Gustavo Gimeno: "No imagino un lugar mejor que el Teatro Real para hacer ópera hoy en día"
El próximo mes de septiembre Gustavo Gimeno se incorporará oficialmente como nuevo director musical del Teatro Real, un cargo que en la práctica ya viene ejerciendo, definiendo junto a Gregorio Marañón, Ignacio García-Belenguer y Joan Matabosch el horizonte del coliseo para los próximos años. Desde los primeros días de diciembre se encuentra en Madrid ensayando ya para dar forma a la producción de Eugene Onegin de Chaikovski con dirección de escena de Christof Loy. En ocasión de estas funciones, con las que el coliseo madrileño abrirá su agenda en 2025, conversamos en la capital madrileña con el maestro valenciano.
Empecemos por recapitular cómo se produce su llegada a la dirección musical del Teatro Real. Todo se precipita después de aquellas maravillosas representaciones de El ángel de fuego de Prokofiev que usted dirigió, en la propuesta escénica de Calixto Bieito, con la soprano Ausrine Stundyte. Unas funciones triplemente reconocidas de hecho en los Premios Ópera XXI. ¿Cómo se desencadenaron los hechos para que poco después de esas funciones se anunciase su titularidad en el Real?
Creo que Joan Matabosch está particularmente orgulloso de haberme propuesto ser el director musical del Teatro Real antes del estreno de esas funciones. Es decir, la oferta surge antes y no después o a consecuencia de aquellas representaciones. Joan en aquel momento desconocía, con detalle, cuáles eran mis sueños o proyectos y cuál era mi horizonte profesional y personal. Pero abiertamente me hizo esa propuesta, abrió esa conversación sobre una posible titularidad en el Teatro Real, antes del estreno de El ángel de fuego.
Es interesante este dato que aporta, porque desde fuera el relato que todos tenemos asumido es precisamente la idea de que la titularidad en el Real llega a consecuencia del éxito de esas representaciones de la ópera de Prokofiev.
Sí, Joan siguió muy de cerca aquellos ensayos para El ángel de fuego y lo cierto es que él y yo hablamos mucho esos días. También venía siguiendo mi actividad con la Orquesta Filarmónica de Luxemburgo. Pero desconocía hasta qué punto yo quería o podía implicarme con un proyecto de las dimensiones y entidad del Teatro Real. Y esos días, ensayando Prokofiev, creo que Joan descubre que a mí me gusta mucho estar implicado en un proyecto así, profundamente y a largo plazo, de manera intensa. Y seguramente descubre también en esos días que a mí me gusta trabajar en equipo, con gente de calidad humana y profesional en la que puedes confiar.
Lo cierto es que había un interés manifiesto por parte de Joan Matabosch en contar con usted en algún momento. Repasando una entrevista anterior que mantuvimos, en 2021, usted mismo me confesaba que la propuesta para dirigir El ángel de fuego en el Teatro Real había llegado varios años antes.
Así es, y fue una propuesta muy concreta. Joan me contacto mucho tiempo atrás y precisamente con la idea de dirigir este título de Prokofiev en particular. Imagino que poco a poco en su mente se fue dibujando la idea de que mi manera de trabajar y de entender un proyecto de estas dimensiones podía encajar con su visión de lo que el Real necesita y debe hacer en los próximos años.
Por otro lado, la propuesta de liderar el Teatro Real no pudo llegar en mejor momento, precisamente cuando se aproximaba ya a cumplir una década al frente de la Filarmónica de Luxemburgo y apenas iniciada su titularidad en la Orquesta Sinfónica de Toronto.
Lo cierto es que cuando recibo la propuesta de asumir la dirección musical del Teatro Real todo terminó de encajar en mi agenda. Yo tenía claro que iba a poner fin a mi titularidad en Luxemburgo tarde o temprano pero en aquel momento había sobre la mesa dos o tres posibles escenarios de futuro que yo visualizaba. Y cuando llega este tren, con la propuesta del Teatro Real, no dude ni un minuto en subirme, ya digo, cuando además las fechas encajaban a la perfección.
Antes de ahondar en su titularidad en el Teatro Real, hablemos de Eugene Onegin, el título que le trae a Madrid en estas fechas. ¿Qué ha descubierto en este primer acercamiento a la partitura? ¿Y cómo está siendo el trabajo con Christof Loy?
Estoy muy contento de dirigir este título y de encontrarme con Christof Loy, con quien sin duda trabajaré más en el futuro. El nivel de detalle en el trabajo teatral y musical es extraordinario, ya desde el primer ensayo, desde el primer diálogo… Música y escena se relacionan profundamente. Tenemos un elenco estupendo, además.
Eugene Onegin tiene un planteamiento muy clásico, en lo formal, pero de una intensidad extraordinaria, con una emoción contenida que es increíble. Hay algo de maravillosa simplicidad en esta música. A veces me recuerda a Mozart, Schubert, Verdi… precisamente por esa forma tan concisa de contar y emocionar.
