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Zaragoza. 02/11/2023. Auditorio de Zaragoza. Obras de Suk, Prokofiev y Rajmáninov. Rundfunk-Sinfonieorchester Berlin. Jan Lisiecki, piano. Vladimir Jurowski, dirección musical.

Siguiendo con la temporada de Ibermúsica, de la que el Auditorio de Zaragoza se ha convertido de facto en una sucursal en los últimos años, la gira de la Orquesta Sinfónica de la Radio de Berlín recaló también en la Sala Mozart del escenario zaragozano. Esta tournée se había organizado en ocasión del centenario de esta formacion berlinesa que, desde septiembre de 2017 cuenta con el ruso Vladimir Jurowski como director musical al frente. Con sus cien años de historia, la Rundfunk-Sinfonieorchester Berlin es de hecho la orquesta radiofónica más longeva de Alemania y desde 2019 cuenta con una gerente española, Clara Marrero, una profesional que atesora una larga experiencia en Alemania, tras su paso por la Staatskapelle de Dresde con Luisi y Thielemann y tras su etapa en la Staatskapelle de Berlín junto a Daniel Barenboim.

El concierto en cuestión se inició con una obra de muy relativo interés y de extraña presencia en este programa, el Scherzo fantástico op. 25 del checo Josef Suk, una partitura más bien repetitiva, desigual y poco estimulante. En cualquier caso, la pieza sirvió al menos para exhibir las buenas prestaciones de las diversas secciones de la formación. La primera parte se completó con el Concierto para piano y orquesta no. 2 de Sergei Prokófiev, una partitura que en su día trajo de cabeza al compositor, sumamente insatisfecho con la pieza en sus primeras versiones y duramente criticado cuando la pieza se estrenó en San Petersburgo en su versión original de 1913. Diez años después, Prokofiev volvió sobre la pieza, reconstruyendo el original de las partituras, destruídas en un incendio durante la Revolución de 1917. Así, la pieza vio la luz en su versión definitiva en 1924, en París, con el propio compositor al piano y con Sergei Koussevitzky a la batuta.

Estamos ante un concierto endiablado, con la fama bien ganada de ser uno de los más ingratos de todo el repertorio para este instrumento. Es además una pieza oscura, enigmática, llena de fogonazos, con un tono extrañamente narrativo, sin contemplación alguna para el lirismo. Desde luego, poco popular y lo cierto es que concita poco entusiasmo entre las audiencias. Pero, así y todo, cabe celebrar que se interprete de tanto en tanto más allá del consabido 'abc' de los conciertos para piano. Como solista, la labor de Jan Lisiecki al piano fue encomiable pero no llegó a enceder la mecha del entusiasmo. Cumplidor, y eso no es poco con una partitura tan endiablada, pero un tanto falto de carisma y desenvoltura; muy concentrado, sí, pero liviano en términos de personalidad. Una impresión semejante me produjo hace ahora un año y también en Zaragoza su 21 de Mozart. Sea como fuere, su entendimiento con Jurowski fue intachable, respaldando el maestro ruso al pianista canadiense con suma serenidad y confianza. 

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La segunda mitad de la velada presentaba un único plato fuerte, la Sinfonía no. 3 de Sergei Rajmáninov. Aquí, lejos de versiones almibaradas, el enfoque de Vladimir Jurowski se caracterizó por la precisión en el trazado, siempre de tiempos y rítmos exquisitamente marcados, estrictos, apostando por una disección minuciosa y nítida de la partitura. La visión resultante fue preclara, con el perfecto equilibrio entre la emotividad, la teatralidad y el análisis, tomando distancia, pero profundizando al mismo tiempo en los muchos recovecos de la obra. Quizá renunció un tanto al fraseo en pos de la contundencia, precisamente intentando alejarse de ese Rajmáninov más azucarado, como antes indicaba. El resultado fue una lectura enérgica y vibrante, de controlada agitación.

Esta sinfonía es ciertamente singular, con una estructura tripartita en la que el movimiento central, de modo innovador, hace las veces de movimiento lento y scherzo. La lectura de Jurowski y sus músicos berlineses fue irrebatible y muy atractiva. Jurowski hace gala siempre de un gesto magnífico, de gran elocuencia y autoridad; y su entendimiento con los atriles de la Orquesta Sinfónica de la Radio de Berlín es palpable, de una alta complicidad. La formación berlinesa exhibe un sonido muy hecho, sin fisuras, quizá algo parco en colores, falto seguramente de un sonido más propio, pero eso es hoy en día mal endémico, con cada vez menos orquestas capaces de exhibir un sonido reconocible y singular. Sea como fuere, con este Rajmáninov -y con el precedente Prokófiev- la Rundfunk-Sinfonieorchester Berlin demostró estar en muy buena forma, en ocasión de su centenario.

Como propina, la misma que Jan Lisiecki había ofrecido al cierre de la primera parte, el Preludio en do sostenido menor, Op. 3, No. 2 de Rajmáninov, solo que aquí en su versión para orquesta, en el espectacular arreglo de Leopold Stokowski. 

Fotos: © Peter Meisel