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Mucho ruido y escasas nueces

Barcelona, 6 de junio de 2025. Gran Teatre del Liceu. Marina Rebeka, soprano. Clémentine Margaine, mezzosoprano. Martin Muehle, tenor. Ludovic Tézier, barítono. Orquestra del Gran Teatre del Liceu. Giuseppe Finzi, dirección musical.

Parece sobrevolar un cierto aire de maleficio sobre las galas conmemorativas organizadas en el Gran Teatre del Liceu estos últimos años. Siempre surge algún elemento distorsionador que impide que este tipo de evento, siempre delicado, resulte absolutamente satisfactorio. En esta velada, celebrada con el pretexto, un tanto inconsistente, de celebrar los 178 años de la inauguración del teatro, el factor negativo cabe situarlo principalmente en el podio. Giuseppe Finzi, director con un currículum más que respetable que incluye un largo período de asistente de Riccardo Muti en La Scala y presencia recurrente en la Ópera de San Francisco, no calculó con tino un volumen sonoro que perjudicó las voces, llevándolas en todo momento al límite, y que acabó siendo agotador para el espectador. 

Ni un solo pianissimo sonó en toda la velada y la Orquestra del Liceu, pese al buen nivel general de ejecución de todas las secciones, se movió constantemente entre el mezzo forte y el fortissimo. Este error de cálculo por parte del director fue especialmente molesto en la primera parte, dedicada a la ópera francesa. En los diversos números dedicados a Massenet (Le Cid y Thaïs) fue donde esa escasa variedad de dinámicas y falta absoluta de transparencia fue más evidente. La orquestación del compositor francés siempre es delicada pues incluye una notable presencia de los metales que, sin la atención necesaria por parte del director, acaban por saturar el sonido y eliminar cualquier tipo de nuance y delicadeza que requiere este repertorio. En la segunda parte, centrada en la ópera italiana, esa sensación de ruido y furia permanente disminuyó puntualmente, en gran parte por el tipo de orquestación, y permitió disfrutar de los mejores momentos de la gala.

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Por fortuna, la velada contó con cuatro cantantes poseedores de instrumentos poderosos capaces, en muchos momentos, de sobreponerse a la barrera sonora. Marina Rebeka fue la primera en enfrentarse a las inclemencias de la batuta con "Pleurez! Pleurez mes yeux", de Le Cid. Entre el estrépito instrumental y una voz aún poco caldeada, la bella aria de Massenet pasó desapercibida. Las grandes cualidades de la soprano letona se apreciaron mejor en el posterior dúo de Thaïs junto a Ludovic Tézier: prístina nitidez en la emisión de una voz spinto por momentos centelleante, dotada de mucho metal, aunque no exenta de calidez, a lo que hay que añadir un fraseo inmaculado. Su Bolero de I vespri siciliani en la segunda parte constituyó una exhibición de recursos técnicos en una aria de extrema dificultad, como también su prestación plena de carácter del dúo de Il trovatore “Udiste!...Mira di acerbe lacrime”, de nuevo al lado del barítono francés.

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La mezzosoprano Clémentine Margaine, que sustituyó a la inicialmente prevista Ekaterina Semenchuk, mostró en todo momento un instrumento voluminoso, carnoso y de calidad, aunque una línea de canto menos interesante. De nuevo, su aria inicial, la célebre “Mon coeur s'ouvre à ta voix”, del Samson et Dalila de Camille Saint-Saëns lució destemplada vocalmente y, en este caso, muy limitada a nivel expresivo, algo imperdonable en este fragmento de especial lucimiento. Mucho más centrada pareció en la escena final de Carmen, con acertados e incisivos acentos dramáticos, cerrando con buena nota una primera parte complicada y poco satisfactoria. En la segunda mitad fue la primera solista en intervenir tras una estruendosa Obertura de Nabucco y lo hizo con la escena de Azucena de Il trovatore "Condotta ell'era in ceppi”. Aquí la expresión tendió a la monotonía y el instrumento mostró desigualdades de registro, especialmente en una zona aguda carente del brillo y morbidez del centro, limitación que se volvió a constatar en el posterior dúo de Aida "L'abborrita rivale a me sfuggia" dando répica al Radamés de Martin Muehle.

El tenor brasileño desplegó entrega en cada una de sus intervenciones, pero el matiz en la emisión y la sutileza en el fraseo le son completamente ajenos. Como lo es el estilo francés, algo que quedó patente en una lectura de “Ô souverain, ô juge, ô père” (Le Cid) cantada toda ella a pulmón. Con Margaine dándole la réplica como Carmen estuvo más convincente, sobre todo en las violentas invectivas de Don José, pero las limitaciones expresivas se volvieron a poner de manifiesto en el dúo de Aida. La voz es enorme, con un centro musculoso y no exenta de brillo en el agudo. La actitud física, siempre con una pierna y en posición de ataque recuerda a la de Del Monaco, pero como se pudo comprobar en “Un dì all’azzurro spazio”, de Andrea Chénier, su canto carece de la elocuencia y fantasía de su referente.

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Completó el cuarteto el gran Ludovic Tézier, probablemente el barítono dramático más completo de la actualidad. Lo demostró con un “Nemico della patria”, también de Andrea Chénier, majestuoso por intención y calidad vocal. El modo en el que gestionó la frase “Com’era irradiato di gloria”, con una técnica de cobertura tan canónica como expresiva, debería ser de enseñanza obligatoria en las escuelas de canto. Magnífico también en el dúo de Il trovatore con Rebeka como Leonora, otro de los momentos de la velada, luciendo ese timbre esponjoso y equilibrada emisión que le caracterizan. Cual viejo zorro, en su primera intervención, la cautivadora "Voilà donc la terrible cité! Alexandrie!", de Thaïs, decidió no luchar contra la batuta, empezando a exhibir su clase en el dúo posterior de la misma ópera. Dos propinas cerraron esta irregular gala liceística. Las dos mujeres regalaron una versión absolutamente falta de encanto de la famosa Barcarolle, de Les contes d’Hoffmann, en la que Finzi volvió a hacer de las suyas, aportando un sonido grueso y un tempo casi marcial. Finalmente, Muehle y Tézier protagonizaron de manera brillante el dúo “Si, pel ciel”, del Otello verdiano dejando ahí todo su remanente vocal.

Fotos: © Sergi Panizo