Schwarzenberg24 I a

Entre lo clásico y lo extraordinario 

Empiezan aquí mis crónicas de mi visita a uno de los festivales más atractivos del año, la Schubertiade de Schwarzenberg-Hohenems. En estas dos ciudades de Vorarlberg, el más occidental de los estados de Austria, se desarrolla desde los años 70 del pasado siglo una “reunión” de los amantes y seguidores de la música de Franz Schubert, concretamente de sus lieder y su música de cámara especialmente, rememorando esas schubertiadas que ya en vida del compositor empezaron a organizar sus amigos y fieles admiradores. No solo, como es lógico pensar, la programación del festival, que se desarrolla en diferentes fases desde abril a octubre en los dos enclaves mencionados, se alimenta de la obra del compositor vienés. Otros autores, generalmente del círculo germánico pero también de otras nacionalidades, completan unos programas especialmente centrados en el pequeño formato, en esa música que sí no nació, sí creció al abrigo del auge de la burguesía en el siglo XIX. Que la organización de la Schubertiade y distintas instituciones austriacas hagan posible que algunos cronistas amantes de este género tan bello como es el lied podamos contar nuestras impresiones yo lo he considerado siempre un privilegio que desde aquí quiero agradecer.

Es difícil escoger siempre las fechas para acercarse a Schwarzenberg o Hohenems ya que las propuestas que se ofrecen son siempre atrayentes. Este año he elegido cuatro días del ciclo que a finales de agosto y principios de septiembre se ofrece en la alpina Schwarzenberg, concretamente en la Angelika-Kauffmann Saal enclavada en un paisaje que evoca los lieder más románticos de los poetas que inspiraron a Schubert. Ocho conciertos de gran interés que intentaré desgranar en esta crónica y en las siguientes.

Schwarzenberg, 4 pm. 26/08/2024. Angelika Kauffmann Hall. Obras de Strauss y Schubert. Renaud Capuçon (violín). Gérard Caussé (viola). Clemens Hagen (violonchelista). Guillaume Bellon (piano).

La música camerística de Richard Strauss ha quedado un poco relegada ante la ingente obra del compositor en el campo sinfónico y sobre todo operístico y también porque no fue un objetivo prioritario de su trabajo. Pero de vez en cuando, se pueden escuchar pequeñas joyas como el Cuarteto con piano en do menor op. 13, una obra de juventud (Strauss tenía alrededor de 20 años cuando lo compuso) pero en la que se ve la gran calidad del compositor. Con esta obra ganó el primer premio de la Asociación de Artistas de Berlín en 1885. En ese mismo año se estrenó en Weimar. El cuarteto tiene un corte tardo romántico muy influenciado por Brahms tanto melódicamente como en su estructura. El compositor hamburgués fue admirado por Strauss, pero también muy pronto denostado. Es indudable que la composición es una preparación para lo que será su mundo sinfónico, especialmente sus poemas, pues tiene en algunos pasajes un eminente mensaje narrativo. Pero también encontramos las primeras huellas de melodías que escucharemos en óperas como El caballero de la rosa. La versión que nos ofrecierón Gérard Caussé (viola), el violonchelista Clemens Hagen (que sustituía a su hija Julia, programada para este concierto pero que sufrió una indisposición) y Guillaume Bellon (piano) comandados por ese excepcional violinista que es Renaud Capuçon, respetó esa mezcla, entre juventud y madurez, que destila la obra. Especialmente en el Allegro que abre el cuarteto, Capuçon dio muestras de esa maestría en rememorar esos aires brahmsianos tan evidentes. 

En el otoño de 1819 Schubert recibe de un excelente músico aficionado, Sylvester Paumgartner, el encargo de un quinteto para una formación que era poco habitual en la época: la formada por violín, viola, violonchelo, contrabajo y piano (en vez de la más conocida de cuarteto de cuerda más piano). Surge así el Quinteto en la mayor D 667 La trucha. Todo en la obra rezuma buen humor, alegría y un aire de danza, y el cuarto tiempo (de los cinco que forman el Quinteto), Andantino, está formado por una serie de variaciones sobre el lied Die Forelle D 550, probablemente escrito a principios de 1817 y del que toma nombre el Quinteto. De espectacular puede calificarse la interpretación de los músicos mencionados anteriormente a los que se unió el contrabajo de Alois Posch. Comandados por Capuçon, que volvió a demostrar que puede sacar los más puros sonidos de su violín (suele tocar un Stradivarius o un Guarnieri) y que su virtuosismo es mucho más que técnica, es puro arte. La versión fue contrastada, con tiempos más lentos de los habituales en las partes más líricas y exultante ritmo en las más cantarinas, fue clara y bellísima. También a altísimo nivel el piano de Guillaume Bellom y sentido homenaje a Alois Posch que se ponía fin a su carrera musical con este concierto y que había debutado en la Schubertiade en 1982. 

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Schwarzenberg, 8 pm. 26/08/2024. Angelika Kauffmann Hall. Obras de Schubert y Silcher. Ilker Arayürek (tenor), Patrick Grahl (tenor), Jan Petryka (Tenor), Kieran Carrel (tenor), Konstantin Krimmel (barítono), Andrè Schuen (barítono), Andreas Bauer Kanabas (bajo) y David Steffers (bajo). Karoline Kurzemann-Pilz y Gyöngyi Ellensohn (viola), Franz Ortner, Fabian Jäger (violoncelo), Bernd Konzett (contrabajo), Daniel Heide, piano.

