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Canon y vanguardia

Berlín. 01/06/2024. Philharmonie. Obras de Widmann y Bruckner. Berliner Philharmoniker. Stefan Dohr, trompa. Sir Simon Rattle, dirección musical.

¿Es posible que el estreno de una obra contemporánea sea una fiesta? A la vista de lo acontecido en Berlín no cabe duda de que sí. No había visto jamas una acogida tan entusiasta de una obra de nueva creación, se lo aseguro. Me refiero al estreno en Berlín, este fin de semana, del Conciero para trompa de Jörg Widmann, escrito para el trompa principal de la formación berlinesa, Stefan Dohr.

Se trata de una obre fascinante, osada, valiente, virtuosa, genial en una sola palabra. Qué manera tan inspirada de desarrollar todo el potencial de un instrumento como la trompa, sobre el que tantas veces cargamos las tintas los críticos cuando tienen un desliz en un pasaje especialmente expuesto.

Fruto de un encargo conjunto entre orquestas de Tokio, Estocolmo, Stavanger, Bruselas y Lucerna, el estreno se enmarca en la presencia de Jörg Widmann como compositor residente de la Filarmónica de Berlín durante la temporada 23/24 -en estas mismas páginas dimos cuenta de su primer concierto en este sentido, ejerciendo de director, compositor y solista en una misma velada-.

La partitura se desarrolla durante siete movimientos encadenados sin pausas y realmente bien contrastados. El resultado es una obra divertida y desenfadada que sabe ser también conmovedora y teatral, con logrados efectos sonoros. Widmann es además un verdadero maestro en el arte de la cita y no en vano la partitura está trufada de referencias más o menos elaboradas a partituras de Rossini, Weber, Mahler, Mozart, Strauss u Offenbach, sin olvidar la sonoridad de las músicas de Hollywood e incluso una popular canción infantil, muy difundida en Alemania, Auf einem Baum ein Kuckuck saß.

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Stefan Dohr seguramente sea el único solista de trompa capaz hoy en día de hacer justicia a una obra que, no en vano, ha sido pensada y concebida conforme a sus facultades técnicas y expresivas, que son muchas. La partitura le depara a Dohr algunos momentos de teatralidad, ya sea interviniendo desde fuera del escenario al comienzo de la pieza, o buscando la complicidad de sus compañeros en la sección de trompas, en un divertido diálogo entre todos ellos. El sentido del humor, de hecho, impregna no pocos momentos de la partitura, en la que se alternan con fortuna pasajes líricos y páginas provocadoras, instantes virtuosos y momentos más sentimentales. Widmann además lo predispone todo para que Dohr explore sonoridades inéditas con su instrumento y el resultado es, ya he dicho, sencillamente genial. A tenor del éxito de este estreno, y dado su recorrido allí durante los últimos años, bien puede decirse que Widmann es ya toda una autoridad musical en Berlín hoy en día. 

Ya en la segunda mitad pudimos disfrutar del mejor Simon Rattle que recuerdo en mucho tiempo, algo que ya había demostrado con la obra de Widmann, manejada con entrega, naturalidad y evidente complicidad con solista y compositor. Llegado este punto parece como si el maestro británico se hubiera liberado por fin de las ataduras que manifestaban sus últimos días con los Berliner, a los que regresaba ahora como batuta invitada y rodeado ya de un halo casi mítico, icónico al menos, el de los grandes maestros.

Obra tildada de incomprendida y extravagante, como si su lenguaje se alejara un tanto del canon bruckeriano, lo cierto es que siempre ha estado relegada a un lugar secundario entre las composiciones del autor austríaco. Rattle tenía pendiente hacerla con los Berliner y el resultado, a decir verdad, ha sido inmejorable.

Rattle arriesgó ya desde el principio con un arranque de tiempo vivísimo y articulación muy marcada, fulgurante, un auténtico espectáculo en manos de los Berliner. En realidad esta opción se sitúa bastante lejos del Majestoso con el que está indicado el movimiento (escuchen la mítica versión en disco de Klemperer y verán a que me refiero). Fue desde luego un arranque más vibrante que enigmático pero expuso a las claras que Rattle perseguía una versión impregnada de dinamismo, fraseada a fondo.

Y eso fue precisamente lo que más me cautivo de Rattle en esta ocasión: qué manera de frasear, de pedir y de agradece a sus atriles, qué manera en fin de degustar la obra. En pocas palabras, qué manera de dirigir tan sobresaliente. Y digo esto porque a menudo hay maestros que simplemente buscan seguir la partitura hasta llevarla a buen puerto, pero lo que se espera de un gran maestro es precisamente esto, una voz propia, una mirada singular; decisión y autoridad, en suma.

Qué manera tan orgánica y sutil de engarzar las resonancias wagnerianas en los temas lentos del Adagio. Apenas cabe reprocharle a Rattle una resolución demasiado súbita -aunque sin duda vertiginosa- del final de la pieza, tanto que dejó una incómoda sensación en el aire de la Philharmonie, con el público dudando si aplaudir ya o no. A tenor de lo escuchado, los próximos años con Rattle al frente de la BRSO, la Orquesta de la Radio de Baviera, pueden ser sensacionales

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Fotos: © Lena Laine