Una fiesta de teatro musical
Barcelona, 4 de enero de 2024. Gran Teatre del Liceu. Bizet: Carmen. Clémentine Margaine (Carmen), Michael Spyres (Don José), Adriana González (Micaëla), Simón Orfila (Escamillo), Felipe Bou (Zuniga), Toni Marsol (Morales), Jan Antem (Dancaïre), Carlos Cosías (Remendado), Jasmine Habersham (Frasquita), Laura Vila (Mercedes), Abdel Aziz el Mountassir (Lillas Pastia). Orquesta y Coro del Gran Teatre del Liceu. Josep Pons, director musical. Calixto Bieito, director de escena.
Estrenada en 1999, la producción de Calixto Bieito de Carmen es ya un clásico. El hecho de que haya sido vista en varios escenarios y, sobretodo, que se haya repuesto unas cuantas veces en el Liceu sugiere que tal vez no habría que dedicarle muchas lineas en esta crítica, puesto que ya ha sido comentada largamente. Sin embargo, despachar la puesta en escena de Bieito en una par de lineas sería absurdo dado que la finalidad de la crítica es describir y valorar lo visto, y la realidad es que la dirección escénica lo dominó todo.
Pasada la obertura, Carmen se inicia con la escena del asedio de Micaëla por los soldados, explicitada por el texto y reforzada por la música por si cabían dudas de la naturaleza de la situación. A continuación las cigarreras nos recuerdan mientras fuman que "el dulce hablar de los amantes, ¡es humo! Sus promesas y éxtasis, ¡son humo!" y aún se refuerza esta temática con el baboseo de Zuniga durante la detención de Carmen. El libreto, magistral, construye durante el primer acto el marco desde el cual hay que entender la relación entre Carmen y Don José, que es el hilo conductor de la obra. Toda esa tensión patriarcal es plasmada con claridad y contundencia por la puesta en escena de Bieito, con una agresividad que no colisiona, sin embargo, con el tono semicómico de buena parte de la obra. Incluso la licencia más significativa, es decir, el hecho (ya en el segundo acto) de que la taberna de Lillas Pastia no sea de hecho ninguna taberna sino un botellón en un descampado encaja perfectamente con la particularidad, consignada en el texto, de que se trata de una taberna situada extramuros, en una especie de lugar sin ley.
El contenido cómico sigue siendo dominante con la aparición de los contrabandistas, estupendamente caracterizados por Jan Antem, Carlos Cosías (muy divertido), Jasmine Habersham y Laura Vila y el melodrama sólo estalla cuando suena la retreta y Carmen se da cuenta de que, efectivamente "sus promesas y éxtasis, ¡son humo!". La manera en que esta producción se mueve entre lo cómico y lo trágico es siempre convincente y este es un aspecto decisivo en esta obra. Del mismo modo, el folclorismo kitsch, que es otra de las características clave de Carmen, resulta también espléndidamente plasmado con la omnipresencia de esa enorme bandera española y el ya célebre baile ante el toro de Osborne. Pero tal vez sea en el último acto donde la apuesta tiene más mérito. Conseguir que la escena coral inicial resulte ser vibrante desde el punto de vista escénico no es nada fácil, y ello sucede sin más elementos que la simple presencia del coro en escena. Este minimalismo tiñe toda la puesta en escena pero llega a su culminación con ese círculo pintado en el suelo que servirá de plaza en la que se ejecutará el asesinato cobarde de un ser inocente y desarmado.
La verdad es que, aunque nada en la ejecución musical se puede considerar calamitoso, en todo momento se percibió la sensación de que la música no estaba a la altura de la escena. La dirección de Josep Pons tuvo sus momentos brillantes pero también sus fragilidades, alguna que otra rigidez, escasa delicadeza en la primera escena y cierta aceleración en las escenas de los contrabandistas que, si bien es coherente con el contexto cómico, requiere más flexibilidad (no sólo en el quinteto sino también en el final del segundo acto). El coro, por su parte, tuvo una actuación brillante pero también un notorio descuadre de los hombres en la "Habanera".
Si bien el reparto vocal tuvo un nivel medio aceptable la verdad es que no ofreció nada extraordinario que pudiera competir con el brillo y la expresividad del movimiento escénico. La mejor aportación vocal la ofreció Clémentine Margaine, de vocalidad más que suficiente y momentos de bella musicalidad mezclados con otros más vulgares. Como el resto del reparto, tal vez con la excepción de Michael Spyres, estuvo bastante convincente en escena.
En lo que respecta al Don José de Michael Spyres la cosa no fue tan fluida. En su última aparición en el Liceu estuvo brillantísimo en el Oedipus Rex de Stravinski y es un tenor con buenas cualidades musicales, que demostró con algunas bellas dinámicas (entre ellas el final del aria de la flor) y un fraseo coherente en general. Sin embargo, todas y cada una de las notas de pasaje (y son un montón en Carmen) perdían color y se iban atrás. Ello lastró muchísimo su prestación, junto al hecho de que probablemente a nivel actoral fuera el elemento más débil del reparto.
Adriana González cantó Micaëla partiendo de la corrección del primer acto y yendo de menos a más, con un rendimiento notable en el tercer acto (incluida su aria). Escamillo, por su parte, es un papel de características muy particulares. Requiere un barítono que tenga un buen registro grave sin perder el carácter ligero de la música que Bizet le dedicó. Para un bajo como Simon Orfila el reto está en mantener ese estilo elegante y resolver ciertos agudos incómodos en el aria. El cantante menorquín encontró soluciones muy plausibles para todo ello al tiempo que tuvo una presencia escénica espléndida.
Toni Marsol ofreció un Morales muy sólido y escénicamente poderoso. Menos convincente, aunque correcto, fue el Zuniga de Felipe Bou. En cambio uno de los puntos fuertes del reparto fue la prestación de los cuatro contrabandistas, escénicamente comprometidos y musicalmente eficaces.
Pero la ópera es teatro, y como se pudo demostrar el otro dia en el Liceu, no es necesario presentar fenómenos extraordinarios en el reparto para que una representación de Carmen sea una gran fiesta de teatro musical.
