Frenesí
19/02/24. Grosse Musikeverein Saal. Obras de Brahms, Szymanowski y Strauss. L. Batiashvili, violín. Berliner Philharmoniker. Kirill Petrenko, dirección musical.
Impacto sonoro, experiencia sensorial y explosión de aplausos ante la poderosa actuación de los Berliner Philarmoniker en la sala principal del Musikverein. Con la Obertura trágica de Brahms, la orquesta demostró la pureza de su sonido, la orgánica fuerza de sus secciones y un aliento sinfónico afín a esta pieza de Brahms de un cuarto de hora de duración. Un guiño cómplice de los Berliner a Viena pues esta obertura se estrenó en esta misma sala un 26 de diciembre de 1880, entonces con Hans Richter a la batuta, al frente de la Filarmónica de Viena.
Con la actuación de la violinista Lisa Batiashvili, Petrenko y los Berliner se enfundaron en el universo sideral y lleno de texturas de Szymanowski. Aquí, la melismática orquestación, tan rica de ecos tardorrománticos como del vaporoso anuncio de la música cinematográfica, fundió la formación con el fraseo lunar y fantasioso de una Batiashvili que fue pura expresión.
La solista georgiana se entregó en un ejercicio de estilo lleno de sensualidad y fantasía cromática, en medio de la partitura como un miembro más de la orquesta. La obra, que roza la media hora de duración, rezuma un carácter simbolista, con una atractiva mezcla de ecos sinfónicos rusos, inspiración impresionista y el sello característico de Szymanowski, con una orquestación densa, rica y muy sugestiva.
Tanto la batuta de Petrenko, flexible, expresiva y puntillista como la entrega y comunicabilidad de Batiashvili, de arco firme, acordes pulidos y arabescos preciosistas, cerraron una primera parte modélica.
No deja de tener su morbo que en una visita de los Berliner a la Musikverein, sede la Filarmónica de Viena, programen a Richard Strauss, un compositor que es insignia de la ópera vienesa y que también es una especialidad de los Wiener; de hecho, seguramente junto a la Münchner Philharmoniker, la Orquesta de la Ópera de Munich y la Sächsische Staatskapelle Dresden, no hay orquesta más straussianas que ellos.
Conscientes de ese peso cultural y orgullo sinfónico, Petrenko y los Berliner ofrecieron una interpretación memorable de la llamada Sinfonía doméstica, una de las grandes partituras orquestales de Richard Strauss, y quizás una de las que más extraordinario resulta poder disfrutar en vivo.
Más allá de la complejidad de la obra, fruto de un compositor en plena madurez de facultades y uno de los orquestadores más potentes de la historia de la música, la Sinfonía doméstica esconde humor, guiños familiares y un transfondo personal característico que la aleja de las profundidades filosóficas y dramáticas más comunes del compositor de Salome.
La entrega de los Berliner, con un fraseo de violines sublime, unos metales poderosos y de una finura y flexibilidad de auténticos virtuosos, el solo dulce y soñoliento del oboe d’amore… en suma, el magma sonoro conseguido bajo la atenta, firme y salvaje batuta de Petrenko, obraron un milagro interpretativo solo al alcance de verdaderos maestros.
La lectura lo tuvo todo, silencios y expectación, tutti orquestales donde el límite entre el forte y el impacto sensorial bordearon el síndrome de Stendhal, debido al estallido hedónico propio de un Strauss en el cenit de su dominio de la orquestación.
Petrenko demostró por qué es un consumado straussiano, quien sabe extraer de la orquesta el brillo sin caer en la autocomplacencia, los colores, sin caer en la afectación, la expresión sin ser efectista y en suma, bordar con ribetes de mago del sonido lo que una partitura pide a pálpitos y solo un engranaje sinfónico perfecto puede transmitir.
Los acordes finales, con un tempi de celeridad inclemente, vertidos en un frenesí sinfónico de ejecución admirable fueron un inolvidable colofón a una interpretación jubilosa.
Fotos: © Lena Laine