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Ocaso y redención

Bayreuth. 26/27/29 y 31/07/25. Bayreuther Festspielhaus. R. Wagner: Der Ring des Nibelungen. T. Konieczny (Wotan/Wanderer), C. Foster (Brünnhilde), O. Sigurdarson (Alberich), K. F. Vogt (Siegfried),  M. Spyres (Siegmund), T. Kehrer (Fafner), J. Holloway (Sieglinde), C. Mayer (Fricka/Waltraute/Schwertleite), Y. C. Huang (Mime), A. Kissjudit (Erda), M. Kares (Hagen), V. Kowaljow (Hunding), D. Behle (Loge), C. Nilsson (Freia), M. Kupfer-Radecky (Gunther), G. Scherer (Gutrune), N. Brownlee (Donner), M. Roschkowski (Froh), P. Zielke (Fasolt), K. Konradi (Woglinde), N. Skycka (Wellgunde), M. H. Reinhold (Flosshilde/Grimgerde), N. Beinart (1ª Norna/Rossweisse), A. Ionis (2ª Norna/Siegrune) D. Herbert (3ª Norna/Helmwige), V. Randem (Waldvogel) y otros. Valentin Schwarz, dirección de escena. Orquesta y Coro del Bayreuther Festspielhaus. Thomas Eitler-de Lint, dirección del coro. Simone Young, dirección musical. 

Último y cuarto año consecutivo de este Ring firmado en su dirección de escena por Valentin Schwarz, que ha supuesto un notable rechazo del público. Otro “ocaso” para las regie de Bayreuth, a pesar de sus salvedades, y de nuevo, redención desde el foso con la lectura viva, sabia y sin pérdida de calidad ni continuación dramática con la dirección de Simone Young.

Está claro que la elección del año pasado de ofrecer el Ring a la directora australiana, por renuncia del anunciado Philippe Jordan, fue y sigue siendo un acierto. El match de Young con la magnífica Orquesta del Festspielhaus es más que evidente y eso no pasa con todos los grandes directores que aceptan el reto del foso místico.

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Lo que más llama la atención de la visión wagneriana de Young con el Ring es su inteligente y efectivo juego de los planos sonoros. Conjuga con gran maestría los momentos íntimos, donde los personajes dialogan consigo mismos, aflorando la excelencia de la escritura orquestal en los solos de los instrumentos de viento, metal, maderas o cuerdas, en un diálogo instrumental camerístico de gran belleza y sensibilidad. Ello conjugado con un uso del tempo certero, sin caídas de tensión, muy atenta siempre al canto solista y de conjunto desde el escenario, pero con una mano firme y sin solución de continuidad para este magma vocal y sinfónico de más de quince horas.

La orquesta suena viva, siempre colorista y con gran brillo de todas sus secciones, flexible e idiomática. Un gran trabajo realizado jornada tras jornada, desde un Das Rheingold minucioso y lleno de detalles en su dinámica dramaturgia sonora y una Die Walküre brillante y generosa en su radiante expansión musical. Puede que con Siegfried y su avaro juego de colores, menos llamativos que las óperas anteriores y la posterior, luciera más sobria, pero no deja de ser un espejo de una escritura deliberadamente más oscura y que tiene en su aparente austeridad una personalidad innegable.

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Con todo fue con un mayestático y generoso Götterdämmerung, donde Young brindó desde el foso su mejor lectura del Ring. Y no es casualidad, pues en la última jornada musical de esta Tetralogía es desde donde confluyen todos los leitmotiv, donde la escritura orquestal se torna más compleja y deudora de esta catedral sinfónico-vocal que deriva en más de cuatro horas finales donde todo tiene su sentido, su madurez y su final.

Un trabajo excelente que confirma también el estado de majestad de la directora australiana con la partitura wagneriana. Un feliz encuentro con las huestes del Festival de Bayreuth para gozo de todos los espectadores.

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Desgraciadamente, y una vez más, pocos fueron los solistas vocales que estuvieron a la altura de un Ring de tal nivel orquestal. Triunfó como nunca el Siegmund de Michael Spyres, sonoro, redondo y sin los cambios en el color del año pasado. Sorprendió con un timbre robusto y viril, de Heldentenor fresco y deshinibido, lejos del Walther luminoso con el que inauguró y sedujo en los Meistersinger de apertura. Casi pareció otro cantante, igual de excelente e igual de idóneo.

Se le nota al tenor USA que tiene ya en mente y trabajando en voz el rol de Tristan que debutará la próxima temporada en el Met de N.Y. Con los roles de Lohengrin (debutado la temporada pasada en la Ópera del Rhin), Siegmund y Walther en Bayreuth y con Tristan a las puertas, los wagnerianos, siempre ávidos de voces capaces de asumir estos roles, ya se frotan las manos con la idea de poderle ver como Parsifal, Tannhäuser o Siegfried en la Verde Colina. ¿Será el sucesor de Klaus Florian Vogt, tenor favorito de los espectadores del Festival en Bayreuth? ¡Ojalá!

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El bajo-barítono polaco Tomasz Konieczny firmó su mejor interpretación de Wotan hasta la fecha. Dueño de un instrumento avaro de colores y de timbre más bien leñoso, su eficiente técnica de agudos seguros, impostados y sonoros, el control de una tesitura que pide un centro potente y unos graves generosos, lo tiene en voz de manera solvente y eficaz. El work in progress que es siempre Bayreuth, pule también a los solistas como es este caso. La personalidad en el fraseo se notó en su evolución como Wotan en un Das Rheingold impetuoso y ambicioso, con un Dios más arrogante y déspota en Die Walküre, y un Wanderer resignado y doliente en Siegfried.

