Amor al lied
Schwarzenberg, 27/08/2024. Angelika Kauffmann Saal. Brahms, Schubert, Liszt. Julia Kleiter, voz. Julius Drake, piano.
Hay momentos en un concierto que te quedan grabados por encima de todo lo demás que has oído y visto. Algo que hace que se resuma la esencia real de lo que siente un artista. Al final de la primera parte de su liederabend, la gran cantante Julia Kleiter cantó de una manera absolutamente genial y entregada uno de los lied más famosos de la historia, el que se dice fue el primero de los lieder románticos: Gretchen am Spinnrade (Margarita en la rueca). El público irrumpió en aplausos al acabar la canción, pero Kleiter, ya saludando con su pianista, el magistral Julius Drake, no pudo recomponer el gesto hasta unos largos segundos más tarde. Seguía seria, concentrada, saliendo poco a poco de la tensión que los versos de Goethe y la música de Schubert habían creado y ella había interpretado. Eso es amor al lied. Eso es lo que distingue alguien que canta de vez en cuando un concierto de lied y el que es, por encima de todo, un liederista. Julia Kleiter canta con igual nivel ópera u otros géneros, pero está claro que el lied lo siente, lo vive. Y eso para un aficionado, es lo más importante.
Este pequeño prefacio resume la esencia de un recital que tuvo sus señas de identidad en la pasión, en la vivencia de los versos cantados y en la soltura y calidad técnica que demostró la cantante alemana. Segura en todo momento, con un agudo perfectamente conseguido y una versatilidad en los diversos cambios de tesitura que exigen muchas de las canciones, nos presentó un programa variado a través de tres figuras fundamentales del romanticismo alemán a lo largo de todo el siglo XIX.
Comenzó con el más joven de los compositores abordados: Johannes Brahms. Cuando el compositor hamburgués se encontraba ya al final de su carrera creativa, recurrió una vez más a la composición vocal y escribió una colección de canciones populares: las famosas Deutsche Volkslieder "Canciones populares alemanas para una voz y piano" WoO 33. Las compuso entre 1893 y 1894 y luego las publicó él mismo en 1894. Se trata de un total de 49 canciones. Esta colección consta de siete cuadernillos de siete canciones cada uno. De este plantel de excelentes piezas, donde el trabajo de Brahms se centra en su trabajo pianístico, la cantante eligió siete (a la que añadió para comenzar el concierto Ständchen “Serentata” del op.14). destacaría la alegre y sentida Die Sonne scheint nicht mehr (El sol ya no brilla), la maravillosa Schwesterlein (Hermana pequeña) o la que cerró esta parte, la alegre y bellísima Feinsliebchen, du sollst mir nicht barfuß gehn (Cariño, no irás descalza por mí), en la que, como en todo el concierto el trabajo de Julius Drake fue fundamental. A quien quiera conocer esta colección de canciones en profundidad me permito recomendarle la grabación que Elisabeth Schwarzkopf y Dietrich Fischer-Dieskau hicieron de las 49 canciones. Una delicia.
Un bloque de lieder de Franz Schubert cerraba la primera parte. Puro arte en la voz de Keiter y el piano de Drake. Este brilló especialmente en Liane D298 y es que no hay que olvidar que los tres compositores de este concierto eran consumados pianistas y escribieron grandes obras para este instrumento y eso también se nota en sus canciones. El pianista inglés, un hito de su generación en el lied, volvió a demostrar que la elegancia, la precisa técnica casa perfectamente con la aparente sencillez. De este bloque destacaría especialmente la interpretación de la soprano alemana en el conocido Der Wanderer an den Mond (El viajero a la luna) D 870, un canto de marcha que poco a poco se va haciendo más íntimo y lírico y donde la delicadeza del canto fue primordial. Muy bien también Erster Verlust (Las Primeras privaciones) D. 226. Aparece, más explícita aún que en Margarita en la rueca, que le siguió en el recital, la meditación dolorosa sobre el tiempo pasado, la nostalgia de una felicidad perdida, sentimientos que tendrán una prolongación en la vida y en la obra de Schubert hasta la muerte. La segunda parte estuvo por entero dedicada a lieder de Schubert. Otra vez hay que recalcar la facilidad de la soprano para transmitir la profunda pasión (tantas veces dolorosa) y belleza de estas canciones. Destacar por encima de todos, por la calidad de la interpretación, por la intensa interacción entre cantante y pianista en esa obra maestra del repertorio schubertiano que es Der Zwerg (El enano) D 771, un lied que hace saltar las lágrimas.
