El valor social de la música

Barcelona. 27/05/2024. Beethoven: Fidelio. Tamara Wilson (Leonore). Andrew Staples (Florestan). James Rutherford (Rocco). Gabriella Reyes (Marzelline). Shenyang (Don Pizarro). David Portillo (Jaquino). Patrick Blackwell (Don Fernando). Daniel Durant (Florestan). Amelia Hensley (Leonore). Hector Reynoso (Rocco). Sophia Morales (Marzelline) y otros. Los Angeles Philharmonic. Gustavo Dudamel, dirección musical. Alberto Arvelo, dirección de escena.

En condiciones ordinarias hubiera hecho una crónica normal, sobre una representación semi-escenificada de Fidelio, con sus más y sus menos, pero lo que el Gran Teatre del Liceu y la Filarmónica de Los Ángeles han presentado junto con Gustavo Dudamel es algo bastante diverso y con un perfil social muy marcado y evidente. Puede decirse, de hecho, que es todo un proyecto social en torno a la música y ahí es donde estriba su mayor valía, pues desde el punto de vista musical y escénico el conjunto me temo que dejó un tanto que desear.

Dudamel se ha dicho fascinado con la sordera de Beethoven, una suerte de maravillosa condena que le obligó a forjarse un mundo sonoro interior propio y genuino. A partir de esta idea se ha reunido a un colectivo de personas sordas para poner en pie la ópera Fidelio, la única ópera del genio de Bonn, en un proyecto originado en colaboración con el Deaf West Theatre de Los Ángeles y que ha contado también con el Coro de Manos Blancas de El Sistema de Venezuela.

La propuesta se estrenó en abril de 2022 en Los Ángeles, donde ha vuelto a ponerse en pie a mediados de mayo, antes de su llegada a Barcelona, en el marco de una gira europea de la Filarmónica de Los Ángeles.

Al frente de la formación de Los Ángeles, cuya titularidad dejará en breve para tomar las riendas de la Filarmónica de Nueva York, Gustavo Dudamel dirigió con indudable solvencia, haciendo gala de un conocimiento exquisito y pormenorizado de la partitura. De hecho se diría que se empeñó en demasía en diseccionar y remarcar los mil detalles sonoros que salpican la obra para hacer de ella un puente perfecto entre el último Mozart y el desarrollo sinfónico y teatral de Wagner. Aunque la impresión general remontó un tanto en el segundo acto, fue un Fidelio más bien anodino, sostenido por la indudable calidad de la Filarmónica de Los Ángeles, pero sin apenas momentos vibrantes y falta de genuina teatralidad. Evidentemente el maestro venezolano logró poner al teatro en pie con un vertiginoso final pero los momentos más mágicos de la partitura (Mir ist so wunderbar y O welche Lust!, singularmente) quedaron lejos de emocionar. 

La propuesta semi-escenificada llevaba la firma de Alberto Arvelo, en colaboración con Joaquín Solano. Realmente a nivel de escenografía, atrezzo e iluminación la propuesta es mínima. Por otro lado, el hecho de duplicar los cantantes con actores que se expresan en lenguaje de signos resta desde luego dinamismo a la acción escénica, que resulta así un tanto reiterativa. En la misma línea, la decisión de sustituir los rectitativos por pasajes que se expresan en lenguaje de signos tampoco sumó fluidez a la velada. Son todas decisiones, afortunadas o no, que se justifican por el alcance integrador del proyecto y seguramente no sea justo valorarlas con los ojos habituales con los que miramos una producción cualquiera. Personalmente, el vestuario de Solange Mendoza, una reputada artista textil y diseñadora de vestuario, me pareció especialmente desafortunado, pero sobre gustos no hay nada escrito. 

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El reparto reunido para la ocasión fue más bien ligero y resultó discreto. Tamara Wilson no ha logrado rematar una trayectoria que empezó siendo muy prometedora. Canta con indudable aseo vocal pero el material queda lejos de impresionar y no tiene precisamente un gran magnetismo escénico. La suya fue una Leonore impecable pero anodina. A su lado el Florestan de Andrew Staples aportó entrega pero por lo general sonó demasiado liviano y algo tirante en el tercio agudo. 

El Rocco de James Rutherford, de aires más bien baritonales, apostó madurez interpretativa y un timbre atractivo y genuino, ideal para este repertorio. Buen material también el de Shenyang como Don Pizarro y sonoro aunque tosco el Don Fernando de Patrick Blackwell. Sonora y desenvuelta la Marzelline de Gabriella Reyes y algo más apocado el Jacquino de David Portillo.

Los actores sordos que doblaban a los cantantes en lenguaje de signos hicieron un encomiable trabajo: Daniel Durant (Florestan), Amelia Hensley (Leonore), Hector Reynoso (Rocco), Sophia Morales (Marzelline), Giovanni Maucere (Don Pizarro), Otis Jones (Jacquino), Mervin Primeaux-O´Bryant (Don Fernando). El cartel se completaba con el Cor de Cambra del Palau de la Música y con el Coro del Gran Teatre del Liceu, quienes dieron lo mejor de sí en la última escena.

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Muy a menudo, al hilo de hechos tan trágicos como los que suceden hoy en día en Ucrania y en Gaza, por ejemplo, nos preguntamos si la música puede hacer algo por cambiar el mundo. Seguramente no pueda a nivel geopolítico, pero apuestas como este Fidelio demuestran que sí es posible hacer de la música un poderoso motor de transformación social. No fue un Fidelio memorable en el plano musical, pero sin duda solo acabe aplaudir los valores éticos y sociales que han puesto en pie este proyecto.

Fotos: © David Ruano