Duelo de divas
Madrid. 26/09/2024. Teatro Real. Cilea: Adriana Lecouvreur. Ermonela Jaho (Adriana Lecouvreur). Brian Jagde (Maurizio di Sassonia). Nicola Alaimo (Michonett). Elina Garanca (Princesa de Bouillon). Maurizio Muraro (Príncipe de Bouillon). Mikeldi Atxalandabaso (Abate de Chazeuil) y otros. David McVicar, dirección de escena. Nicola Luisotti, dirección musical.
Para abrir su temporda 24/25 el Teatro Real ha optado por un título que llevaba ausente muchos años en Madrid (se vio en dos ocasiones en la Zarzuela: en 1974, con Caballé y Carreras; y en Troitskaya y Aragall) y que en realidad nunca se había escenificado en el coliseo de la Plaza de Oriente.
Cantante de indudable magnetismo, Ermonela Jaho está en el momento de mayor madurez de su trayectoria, con un instrumento muy capaz y con unas dotes teatrales de dificil parangón hoy en día en los escenarios internacionales. Ya desde su primera intervención, con la consabida ‘Io son l´umille ancella’ hizo gala de un control extraordinario de su voz, con reguladores de muy buen factura, llevando su voz desde un hilo casi inaudible hasta una voz en plenitud.
La cantante albanesa sabe meterse bajo la piel de la protagonista de un modo creíble, haciendo suyo el melodrama con naturalidad y con apasionamiento, elevando el calado emocional de la función en cada una de sus intervenciones. Jaho estuvo particularmente excelsa en todo el último cuadro, con una versión estremecedora de ‘Poveri fiori’ y recreando la muerte de Adriana con una crudeza al alcance de muy pocas intérpretes. En resumen, una Adriana de primerísimo nivel.
A su lado, sonoro y gallardo, el Maurizio de Brian Jagde fue sin duda solvente aunque se diría que le cuesta explorar la media voz, con una emisión que tiende al forte. Jagde es un cantante que se siente más cómodo cuando puede empujar hacia el agudo y en ese esntido se echó de menos un fraseo más elaborado y poético, aunque tampoco vamos a quejarnos de un tenor con todas las notas en su sitio y con un volumen más que suficiente.
Gran trabajo de Nicola Alaimo con la parte de Michonett, haciendo gala de un consumado oficio a la hora de colorear el texto y darle todo su realce teatral. Su monólogo fue una auténtica lección de expresividad, sin recurrir a trucos fáciles ni tremendismos, otorgando protagonismo a la palabra y a los acentos por encima de todo.
Elegante y apasionada, Elīna Garanča estuvo extraordinaria encarnando a la Princesa de Bouillon. Es curioso porque la cantante letona no tiene unos medios especialmente graves, pero la inteligencia en el manejo de su voz es tal que logra llegar a todas las notas, con el color exacto, sin forzar un ápice y con un timbre que es pura crema en las notas centrales. Sus encuentros con la Adriana de Ermonela Jaho fueron el momento cumbre de la noche, sin la menor duda, con una tensión teatral que podía palparse en el ambiente.
Gran elenco de comprimarios, destacando el rotundo y elegante Príncipe de Bouillon de Maurizio Muraro y el resuelto Abate de Chazeuil de Mikeldi Atxalandabaso, una auténtica garantía en este tipo de roles. Completando el cartel, un cuarteto intachable: David Lagares como Quinault, Vicenç Esteve como Poisson, Sylvia Schwartz como Jouvenot y Monica Bacelli como Dangeville.
En el foso Nicola Luisotti hizo gala de un estilo firme, a veces demasiado severo y riguroso en la ejecución, algo parco en refinamiento y un tanto complaciente. El maestro toscano acertó con el color del melodrama italiano pero se echó de menos un mayor aliento en algunas páginas como el citado ‘Poveri fiori’. Tampoco cuidó Luisotti demasiado a las voces en algunas páginas, con un caudal sonoro un tanto desvocado en ocasiones puntuales. En todo caso, la orquesta titular del teatro sonó bien preparada y generalmente eficaz en todas sus secciones.
Respecto a la ya bien conocida producción de David McVicar, no hay mucho qmás que añadir a lo que ya escribí hace unos meses en ocasión de las funciones en el Liceu, entonces con Aleksandra Kurzak y Roberto Alagna. Se trata de una puesta en escena ya icónica que se ha paseado por los principales escenarios internacionales y que sin duda ha contribuido a volver a poner en circulación este título. Es un trabajo esmerado, de aires clásicos, ideal para los públicos más conservadores y ciertamente hace justicia a un libreto que no deja margen para muchos experimentos.
Fotos: © Javier del Real