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Un joven enamorado 

Schwarzenberg, 28/08/2024. Angelika Kauffmann Hall. Schubert. Die schöne Müllerin (La bella molinera). Ilker Arayürek, voz. Ammiel Bushakevitz, piano. 

Aunque sólo cuatro años separan los dos  únicos ciclos de canciones concebidos como tales por Franz Schubert, Die schöne Müllerin (La bella molinera, 1824) y Winterreise (El viaje de invierno, 1828), tienen un carácter muy diferente. El primero, en el que nos vamos a centrar en esta crónica, narra la historia de la obsesión de un joven caminante (el ideal romántico del hombre que busca nuevos horizontes) y que encuentra trabajo en un molino donde se enamora de la hija de un molinero. Esta relación, esta búsqueda, representa la juventud en flor en la que el color verde significa la juventud pero también los celos y en el que el piano, en un papel fundamental, representa el arroyo, el amigo y compañero del joven molinero. Ambos ciclos se basan en poemas de Wilhelm Müller, hoy bastante olvidado pero que gozaba de gran popularidad a principios del siglo XIX. Schubert suprime el prólogo y el epílogo de este La bella molinera y convierte al aprendiz de molinero en el narrador de la historia. Todo lo vemos desde un punto de vista subjetivo, dándole una visión dramática que engrandece el ciclo. Una historia que pasa de el optimismo con la llegada al molino, el enamoramiento de la hija del molinero, que erróneamente él cree correspondido, la aparición de un cazador por el que bebe lo vientos la molinera y el trágico final de un joven que ya no tiene razones para vivir.

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A lo largo de veinte canciones esta historia nos conmueve, tanto por la sencillez de la trama como por unos sentimientos a flor de piel, mucho menos complicados de los que aparecerán en Winterreise. Die schöne Müllerin no es por ello más simple ni sus lieder más básicos, simplemente se adaptan a la juventud, al anhelo de amor, al fracaso más inmediato, de un amor, aunque el final sea, seguramente, más trágico. Ilker Arcayürek aborda esta joya del mundo del lied de una manera muy natural, nada forzada. Su narración es fluida, adaptándose perfectamente a la evolución de su personaje (el molinero enamorado) sin romper la magia de la historia. Me refiero que su enfoque comienza de una manera alegre, optimista y va evolucionando según la realidad (la actitud de la molinera, la aparición del cazador, la aceptación de el amor no correspondido) no cae en exageraciones, en gestos o demasiado jocosos o excesivamente trágicos. Por eso se hace más creíble.

El tenor turco conecta con Schubert y con su música y eso nos permitió disfrutar de una variada muestra de un canto de buena técnica y diferentes registros que domina con maestría. Su timbre es especial, y al principio a mí me costó adaptarme a él hasta que le encontré esa personalidad que encierra. Tampoco  ciertos pianissimi de la zona aguda son demasiado atractivos, pero he de reconocer que cantantes de inmenso éxito los hacen y encantan al público, son apreciaciones personales, simplemente. Arcayürek se lució a muy alto nivel en lieder tan bellos de la primera parte del ciclo como Am Feierabend (Después del trabajo),  Der Neugierige (el curioso) o Mein! (Mía) pero bordó los del final destacando un maravilloso Eifersucht und Stolz (Celos y orgullo), ese conmovedor diálogo que enfrentan al joven y al arroyo (Der Müller und der Bach) acabando con Des Baches Wiegenlied (Canción de cuna del arroyo) que el tenor interpretó con una sencillez, una ternura y una belleza conmovedora.

No había oído nunca a Ammiel Bushakevitz, un pianista israelí que demostró ser un gran conocedor de la escritura pianística de Schubert. Estuvo fantástico en todas sus intervenciones, tanto acompañando con elegancia al cantante como cuando Schubert deja esos momentos para el piano que tanto sentido dan a sus lied. Especialmente me emocionó su acompañamiento en los lied más líricos, especialmente en el último tramo del ciclo. 

 

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Un quinteto inolvidable

Schwarzenberg, 28/08/2024. Angelika Kauffmann Saal.Wolf, Beethoven, Schubert. Clemens Hagen, violonchelo. Cuarteto Modigliani. 

