muy dada a dar lustre a sus producciones –como, por otra parte, resulta hasta lógico- y aquí se anunció que en esta producción el papel de la famosa actriz francesa Irène Jacob iba a ser relevante; pues bien desconozco en donde residía tal intención porque Jacob, con una dicción preciosa y exacta, lo que hizo fue su papel sin alardes extraordinarios. Estuvo brillante porque tiene magnetismo y domina muy bien el espacio teatral pero nada más ni nada menos. El tenor Peter Marsh tenía que hacer frente al único papel importante de la obra, Oedipo, personaje que está en escena prácticamente los cincuenta minutos y que tiene varias intervenciones relevantes. La voz no es grande y es dueño de distintos colores, con un agudo algo comprometido aunque puede decirse que pudo con el papel.

El resto de solistas tiene cada uno una intervención y desaparece de la obra. Por orden de aparición, Fernando Latorre ha asumido el papel de Creón y lo ha hecho con una voz suficiente y dignidad vocal. Mikhail Petrenko ha sido un Tiresias grave y de buena presencia, bastante mejor que la semana pasada en la monumental Sinfonía nº 8, de Gustav Mahler y a ello habrá ayudado, sin duda, que la tesitura le fuera muchísimo más comoda. 

La Yocasta de Clauda Mahnke ha sido, vocalmente, muy interesante; la voz es grande, el vibrato no molesta y tiene una fuerza escénica imponente y lo cierto es que llenaba el escenario con su simple aparición. Damian del Castillo fue, vocalmente, lo más atractivo de la noche y su mensajero tuvo un empaque inusitado. Muy bien Aitor Garitano en su pequeña intervención.

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El coro tiene un papel relevante; de hecho, junto al protagonista es la base de toda la obra y en este caso quizás el grupo coral estuvo condicionado por su disposición en la parte trasera del escenario, tras un telón traslúcido pero junto a momentos más certeros no pude evitar apreciar ciertas inseguridades en las entradas y falta de empaste y sonoridad en un grupo con gente muy joven.

La puesta en escena me supuso una importante decepción. Per Poc es un grupo de titiriteros al que ya pude observar en su reciente trabajo de El retablo de maese Pedro en las inmensidades del Euskalduna y los problemas se han repetido. En el caso que nos ocupa la propuesta se basaba en dos conceptos técnicos: por un lado, la proyección de ciertas pequeñas imágenes, aumentadas con luces sobre la pantalla colocada delante del coro y que no aportó absolutamente nada. Y por otro, la colocación sobre el escenario de esculturas de estilo clásico, al modo romano, de bustos y caras de distintos personajes. Los cantantes iban agrupando tórax y cara hasta crear el personaje completo, como si de hacer un pequeño puzle se tratara. A mí me dejó bastante frío porque entiendo que aportaba muy poco al argumento.

Finalmente, Erik Nielsen llevó con empuje la obra y aunque denoté cierta falta de tensión en la escena final, transmitió fe por una obra que, por suerte hemos podido vivir en una Quincena siempre tendente a lo conservador. Por ello creo firmemente que lo mejor fue el apostar por la obra y darla a conocer a un público que llenaba en un 80/85% el recinto.