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Un clásico instantáneo

25/05/24. Metropolitan Opera. Kevin Puts: The Hours. Renée Fleming, Clarissa Vaughan; Joyce DiDonato, Virginia Woolf; Kelli O'Hara, Laura Brown; William Burden, Louis; Sean Panikkar, Leonard Woolf; Kyle Ketelsen, Richard Brown; Brandon Cedel, Dan Brown. The Metropolitan Opera Orchestra y The Metropolitan Opera Chorus. Kensho Watanabe, director musical. Phelim McDermott, director de escena.

Hay algo muy particular en esta historia sobre el destino, la mortalidad y el tiempo. Las horas se ha convertido en un clásico instantáneo en los tres formatos en los que se ha expresado: novela, película y, ahora, ópera.

Y no lo tenía fácil el compositor Kevin Puts. Cualquier propuesta vendría lastrada por la comparación con una película que cuenta con una memorable fuerza musical en la banda sonora de, nada menos, que Philip Glass. Sin embargo, desde sus primeros acordes, la música de Puts se apropia de la historia con una adecuadísima composición propia. Es la suya una música tonal, amable y delicada, que a través de sutiles juegos logra pasearse por las profundas emociones y los numerosos estados psicológicos por los que la obra discurre: nostalgia, vitalidad, desazón, angustias y, sobre todo, esa felicidad que se les escapa a los personajes como un líquido entre los dedos y que, musicalmente, se manifiesta como una atmósfera furtiva y flotante.

Puts asigna a cada uno de los tres personajes femeninos estilo musical diferente y adecuado a su identidad dramática. Clarisa se rodea de bullicio, Laura de confort y Virginia de una melancolía crispada, siempre al límite, que refleja su fragilidad mental. Pero el mérito de la partitura no está tanto en señalar estas diferencias, sino en cómo es capaz de buscar elementos comunes entretejiendo una narrativa musical coherente, llena de guiños y bien equilibrada.

El coro y el cuerpo de baile, magníficos, actúan como corriente de conciencia, a veces reflexivos, otros explosivos, pero siempre en el lugar que corresponde, sin rebasar la barrera que los separa del protagonismo. Porque las protagonistas, por supuesto, son ellas. Renée Fleming tiene en esta obra un papel a su medida, no en vano ha sido la promotora de la iniciativa. Su voz ya no es la de antaño, pero la partitura se adapta a ella. Su inconfundible y bellísimo vibrato sigue ahí, y lo utiliza para acentuar la luminosidad, el optimismo y la fragilidad del personaje. La responsabilidad sobre la tormenta emocional de Laura recae en la soprano Kelli O'Hara, de notables características vocales, que aborda con facilidad los agudos que reserva para los momentos de máxima expresividad emocional, acertando con el ejercicio de contención reprimida en el resto de su actuación, como demanda el personaje. Por último, la estrella de la noche es, sin duda, Joyce DiDonato. Con un instrumento potente, versátil y bien manejado, siempre al servicio de la expresividad dramática, hace de Virgina el personaje más creíble.

La puesta en escena de Phelim McDermott utiliza las características propias del teatro para conseguir algo que ni la novela ni la película pueden hacer: narrar simultáneamente estas historias trenzadas y fundir los horizontes temporales en un solo instante. Quedan para el recuerdo el dúo entre Virginia y Laura en el momento climático, con sus reflexiones suicidas, y, por supuesto, el trío final que anima a la búsqueda de cierta felicidad a través de una composición que subraya tanto la necesidad de intentarlo (“and you try, and you try”), como, mediante un suspenso armónico, la imposibilidad de lograrlo. 

En el foso, el director Kensho Watanabe realiza un trabajo minucioso y cuidado, destacando los instrumentos solistas, especialmente esas maderas que también pueden mostrar estados mentales, ya sean relajados o alterados, y un manejo del volumen orquestal que revela un buen entendimiento del libreto.

The Hours aborda profundos temas filosóficos y otros aspectos culturales con los que el espectador contemporáneo puede conectar fácilmente: la escritura, el sida, los sofocantes roles de género o el suicidio, que desde hace poco ha dejado de ser un tabú. El elenco completo, incluyendo a los bailarines y cantantes, se esfuerza durante toda la obra por buscar una belleza que la música trae y retira, como el agua de unas olas que invaden con frecuencia el escenario. En una especie de flujo de nostalgia que confunde pasado, presente y futuro, esta producción triunfa desplegando imparable una variedad de sentimientos y estados psicológicos hacia un público que, si está dispuesto a entregarse, comprobará en primera persona el irresistible potencial transformador de la ópera contemporánea.