Gergiev

Con la muerte en los talones

Múnich. 13/12/15. Gasteig. Wagner: Idilio de Sigfrido. Strauss: Metamorfosis. Shostakovich: Sinfonía no. 15. Filarmónica de Múnich. Dir. musical: Valery Gergiev.

El infatigable Gergiev, con una agenda que sólo cabe parangonar a las de Barenboim o Domingo, es desde 2015 el director titular de la Orquesta Filarmónica de Múnich, por un mandato de cinco años y sucediendo en el cargo al desaparecido Lorin Maazel. Gergiev es la primera batuta rusa que se sitúa al frente del conjunto y la presente temporada está siendo para ambos una suerte de feliz noviazgo, como en un descubrimiento continuado de sus posibilidades y sus límites. 

El presente programa parecía avanzar con la muerte en los talones, si nos permiten el guiño cinematográfico, y es que iba desde el Idilio de Sigfrido de Wagner, en una versión reducida, hasta la Sinfonía no. 15 de Shostakovich. Gergiev se mostró desde el príncipio como un demiurgo que busca con sus manos, poco a poco, dar forma en materia sonora a un concepto que no trae plenamente elaborado de antemano sino que termina de hallar en el transcurso de la interpretación. No puede ser de otra manera, por muchos ensayos que intente Gergiev cuadrar en esa agenda imposible que forzosamente determina su hacer como una suerte de mezcla entre la genial improvisación y el oficio atesorado.

El resultado de ese particular trabajo deja por ejemplo su cuño en interpretaciones como la del Idilio de Sigfrido que nos presentó, un tanto taimado y falto de empaque, más puntilloso que dramático. Semejante sensación a la que vertebró después la Metamorfosis de Strauss, otra obra que dialoga a su manera con la muerte. No en vano Strauss la compuso, dice el anecdotario, tras conocer que los avatares de la Segunda Guerra Mundial habían terminado con el Teatro Nacional de Múnich, bombardeado en 1945.

Por último, estrenada en 1972, en Moscú, Shostakovich compuso la Sinfonía no. 15 tras ser diagnosticado en 1969 con una rara forma de poliomielitis progresiva. Fue durante el verano de 1971, y a caballo entre las clínicas de Moscú y Kargan, cuando Shostakovich compuso esta sinfonía, la última de su enorme Opus. La partitura en cuestión tiene un amargo regusto a muerte, tomada incluso con un desenfado irónico, como mofándose por instantes del destino aunque sabedor no obstante de la tragedia que implica. 

Por otro lado, esta obra de Shostakovich está plagada de citas más o menos explícitas a obras de otros compositores, entre las cuales destaca por ejemplo la que repetidamente realiza a la obertura del Guillaume Tell de Rossini. Y por supuesto, las citas al tema del destino del Anillo, el acorde de Tristán y muy especialmente la cita a la marcha fúnebre de Sigfrido, cerrando así el circulo de este programa presentado en Múnich, que empezaba precisamente con el idilio de Sigfrido. Con este Shostakovich se mostró Gergiev mucho más ducho y resuelto, sin duda más implacable y afirmativo, más titán ya que demiurgo, con un control dinámico apabullante y jugando casi a placer con la sonoridad de la formación. 

La Filarmónica de Múnich es uno de esos conjuntos de resonancias prusianas, que responden como un solo hombre a las indicaciones de una batuta con autoridad y firmeza como la de Gergiev. El color cobrizo de sus cuerdas y el firme y redondo sonar de sus metales son el mimbre sobre el que se teje a placer cualquier desarrollo sinfónico a caballo entre finales del XIX y principios del XX. Así las cosas, cabe deparar un jugoso maridaje al encuentro entre sus medios y la batuta de Gergiev; su entendimiento no ha hecho nada más que empezar.