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Mito o Mee Too

Madrid. 18/05/2024. Teatro Real. Tomás Marco: Tenorio. Adriana González (doña Inés), Juan Antonio Sanabria (narración), Joan Martín-Royo (Tenorio), Juan Francisco Gatell (don Luis), Lucía Caihuela (doña Ana), Sandra Ferrández (Lucía). Orquesta Titular del Teatro Real. Coro Crescendo de la Fundación Amigos del Teatro Real. Dirección escénica: Alex Serrano y Pau Palacios. Dirección musical: Santiago Serrate.

Es conocido el axioma de que ser compositor en algunos países es puro acto de heroísmo y seguramente tendrá algo de cierto. En la España del siglo XXI ser compositor no deja de ser un acto meritorio –bajemos un grado el nivel de valoración porque las cosas creo que han cambiado a mejor- pero en ese mundo de la composición, tan pequeño pero, al mismo tiempo, tan competitivo y cruel también hay clases. Y es que hay compositores que gozan de cierto predicamento ya sea por los méritos acumulados ya por otras circunstancias que no vienen al caso.

Uno llega a cierta edad y espera que se le reconozca al menos el esfuerzo y supongo que Tomás Marco se sentirá gratificado al ver como su obra en general y su obra lírica en concreto se va naturalizando en las distintas programaciones de los principales teatros. De hecho, en noviembre de 2022 –bien cierto es que tras dos intentos infructuosos- pudo verse en el Teatro de la Zarzuela Policías y ladrones y solo año y medio después se programa Tenorio en el otro gran coso lírico madrileño, el Teatro Real. No es poco y supongo que habrá quien desee alcanzar las mismas cotas de cariño por parte de los programadores.

Tenorio ya vivió su estreno en el fenecido Festival de Verano del Teatro-Auditorio de San Lorenzo de El Escorial, ese acontecimiento que quería emular a los festivales estivales de Centroeuropa y que no aguantó dos asaltos. Eso sí, en aquel caso la propuesta fue en versión concertante por lo que el Teatro Real anuncia el estreno escenificado de la ópera. Cien minutos en un solo acto que trata de aportar una nueva lectura en torno al mito de don Juan Tenorio, un mito tan eterno como controvertido hoy en día. Y es que los tiempos han cambiado que es una barbaridad y el hombre de hoy en día –si me pongo a la defensiva concretaré que el hombre que yo conozco de hoy en día- apenas puede siquiera querer parecerse a don Juan Tenorio, un crápula sin sentimientos, imagen pura del egoísmo y nulo en empatía personal. Eso hoy no se lleva, y menos mal.

 Con la figura de don Juan Tenorio estamos pasando –es un proceso gradual del que se va impregnando la sociedad, aunque también hemos de asumir que puede ser reversible- del mito al mee to. Y aunque sea injusto y acientífico analizar el pasado con ojos actuales, también lo es abstenerse drásticamente de la realidad concreta y actual a la hora de analizar el pasado, sobre todo cuando de aportar una relectura se trata. En un momento dado, en escena, podemos observar cómo tras grabar una escena cinematográfica don Juan intenta continuar con sus andanzas amorosas con doña Inés, la cual le rechaza de forma ostensible. Una vía que hubiera sido realmente interesante profundizar para aportar una nueva lectura del mito, aunque en el caso que nos ocupa todo quede en simple amago, sin más.

Tenorio está compartiendo cartellone con Die Meistersinger von Nürnberg e intuyo que por ello su propuesta escénica estaba toda ella colocada delante del telón principal y podíamos imaginar que detrás del mismo estaba la decoración necesaria para la obra wagneriana. La primera impresión, un totum revolutum de distintos artefactos, algunos de ellos de difícil ligazón con el mito de Zorrilla como una minicanasta o una máquina expendedora de bebidas y comestibles.

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Y es que la idea escénica de Alex Serrano y Pau Palacios (Agrupación Señor Serrano) es la de simular la grabación de una película sobre el mito de suerte y manera que podemos asistir a las grabaciones de distintas tomas que el espectador puede ver en pantalla aumentada en todo el telón principal del teatro. Quizás la idea no sea mala pero un servidor no terminó de entender la última intención del grupo y se quedó con la impresión de que la puesta en práctica de la misma resultaba fallida.

Vocalmente la obra es singular. No puedo negar que en cuanto avanzó en pocos minutos la obra me vino a la memoria el Trujamán de El retablo de maese Pedro, de Manuel de Falla, ese muchacho que narra de forma monocorde los avatares de don Quijote en la venta de La Mancha de Aragón. Y es que la propuesta de Marco es, precisamente, la de plantear un largo recitado, con la repetición de la misma fórmula durante la mayor parte del tiempo. Ello es notorio en el personaje principal, personaje que, por cierto, sostiene la ópera de forma casi desproporcionada. Las única excepciones a este planteamiento estético del compositor son algunas frases de don Luis y, sobre todo, el papel de doña Inés, la única que tiene una página que podríamos considerar aria al uso.

Ya queda dicho que Tenorio descansa sobre las espaldas del personaje homónimo. En este sentido Joan Martín-Royo tiene un reto importante pues su presencia sobre el escenario es casi permanente durante los cien minutos y tiene mucho que cantar. La voz no es grande pero hay que decir que su don Juan es creíble en porte y dignidad vocal y que supo llevar a buen puerto los requerimientos del compositor.

El resto de los personajes son bastante más reducidos. Juan Antonio Sanabria (narración) nos presenta la obra y no aparece hasta su conclusión. Sin exigencias en la tesitura, cumplió con solvencia y enseñó cierto volumen en sus frases iniciales. El otro tenor, Juan Francisco Gatell, de voz lírica y de volumen moderado, dio empaque al don Luis víctima de los desmanes del conquistador. Un mismo tenor podría cantar los dos papeles al no coincidir ambos en escena.

Entre ellas solo doña Inés alcanza cierta notoriedad dramática y tenía cierto interés en vivir en un escenario a la guatemalteca Adriana González, conocida por sus originales y hermosos discos de canciones. Comenzó algo apocada pero en la página antes reseñada, la más lírica de la noche, pudo enseñar una voz hermosa y una técnica trabajada. El resto de cantantes solistas tienen apariciones muy pequeñas y Lucía Caihuela y Sandra Ferrández cumplieron con suficiencia.

Cuatro personajes más, a saber el comendador, Brígida, Ciutti y la hostelera, los interpretaban cuatro tríos que en modo de madrigal abordaban desde el colectivo cada rol singular. No se les puede negar entrega y trabajo porque la lectura coral no es sencilla aunque en determinados momentos la falta de empaste empañaba el nivel de la interpretación. Estos cantantes, como aparece en la ficha técnica, pertenecen al programa Crescendo de la Fundación Amigos del Teatro Real.

Lo que nadie va a poner en duda es que Santiago Serrate cree en la obra. La estreno en San Lorenzo de El Escorial, la grabó en CD y ahora ha apostado en estas cuatro funciones por darla a conocer de la forma más digna posible, transmitiendo desde su pódium la pasión por esta música. Como siempre, el tiempo marcará el futuro no ya solo de esta ópera de cámara sino, incluso, de la obra lírica de Tomás Marco.