Voy a permitirme empezar esta crónica por el final del concierto. La interpretación que el Cuarteto Modigliani, acompañado por el violonchelista Clemens Hagen (perteneciente al Cuarteto Hagen) hizo del Quinteto de cuerda en do mayor D 956 de Franz Schubert quedará en los anales de mis momentos más memorables de la Schubertiade, a la que he asistido en seis ocasiones con la de este año. Y creo que la misma opinión tenía el público que llenaba el Angelika-Kauffmann-Saal, que a los pocos segundos de que el sudoroso grupo de músicos diera sus últimas notas, prorrumpió en sonoros aplausos y casi se puso inmediatamente, en su gran mayoría, de pie. Y es que los aproximadamente cincuenta minutos que dura este monumental quinteto fueron un continuo disfrutar de una de las mejores partituras de Schubert (algunos expertos, decía el programa de mano, la consideran la cumbre de su creación camerística) y de una interpretación llena de tensión, entrega, belleza y equilibrio. El Quinteto inusualmente a la costumbre de la época lo compone un cuarteto clásico reforzado por un violonchelo. Este instrumento era uno de los favoritos de Schubert y le da oscuridad a la música pero también calidez. Creado en los últimos meses de la vida del maestro, reúne la madurez del artista pero también su tristeza y depresión por las dificultades de todo tipo, sobre todo de salud, que padecía. 

Estilísticamente tiene una gran relación con la Sinfonía nº 9 en do mayor (La Grande) y con los Heine-Lieder, compuestos en las mismas fechas, alrededor del verano de 1828 (recordemos que Schubert moriría en noviembre de ese mismo año). Todos los movimientos poseen un atractivo especial, un diálogo entre los instrumentos (especialmente entre el primer violín y el violonchelo acompañante) que está lleno de inteligencia y profunda musicalidad, anunciando toda la partitura el futuro musical que vendrá. Resulta extremadamente chocante para el aficionado de hoy en día que Schubert fuera considerado en su tiempo y durante mucho tiempo después un mediocre compositor de música de cámara (esta obra fue estrenada en 1850). No hay más que pararse a escuchar el increíble segundo movimiento (adagio) para admirar la perfección y modernidad de la composición: un tiempo lento, apacible, con un tema tranquilo que de pronto se ve interrumpido por un intermedio sombrío y apasionado, para luego volver a esa pausada y bella música que habíamos oído al comienzo. Es solo un ejemplo de los cuatro movimientos que se engarzan para formar, vuelvo a repetirlo, una partitura impresionante.

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Y sí, impresionante fue el trabajo del Cuarteto Modigliani  (Amaury Coeytaux, violín, Loïc Rio, violín , Laurent Marfaing, viola, y François Kieffer, violonchelo) y Clemens Haben (violonchelo). Los Modigliani nos habían dejado encantados en el concierto del día anterior pero en este estuvieron simplemente espectaculares demostrando que son una referencia en la música de cámara de Schubert (recordemos que tienen grabados los cuartetos de cuerda completos del compositor vienés). Y no hay que olvidar a Haben, un profesional estupendo como volvió a repetir en esta ocasión.

Después de la segunda, al analizar a posteriori, la primera parte resultó un aperitivo, de lujo sí, pero un aperitivo. En primer lugar escuchar La serenata italiana en sol mayor de Hugo Wolf, una obra ligera y delicada, de alegre melodía que el Modigliani tocó con pericia y que se va repitiendo en la corta pieza. Más conocido es uno de los primeros cuartetos que compuso Ludwig van Beethoven, concretamente el tercero, en Re mayor,  de su Op. 18, publicado en 1800. En ese momento el compositor alemán buscaba su propio camino influenciado sin duda por Haydn que en esa misma época (1799) terminaba su carrera en este tipo de composiciones, y también con la sombra de Mozart cerca. Pero Beethoven era ya un hombre con su propio criterio y aunque sigue las pautas clásicas del género hay una impronta personal en los temas musicales elegidos y una alegría y vivacidad propia del que emprende una carrera que sería inmortal. El Cuarteto Modigliani entendió a la perfección el alma de la obra y brindó una versión ligera pero bien estructurada, llena de aciertos técnicos y compenetración entre los diversos instrumentos.