Sueño, recuerdo y realidad
Barcelona. 09/04/24. Palau de la Música Catalana. Ciclo Ibercàmera. Obras de Schubert y Rachmaninov. Martha Argerich, piano. Dong Hyek Lim, piano.
Hace precisamente unos días, me cruzaba en Instagram con una video-entrevista a Martha Argerich, donde esta explicaba que "antes" había quienes tocaban el piano excelentemente bien y quienes lo tocaban mal. Que ahora prácticamente todo el mundo lo toca bien, por lo que ya no se dan tantas situaciones extraordinarias escuchando a tantos y tantos pianistas.
Tiene su lógica y dentro de ese sislogismo, sin duda podremos situar a la artista argentina entre las auténticas leyendas del teclado que podemos disfrutar hoy en día. La literatura es la literatura y a menudo tendemos a romantizarlo todo. Máxime quienes idealizamos y vivimos en una casi, permanente hipérbole. Si antes de la llegada del CD, el MP3 o las redes sociales, como me cuenta a menudo otro grande como es Joaquín Achúcarro, uno tenía que vivir con el recuerdo del directo de ese o aquel pianista, actualmente todo queda más al alcance inmediato del oído y sin duda algo de magia se pierda en todo ello. La vibración, la atmósfera, el pálpito frente a un artista único, sólo puede alcanzar su culminación en el directo. Y en su recuerdo podemos soñar. Al fin y al cabo, los sueños no son más que recuerdos.
Martha Argerich transmite su pianismo entre los sueños y los recuerdos, con una absoluta maestría de realidad, la de una pianista única, inimitable, con una técnica apabullante que ha forjado una leyenda en la que convive con la fantasía y la imaginación de una artista libre, que da forma a su sentir en el piano. Así lo atestiguaron cada una de sus lecturas de esta noche en el Pala de la Música Catalana, donde convivió con el joven surcoreano Dong-Hyek Lim. Juntos dibujaron una Fantasía de Schubert a cuatro manos donde él intentó poner el lirismo y ella comandó el poso y la forma desde la parte grave del teclado. El ritmo, el pulso y por tanto la introspección, el color difuminado y sereno fue conducido por la argentina en todo momento. Al final de la misma, ella parecía decirle algo así como: "Nos ha quedado bien ¿no?".
El pianista Lim ya no es tan joven, roza los cuarenta y su pianismo parece un tanto alejado de la maestría al pedal que requieren ciertas gradaciones de color, tanto en Schubert como en Rachmaninov, del que ofreció una lectura de las Danzas sinfónicas desde el primer piano, por su parte, de sonoridades abiertas, buscando el impacto sonoro. Argerich confluyó, pero porque Argerich es un río que lo puede todo. Para quien escribe, el punto culminante se alcanzó con otro Rachmaninov, el de la Suite nº2 para dos pianos, con una visión trepidante a la par que tridimensional, por decirlo de algún modo, por parte de la argentina. Un piano de Rachmaninov que cobró forma orquestal, cuasi sinfónica, que iba adquiriendo mayor expresividad y verdad a medida que avanzaban los compases. Extenuante y sutil, absolutamente poética ella en el juego entre ambos para el vals central, derivando en un medido, degustado Romance que acabaría por desembocar en una Tarantella de presencia sinfónica absoluta... y los dedos de Martha, que siguen volando no sé cuántos años de carrera después. Impresionante.