La lengua de la carne
Barcelona. 11/04/24. Gran Teatre del Liceu. Parra: Orgia. Christian Miedl (Hombre). Ausrine Stundyte (Mujer). Jone Martínez (Muchacha). Orquesta del Gran Teatre del Liceu. Pierre Bleuse, dirección musical. Calixto Bieito, dirección de escena.
La lengua de la carne es la única que puede revelarnos y rebelarnos. Nuestros cuerpos, a ojos de Pier Paolo Pasolini, son quienes pueden exponer nuestra auténtica realidad. Y con la muerte de ese cuerpo, la liberación. Sin duda Orgia es una de las obras, sino la obra más próxima al propio autor italiano. Cargada de violencia, de supuesta sexualidad, de pretendida o conseguida intelectualidad, de sus contradicciones también. De poesía. Y de denuncia, que puede o ha de ser tan bella como violenta.
Tanto Orgia como Pasolini son producto de su tiempo. En esas coordenadas geográficas y temporales debemos enmarcar sus versos, sus porqués y su belleza. Al mismo tiempo que estrenaba esta, una de sus pocas obras de teatro, en el Turín de 1968, publicaba un Manifesto per il nuovo teatro. Acabar con lo establecido, con el estado/Estado y con lo burgués rompiendo el rito, el social y el teatral. Aunque con la des-ritualización se ritualizara de nuevo. Esa era la meta de un “Teatro de la palabra” que democratizara la comunicación del autor con el público, con el actor como nexo. Fuera cualquier espectacularidad. Y muerte al burgués, aunque este sostuviese parte o el grueso de su obra.
Homosexual, marxista, católico e intelectual. Condiciones que marcaron el devenir de su propia existencia en aquella Italia de décadas pasadas que sigue mostrando una irredente hipocresía como sociedad a día de hoy. El neoliberalismo, el capitalismo y el fascismo nos han diezmado como individuos diversos y con capacidades propias, denunciaba entonces Pasolini, aludiendo a términos que siguen abriendo telediarios. En la obra original, en una casa cualquiera de un barrio obrero cualquiera, una pareja de la desgastada y corroída clase media se dispone una noche más a comenzar un rito pseudocatártico a base de humillaciones, violencia y sadomasoquismo. El hombre, en ese antiguo concepto de la frustración como motivo de crueldad, vive su homosexualidad reprimido. Tras recordar tiempos pasados mejores, la mujer decide quitarse la vida, no sin antes asesinar a sus propios hijos. Es entonces cuando el hombre introduce en su casa a una mujer prostituida, con la que pretende terminar el ritual. Tras someterla a una violencia extrema, ella consigue zafarse y él, como una denuncia al sistema establecido del que aceptó formar parte, se ahorca, suicidándose. “Ha habido por fin un hombre que ha hecho buen uso de la muerte”, alcanza a decir. La muerte como denuncia y rebeldía, decía, como liberación ante los cánones que nos imponemos como sociedad.
El resultado de Pasolini es una obra un tatno estática, cargada de palabra, de carne, del lenguaje de esta y del poder en el decir, a través de una suerte de soliloquios disfrazados de conversación. Sin duda, el trabajo que realiza Calixto Bieito en la adaptación de la obra es una de una brutal inteligencia teatral, peinando el texto de manera que esta fuerza y belleza poética que encierra Pasolini pueda tener una mayor narrativa discursiva. Podemos, como espectadores, comprender mucho mejor Orgia en sus manos, mostrando una escena naturalista, diría, cohesionada en la extrema violencia propia del cineasta italiana, cuya mayor dureza reside en el decir de sus protagonistas. Todo fluye con esa libertad que el director de escena confiere a sus cantantes, viviendo desde las butacas una experiencia única y diferente en esta primera noche en el Liceu, con la absolutamente magistral creación de Ausrine Stundyte como la mujer de esta historia tan íntima como universal. Apabullante en sus pequeños gestos, miradas, en su respirar... y en el cantar, con un bello canto de amplio caudal sonoro, en ese "lirismo de pulmón abierto", tal y como Parra me contaba, había conferido a la parte vocal. La escena en la que su rol decide quitarse la vida y cometer el parricidio, sobre una sutil deconstrución de la zarabanda de Bach (Suite francesa nº6) y la propia escritura del compositor catalán, fue de una tremenda, dolorosa belleza.
Estupenda también la Muchacha de Jone Martínez en su breve intervención, con un atractivo timbre y soltura en la esa escritura que mira hacia las fioriture del pasado. Por su parte, Christian Miedl, el único que se estrenaba en su parte, consiguió hacer suyo un papel ingrato y enrevesado en sus motivos y decisiones, con una expresividad y línea de canto bien delineada. Para todo ello, comandó con maestría Pierre Bleuse al frente de la Orquesta del Gran Teatre del Liceu, apuntando todas y cada una de las entradas de los personajes, guiándoles en el decir.
Ese decir, el énfasis a la palabra, la inflexión de su devenir, la acentuación, la curva de la frase, es algo cuidadísimo en la escritura de Hèctor Parra en esta Orgia y uno de sus pilares, diría, junto a su siempre atenta mirada musical y social hacia y desde el presente - en perfecto tándem con Bieito, tercera vez que colaboran en una ópera -. Él mismo me hablaba, en una conexión total con el texto de Pasolini, de "encarnar la libertad". A ello hay que sumar la propia escritura musical, con esas miradas hacia el pasado: el mencionado Bach, también Monteverdi o el uso del archilaúd en la instrumentación, junto a ese hoy en día, esa reverberación armónica en los vibráfonos, esa violencia del escenario que también recoge el foso... esa forma en la que escuchamos la cabeza el interior de sus protagonistas. Esa forma que tiene Parra de hablar desde la orquesta, que es maravillosa.
Y es que Orgia, háganse a la idea, aún dentro de esa extrema violencia pasoliniana que tanto rechazo puede generar, no recoge sino una historia que es la nuestra, como sociedad. Una historia de violencia. Siempre políticamente incorrecto desde su marxismo y sus propias, no pocas contradicciones, Pasolini nos sitúa desde la tumba y con un texto que tiene más de 50 años ante la sociedad de hoy en día, perdida entre extremos y con un centro absolutamente mediocre que ha perdido cualquier intención de reivindicarse a sí mismo, a su cultura, a su intelectualidad. Todo es capitalismo, todo es inmediatez, todo es consumismo. “Yo me conformé con mi pequeña parcela de poder” dice el hombre de esta Orgia y es una frase que podría repetir cualquier oficinista que aspira, con todo su derecho, a tener - junto a la entidad bancaria de turno - una casa a las afueras de una gran ciudad, un coche y un perro que le ladre al llegar a la puerta. Afortunados quienes encuentran la libertad de celebrar la diversidad, a quienes bordean las fronteras, a quienes deciden saltarse lo que las normas sociales dictan.