De mis años asistiendo a la Schubertiade quizá sea este concierto el más sorprendente de todos, y quizá también el más extraordinario. Decir el más bello no sería justo porque he disfrutado en muchísimas ocasiones aquí, pero es que ver este conjunto de cantantes de primer nivel juntos, formando un improvisado coro para la ocasión, “olvidando” sus excelentes carreras individuales fue impresionante. Se pudo escuchar una compenetración casi perfecta entre Ilker Arayürek (tenor), Patrick Grahl (tenor), Jan Petryka (tenor), Kieran Carrel (tenor), Konstantin Krimmel (barítono), Andrè Schuen (barítono), Andreas Bauer Kanabas (bajo) y David Steffers (bajo). Solo en festivales de esta categoría se pueden ver y escuchar cosas así. Se rendía homenaje a un tipo de lieder que pocas veces se escuchan en conciertos de cámara: los lieder de pequeño coro, en este caso masculino.

El programa se centró en obras de Schubert y de su contemporáneo Friedrich Silcher. El compositor alemán es conocido principalmente por su investigación sobre canciones populares. Influenciado por el pedagogo suizo Johann Heinrich Pestalozzi, renovador de la educación a finales del siglo XVIII y principios del XIX y en estrecha colaboración con Hans Georg Nägeli, también compositor y educador,  se convirtió en uno de los principales promotores de la educación musical popular coral. En su opinión, la canción popular era el género más adecuado que se podía alentar a interpretar al público en general. Se formaron sociedades corales y grupos domésticos más pequeños y se fomentó la causa de la música escolar. Silcher recopiló y arregló canciones populares de Alemania y otros países. También compuso unas 250 canciones siguiendo el modelo de Mozart, Weber y Mendelssohn pero de estilo folklórico, y preparó algunas ediciones prácticas de corales.

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En ambas partes del concierto hubo canciones de los dos compositores. La música de Silcher es de una gran belleza, resaltando el contraste entre las diversas cuerdas pero siempre de una forma muy coral, destacando ocasionalmente (por ejemplo en Ännchen von Tharau, sobre un poema de Dach) una por encima de las demás. Casi todo el programa elegido fue cantando a capella, interviniendo el piano de Daniel Heide (luego hablaremos de él y el resto de músicos que acompañaron a los cantantes) en solo dos de las canciones, la popular Untreue y en In der Ferne con letra de Schlippenbach. Pero el pianista también daba el tono para el comienzo de las canciones, como en la famosa Die Loreley (Heine) que el grupo había empezado en un tono diferente, y que tuvo que corregir con una cómplice sonrisa de Heide. Quizá lo más atractivo de la interpretación de esta parte del programa fue a nivel técnico las bellísimas medias voces que adornaban muchas de las composiciones, transmisoras veraces del espíritu romántico popular germánico.

Personalmente tuvo mucho más interés la parte dedicada a las canciones corales que, a lo largo de su copiosa producción liederística Schubert fue incorporando para deleite de sus amigos. Podríamos decir que estas composiciones son el alma de una schubertiada, la reunión de admiradores y amigos de Franz Schubert para tocar y cantar su obra. Un plus más a añadir a este concierto tan especial y como oí decir a una aficionada, “milagroso”. Si la primera parte fue estupenda con canciones que mezclaban unas voces más solistas que otras: Las dos denominadas Trinklied (canción de taberna), las preciosas Der Geinsteranz y Widerspruch. La primera parte se cerró con una joya de la producción vocal schubertiana: el octeto vocal con acompañamiento de quinteto cuerda (dos violas, dos violoncelos y un contrabajo en este caso) Gesang der Geister über den Wassern (Canto de los espíritus sobre las aguas) D 714, con letra de Goethe.  Para hacerle justicia a obra maestra, más larga y completa en esta versión de 1821 (tuvo varias y al principio de la segunda parte se cantó una más corta) me atreveré a citar el portentoso manual de Brigitte Massin sobre Schubert: “Pero cuando hayamos apreciado la estrecha correspondencia entre la música y el texto del poema habría todavía mucho que decir sobre esta obra extraordinaria, sobre la profundidad de su contenido musical y poético, sobre el misterio que de ella se desprende, sobre la ciencia schubertiana utilizando las voces (se trate del coro entero o dividido) sobre esta alianza sutil y única en la obra de Schubert, de las voces y del quinteto de cuerda, sobre la novedad absoluta de una obra como ésta en la historia de la música”. Impresionante.

Maravillosos todos los lieder de la segunda parte, centrados en la última etapa de la producción vocal de Schubert. En cada uno de ellos fue protagonista uno de los cantantes. Para no alargar esta crónica (que ya es maratoniana) destacaré Mondenschein d 875 (Claro de luna) sobre un poema de Schober y que cantó de manera brillantísima el tenor Jan Petryka, acompañado de sus compañeros, y que arrancó la má cerrada y espontánea ovación del público. 

Como siempre Daniel Heide se mostró como el gran pianista acompañante que es. Siempre pendiente del copioso número de cantantes y de las melodías poco frecuentes resultó imprescindible en muchos momentos de la noche, especialmente en la segunda parte del programa dedicada a Schubert. También brillantes e imprescindibles Karoline Kurzemann-Pilz y Gyöngyi Ellensohn (viola), Franz Ortner y Fabian Jäger (violoncelo),  y Bernd Konzett (contrabajo) en las dos versiones de Gesang der Geister über den Wassern.

Un concierto realmente inolvidable, que retransmitirá la Radio austriaca el 20 de septiembre y que nadie se debería perder. ¡Ojalá haya una grabación!.