He de confesar que Franz Liszt no se encuentra entre mis compositores favoritos. Pero las cinco canciones elegidas por Kleiter para el cierre de su recital son hermosas y formaban un grupo muy interesante para concluir una tarde tan especial. Sobre textos de Schiller, Liszt compuso tres canciones que son todo lo contrario de la simplicidad folclórica que deseaba el poeta: emocionantes en su virtuosismo, y se suceden una tras otra en una sucesión ininterrumpida. Otra vez Drake pudo lucirse en la excelente partitura pianística de la primera canción Der Fischerknabe (El niño pescador) que supuso también un reto vocal para Kleiter que resolvió con soltura la zona más aguda del lied. Dos canciones (Die Loreley sobre el conocido poema de Heine y Kling leise, mein Lied) completaron este último bloque dedicado a Liszt.
Dos propinas más (Strauss y Schubert, si entendí bien) completaron un Liederabend donde una vez más Julia Kleiter y Julius Drake emocionaron a un público que los aplaudió con intensa pasión al final del concierto.
Tres compositores y un cuarteto excepcional
Schwarzenberg, 27/08/2022. Angelika Kauffmann Saal. Turina, Ravel, Schubert. Cuarteto Modigliani.
Resulta ya habitual que el Cuarteto Modigliani visite la Schubertiade. La calidad de este conjunto formado por Amaury Coeytaux (violín), Loïc Rio (violín), Laurent Marfaing (viola) y François Kieffer (violonchelo), está sobradamente contrastada y siempre es una suerte poder acudir a alguno de sus conciertos en la Angelika-Kauffmann Saal. En esta ocasión las obras elegidas son de tres autores bien diferentes y de tres nacionalidades distintas.
Presencia española en Schwarzenberg (algo nada frecuente en su programación) con Joaquín Turina y su conocida La oración del torero. Obra compuesta originalmente en 1925 para el Cuarteto Aguilar (laúdes) fue posteriormente adaptado para cuarteto de cuerda. Es una obra eminentemente narrativa que nos lleva a ese momento tan íntimo como es la de un torero que reza en la plaza antes de la corrida. Con un comienzo alegre y folclórico que se completa con un pasodoble, el momento más lírico es el dedicado especialmente a la oración con un movimiento lento de gran emoción que los Modigliani supieron expresar con indudable belleza.
Y es que una de las cualidades de este cuarteto, aparte de un virtuosismo y una calidad técnica estupenda, es la identificación con las obras que interpreta, la conexión con el mensaje que el compositor ha querido transmitir con su partitura. Esto lo pudimos comprobar perfectamente en una versión depurada y emocionante en el Cuarteto de cuerda en Fa Mayor de Maurice Ravel. El compositor francés escribió su único cuarteto de cuerda entre 1902-1903 como homenaje a su maestro Gabriel Fauré. Ravel mezcla en esta obra una querencia por el clasicismo que mezcla también con pinceladas que nos pueden recordar al impresionismo pero siempre de unos límites muy académicos. Si toda la obra fue tocada con indudable clase, destacaría el brillante segundo movimiento, Assez vif-Très rythmé, con esos pizzicatos tan frescos y tan bien ejecutados y el lirismo del segundo tema del movimiento. Bellísima interpretación de Très lent (el tercer movimiento) donde los Modigliani mostraron todo lo que vengo repitiendo en esta crónica: la empatía con una melodía hermosa y tremendamente lírica tocada con una perfección poco habitual. Una maravilla.
La segunda parte era para uno de los cuartetos más conocidos de la historia de la música de cámara: El Cuarteto en Re Menor D 810 Der Tod und das Mädchen (La muerte y la doncella) de Franz Schubert. No voy a alargarme aquí en el análisis de esta obra que tiene su origen en el lied del mismo nombre. Schubert consigue aquí una música genuinamente personal aunque se atisbe una influencia beethoveniana. Se ha escrito mucho sobre cada uno de los movimientos del cuarteto, todos ellos de una belleza impactante, con unas notas que llegan al alma del oyente si es bien interpretada ¡y cómo lo hizo el Cuarteto Modigliani! Todo lo que ya habíamos oído antes se condensó en una interpretación modélica, llena de pasión, ritmo, intensidad, virtuosismo y sobre todo entrega que consiguió una conjunción con un público completamente entregado. Para mi fue una versión que es difícilmente igualable en la actualidad, sobre todo en cuanto a la profundización en la esencia del mensaje de Schubert, en el alma del cuarteto. El público estalló en bravos al final de la interpretación y despidió aplaudiendo de pie a este genial grupo.