La Brünnhilde de Catherine Foster es otro cantar. Es evidente que tiene el instrumento y el control del mismo, adecuado y resolutivo con el rol. Pero da la sensación de falta de colores en su interpretación, con un fraseo correcto pero sin matices notables, lo que hace que su necesaria evolución desde Die Walküre, pasando por Siegfried hasta llegar al Ocaso final, quede diluida en una soprano sonora y potente pero falta del carisma que la hija favorita de Wotan necesita. Pareciera que diera igual qué tipo de producción esté cantando porque el personaje apenas evoluciona. Un mayor cuidado con el legato y un fraseo más íntimo le darían muchos enteros a su interpretación. Tan solo al final del Götterdämmerung aparecieron intentos de regular y matizar en los pianos. Una lástima.

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Con un problema parecido el Siegfried aplaudidísimo por una audiencia bayreuthiana que adora literalmente al tenor Klaus Florian Vogt. Un tenor de una profesionalidad incuestionable, de timbre característico y color aniñado que con la misma eficiencia se canta un Parsifal, un Lohengrin un Sigmund o un Siegfried. Tiene una articulación proverbial, un fraseo donde se le entienden todas las palabras pero su unívoco color, su falta de dramatismo y su monótona proyección lo convierten en un cantante previsible, de una corrección aburrida y con una evolución dramática apenas perceptible.

Entre las voces que llamaron la atención estuvo el fugaz Donner de Nicolas Bronwlee, actual Wotan en el nuevo Ring de Munich, dueño de un instrumento que hizo palidecer al mismísimo Dios de Konieczny. La Erda de la sorpresiva contralto húngara Anna Kissjudit, de tan solo 28 años y dueña de un instrumento pulposo, de carnoso color que administra con una soltura y una madurez impropias de su juventud. Debutará en el Liceu de Barcelona la próxima temporada como La Cieca en La Gioconda y es un claro nombre a seguir.

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La soprano sueca Cristina Nilsson como Freia, de atractiva frescura vocal y luminoso timbre. El Fafner oscuro y terroso de Tobias Kehrer en contraste con el siempre atractivo y elegante tenor Daniel Behle, debutante en Bayreuth con un Loge menos caricato que de costumbre y de minuciosa articulación. Impecable y medidísimo el Mime del tenor Ya-Chung Huang, lejos también del amaneramiento de otros Mimes muy en boga años anteriores.

Sorprendió por lo llamativo del color, la potente y fácil proyección además del terso color el Waldvogel de la también debutante en Bayreuth, soprano noruego-nicaragüense, Victoria Randem. Un nombre a apuntar. También destacó el timbre dorado de Katharina Konradi como Woglinde, un lujo entre las tres Hijas del Rhin, mejor imbricadas que en años anteriores y con una llamativa Marie Henriette Reinhold como Flosshilde, quien también firmó una sonora Grimgerde.

Este año, seguramente por indisposición pues el día siguiente del Götterdämmerung debía cantar el Rey Heinrich en el Lohengrin y canceló, firmó una actuación menos llamativa el bajo finés Mika Kares, con evidentes problemas en el tercio agudo, tembloroso y calante.

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Corrección pero sin llamar la atención especialmente, el debut en la Colina Verde de la soprano estadounidense Jennifer Holloway como Sieglinde. Tampoco se puede criticar la adecuación interpretativa del Alberich del barítono islandés Olafur Sigurdarson, favorito también en los aplausos de la audiencia. Su timbre rasgado, robustez tímbrica y carisma escénico así lo atestiguan cada año.

Mencionar por su profesional prestación aunque sin un brillo especial la Fricka de Christa Mayer, también una resolutiva Waltraute, el Gunther de Michael Kupfer-Radecky, la redondez del Hagen de Vitalij Kowaljow o la medida expresión del Fasolt de Patrick Zielke, entre un conjunto de voces restantes de aceptable profesionalidad.

El coro brilló en su intervención de la jornada final sin aparente megua de calidad pese al recorte en el número de miembros por razones presupuestarias, bajo la nueva titularidad como director del coro de Thomas Eitler de Lint.

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La producción de Valentin Schwarz no ha mejorado mucho en su embrollada lectura de drama familiar continuado en el prólogo y tres jornadas.

El lío de embarazos, hijos, hermanos y gemelos nunca acaba de quedar claro del todo a pesar de ideas notables o novedosas como que el Oro en realidad es un infante como futuro de una humanidad en plena decadencia y sin valores. De hecho ese espejo tan actual, de una sociedad corrupta, inhumana y propensa a la autodestrucción, es el mejor hallazgo, sin ser nada original, de una producción que pasará a la historia por esa Cabalgata de la Valquírias, hijas de papá en una clínica de belleza y retoques físicos. 

La escena final, con Wotan/Wanderer colgado de fondo, un suicidio provocado por la desazón existencia final, en contraste con un nuevo embarazo de gemelos, esta vez abrazados y no enfrentados, hace que la lectura, por muy negra y pesimista que sea, lleve en su embrión final, esa esperanza que la música explota al acabar Götterdämmerung. Un eterno retorno al principio de las cosas, para una música de efectos cuánticos que hace justicia al término wagneriano de música infinita.

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Fotos: © Enrico Nawrath