Tinta derramada
Peralada. 08/08/2024. Festival Perelada. Cánovas: Don Juan no existe. Natalia Labourdette. David Oller. Pablo García-López. Cosmos Quartet. Helena Otero (saxo). Miquel Vich (percusión). Bárbara Lluch, dirección de escena. Jhoanna Sierralta, dirección musical.
En las últimes ediciones del Festival Perelada la creación contemporánea ha ocupado un lugar especialmente destacado. Uno de los motivos principales, más allá de la línea artística marcada por Oriol Aguilà, ha sido la creación del Carmen Mateu Young Artist European Award que se está consolidando como una plataforma importante para el desarrollo de nuevos talentos. En 2021 el galardón recayó en la joven compositora Helena Cánovas y el resultado ha sido el estreno de su ópera Don Juan no existe.
Cánovas, nacida en Tona (Barcelona) y residente en Colonia, atesora, pese a su juventud, un considerable catálogo en el que la voz ocupa lugar destacado. Ya en 2020 compuso una ópera de cámara (das Mädchen) por encargo de la Ópera de Bielefeld que no se pudo estrenar a causa de la pandemia, pero que se convirtió en película. En esta, centrada en la crisis climática y en la figura de Greta Thunberg, ya se percibía el interés de la autora por abordar temáticas y problemáticas de calado social. Es el caso también de Don Juan no existe, una reflexión sobre la cancelación de la producción artística creada por mujeres a lo largo de la historia. Para ello utiliza dos figuras simbólicas, por un lado la protagonista, Carmen Díaz de Mendoza, condesa de San Luis, escritora a caballo entre los siglos XIX y XX que estrenó una pieza teatral con ese mismo título y que, como su autora y tantas otras, ha sido borrada de los libros de historia. Por otro, en contraposición y como una especie de fantasma, el personaje de Don Juan, sublimación literaria del machismo de una sociedad profundamente patriarcal. Ese conflicto es la idea de partida sobre la que ha elaborado un texto el dramaturgo Alberto Iglesias.
Un libreto operístico es un género en sí mismo que requiere, más que calidad literaria e incluso coherencia, un componente teatral y una esencia dramática que, aunque sea primaria, impulse la música y aporte sentido al canto. Iglesias, debutante en el campo operístico, ha elaborado un libreto que es todo lo contrario, básicamente discursivo, a menudo redundante, carente de lirismo y de la profundidad que la propuesta requería. Un pesado lastre para una obra que, en lo musical, ofreció más puntos de interés. Cánovas integra, desde un punto de vista compositivo, elementos que remiten a estilos y estéticas diversas que filtra con personalidad. Ecos de las vanguardias europeas del siglo XX, de autores como Ligeti o influencias minimalistas se funden con la electrónica y con una mirada posmoderna perceptible en las numerosas referencias a la ópera de Mozart. Una partitura interesante en lo instrumental que estuvo muy bien interpretada por el Cosmos Quartet, Helena Otero (saxo), Miquel Vich (percusión) y la misma Helena Cánovas en el apartado electrónico, todos ellos dirigidos por Jhoanna Sierralta.
En cuanto al tratamiento vocal -quizás debido a las características del libreto-, se echó en falta mayor variedad de recursos, quedando demasiado anclado en un Sprechgesang más preocupado por exponer el discurso ideológico que en profundizar en el dolor y la frustración de la protagonista. Para encarnar este complejo personaje -centro neurálgico de la ópera- se requiere no solo de una soprano capaz de asumir las enormes dificultades rítmicas y armónicas de la partitura, también de un auténtico animal de teatro. Permanentemente en escena, Natalia Labourdette superó con creces el reto, llevando el peso de la representación con una musicalidad, intensidad y compromiso absolutos, convirtiéndose uno de los puntales de la propuesta. Le acompañaron, también a gran nivel, el tenor Pablo García-López y el barítono David Oller.
Bárbara Lluch, involucrada en el proyecto durante toda su gestación, firmó una puesta en escena de carácter conceptual, más estimulante en lo estético que en la dinámica teatral. Dos grandes pasarelas inclinadas enmarcaban el espacio y por ellas, al final de la obra, se derramaban litros de tinta, símbolo de la perennemente ninguneada y borrada creación artística de mujeres como Carmen Díaz de Mendoza y tantas otras. Al final de la ópera, que lleva por subtítulo “sobre lo que olvidamos y lo que permanece”, surge la inevitable pregunta. ¿Estamos hoy mejor que ayer?