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La eterna juventud

Hamburgo 17/11/2023. Staatsoper Hamburg. Romeo und Julia. Prokófiev. Azul Ardizzione (Julia), Louis Musin (Romeo) Alessandro Frota (Mercutio), Emiliano Torres (Tybalt). Ballet de Hamburgo. Orquesta Filarmónica de la Ópera del Estado de Hamburgo. Jonh Neumeier (Coreógrafo). Markus Letiner (Director musical). 

William Shakespeare creó a finales del siglo XVI una tragedia en la que la juventud es el eje básico sobre el que gira toda la acción. Se puede pensar que son el amor, el odio entre familias o la propia muerte los puntos más importantes de la obra, pero el drama que surge en la medieval Verona sería casi ilógico si no fuera porque toda la acción la mueve la inconsciencia, el impulso, la pasión que solo la juventud tiene. No lo digo yo, lo afirma el coreógrafo John Neumeier en la introducción al programa de mano de estas representaciones de Romeo und Julia del Ballet de la Staatsoper de Hamburgo. El gran director norteamericano, que ahora cumple cincuenta años dirigiendo uno de los conjuntos de danza más importantes del mundo ha querido recuperar esta coreografía que estrenó cuando dirigía el ballet de la Ópera de Frankfurt, allá por 1971. Entendemos perfectamente que Neumeier haya elegido esta obra para celebrar esta efemérides. Fue su primer ballet completo y supuso un cambio importante en la concepción de las coreografías clásicas. Sus palabras nos aclaran su intención: “Antes de mí, las versiones de ballet parecían haber evolucionado principalmente como una secuencia de producciones tradicionales. Mi objetivo, sin embargo, era volver a Shakespeare y a las obras que le inspiraron. Estaba decidido a profundizar –en la historia, la leyenda, el mito– para encontrar algo único y personal, a la vez que relevante, a lo que luego pudiera dar forma física. Además, a expresar los desarrollos emocionales únicamente a través de la danza, que era entonces una idea muy nueva en el ballet clásico”.

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Claramente consigue sus objetivos. En su Romeo und Julia hay, por supuesto, protagonistas, pero es un ballet de conjunto, donde desaparecen intencionadamente las estrellas y se busca más la naturalidad, la juventud, más el espíritu que la perfección técnica. En su planteamiento escénico  (obra de Jürgen Rose, responsable también del vestuario), se acude a las fuentes clásicas y al primer renacimiento tanto en la escenografía como en los figurines. Los movimientos de los jóvenes amantes y sus compañeros son siempre ligeros, veloces, intensos. Es peculiar el lenguaje utilizado por el coreógrafo para diferenciar la clase alta, la aristocracia veronesa, con el pueblo llano. Las posturas corporales y de las manos de esa nobleza resulta ridícula, para recalcar su falsedad, que se subraya con el adulterio de la madre de Julia con Tybait, su propio sobrino. En cambio, tanto los Montescos como los titiriteros amigos de Romeo se mueven con gestos naturales, casi a veces toscos y ordinarios, pero llenos de una alegría que está ausente de la clase alta. Julia, joven, inexperta, pero ardorosa y alocada quiere formar parte de esa otra clase social que no le impone las restricciones de la suya, y se lanza en brazos de Romeo. 

Y es que los brazos que sostienen a Julia forman parte fundamental de la coreografía. Los vuelos de la joven en manos sobre todo de Romeo nos transmiten esa ligereza del personaje que se deja llevar por el momento, que quiere volar y vivir intensamente. Neumeier, en cada gesto, en cada movimiento, nos transmite lo que la palabra niega al ballet, y lo agradecemos. Porque las miradas, las inflexiones de los cuerpos, los gestos, la posición de una mano, nos dicen mucho más que muchos textos. Romeo und Julia es una obra maestra y su reposición en la casi ya jubilación de un joven John Neumeier de 84 años, un auténtico placer.

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Para hablar de los bailarines volvamos a escuchar al coreógrafo norteamericano: “Estaba convencida de que Julieta no debía parecer una primera bailarina virtuosa. Al leer la obra de Shakespeare, en la primera escena de Julieta nos enteramos de que cumplirá 14 años dentro de "quince días y días impares", que su madre no puede tener más de 27 años. En la presente reposición, por primera vez he elegido deliberadamente bailarines muy jóvenes, sin principales, prácticamente sin solistas, para hacer aún más creíble este drama extremadamente improbable”. Y no ha podido haber elegido mejor. Julia es Azul Ardizzone, una joven argentina de tan solo 15 años que hace su debut como protagonista en esta obra. Les recomiendo que lean el artículo que el periódico La Nación de Buenos Aires le dedica a raíz de este estreno. Resulta tremendamente aclarador de cómo es la vida de una bailarina (o de cualquier colega masculino). Su trabajo consiguió los objetivos de Niemeyer. Ardizzone es una mezcla perfecta de ternura y ardor, de inocencia y resolución y su trabajo es maravilloso. No se queda atrás el Romeo de Louis Mousin, un bailarín belga-brasileño de 22 años que hizo un trabajo espectacular, más maduro, como es lógico, que el de su compañero pero también fresco y técnicamente de gran nivel. Debería nombrar a cada uno del resto de la compañía, no sólo los que tienen un papel relevante (Tybalt, Mercutio, los amigos de Romeo, las primas de Julia, los condes Capuletos…) sino también todo el conjunto del Ballet de la Ópera de Hamburgo. Todos ellos nos procuraron una velada inolvidable.

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Pero nada de lo anterior sería posible si no se basase en una de las partituras más espectaculares para ballet del siglo XX creada por el ruso Sergéi Prokófiev. No es el momento de hacer un análisis de una música rica, variada y llena de fuerza expresiva y descriptiva que pasó duros avatares desde su creación en 1935 (no fue estrenada en el teatro Kirov hasta 1940), perseguida por las críticas de Stalin. Fue muy poco representada durante la época soviética, pero a partir de su estreno en el Reino Unido y su difusión por todo el mundo se considera uno de los mejores trabajos del compositor. En esta ocasión la música brilló especialmente gracias a una dirección viva e intensa de Markus Lehtinen. El maestro finlandés, habitual en el foso hamburgués en las sesiones de ballet, desmenuzó la partitura con precisión y estuvo muy atento a los detalles. Junto a la extraordinaria Orquesta de la Staatsoper fue una de las triunfadoras de la noche. Una noche donde un público más joven de lo habitual en un teatro de ópera y totalmente entregado ante la brillantez del espectáculo, demostró su agradecimiento a los artistas con largos e intensos aplausos.

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Foto: © Kiran West