El proyecto como tal, en su origen, estaba por otro lado destinado a jóvenes cantantes, con amplitud de miras y buscando una ópera intimista, no para un gran teatro sino para el conservatorio. Y eso se palpa en la partitura, que es de una belleza extraordinaria.
Retomando su titularidad en Madrid, ¿qué es lo que le sedujo exactamente del Teatro Real? ¿Qué es lo que hace tan atractivo liderar un teatro de ópera en su apartado musical?
Bueno, en primer lugar yo siempre he querido hacer más ópera y evidentemente esto es algo que se materializa por completo con una titularidad al frente de un teatro. Yo había dirigido ópera durante estos años en Luxemburgo, Zurich e incluso aquí en España con Norma en Les Arts y Aida en el Liceu, pero la idea de dedicar un espacio continuado de mi agenda a la lírica era algo muy atractivo para mí, en este momento de mi trayectoria.
Por otro lado no imagino un lugar mejor que el Teatro Real para hacer ópera hoy en día. Sin olvidar, a nivel emocional, lo que supone liderar un teatro de esta entidad en mi propio país. El Real es un teatro que se ha significado por la excelencia en su manera de trabajar; esto es algo que se palpa en la calidad de los elencos y producciones que pone continuamente en escena. En el Real hay un ambiente artístico y humano de primer nivel, es realmente un gozo trabajar aquí.
Imagino que el contraste con Toronto, el otro proyecto que va a seguir liderando durante los próximos años, es indudable.
Sí, son dos proyectos radicalmente distintos, también porque se trata de entidades y ciudades con personalidades muy diversas. Y eso se traslada a los ritmos de trabajo. En Toronto todo es más intenso, porque suelo pasar allí periodos de varias semanas que deben ser muy productivos. En cambio aquí en Madrid, y es algo que estoy pudiendo disfrutar ya con los ensayos para Eugene Onegin, todo tiene otro ritmo y además no dejo de estar en casa y eso siempre hace que haya un plus de comodidad.
En cualquier caso me fascina, y me siento tremendamente afortunado por ello, poder trabajar en dos horizontes tan contrastados y complementarios: ópera y sinfónico, dos continentes distintos, dos culturas diferentes… Eso me enriquece y me mantiene alerta constantemente. La ópera propicia una escucha diferente, un diálogo entre partitura y escenario que después llevo conmigo también al trabajo con el repertorio sinfónico. Para mí esto es mucho más atractivo y enriquecedor ahora mismo que la idea de viajar aquí o allá como director invitado para dirigir la enésima cuarta sinfonía de Chaikovski.
En las conversaciones para concretar su titularidad en el Teatro Real, entiendo que se habló de repertorio. ¿Se cuenta con Gustavo Gimeno para un determinado elenco de compositores y obras? Lo digo sobre todo porque Ivor Bolton ha hecho un gran trabajo con el barroco y Mozart, al tiempo que Nicola Luisotti ha hecho lo propio con Verdi, Puccini y el verismo, con Pablo Heras-Casado asumiendo Wagner y otras obras del siglo XX. ¿Cuál va a ser el esquema de aquí en adelante?
Mi aspiración es la de hacer todo el repertorio posible de aquí en adelante en el Teatro Real, si bien es cierto que Nicola Luisotti va a continuar como director emérito, con una parcela de repertorio más concreta y delimitada. Y esto sin olvidar la presencia de otros directores invitados que puedan venir al Teatro Real. Por ejemplo, Mirga ha hecho Weinberg y tiene todo el sentido del mundo que lo haga ella, como si viene nuevamente Bolton a hacer un Mozart, etc.
Se lo preguntaba porque a veces hay directores titulares un tanto ausentes, precisamente porque tienen un perfil muy delimitado en materia de repertorio.
Yo creo firmemente que cuando Joan me propone esta titularidad es porque sabe que mi curiosidad por el repertorio es amplia. Y esto creo nos va a permitir programar con enorme facilidad. Para el Teatro Real es importante la profundidad del trabajo, más allá del número de títulos que se puedan llevar a cabo durante una temporada ejerciendo de titular. Y esto es algo que yo comparto firmemente. Por eso mi incorporación a los ensayos de Eugene Onegin se ha producido a día 1 de diciembre, mes y medio antes del estreno de las funciones.
Ese es el interés común que Joan y yo tenemos por una determinada forma de trabajar y crear en el Teatro Real. Yo apoyo totalmente ese trabajo intenso y comprometido. En este sentido, de cara a los próximos años podría decir que ya tenemos muy bien delimitado mi calendario: títulos, períodos, etc. Esa anticipación nos va a permitir hacer las cosas bien, con un compromiso real. Como mucho, durante mis periodos en Madrid para producciones en el Real me ausentaré, a lo sumo, una semana para atender mis obligaciones con la Sinfónica de Toronto.
En este sentido, ¿se ha definido un número de producciones por temporada con usted como batuta titular?
La idea es abordar siempre dos títulos por temporada, a poder ser nuevas producciones en el Teatro Real, algún concierto extraordinario con grandes solistas y junto con algún compromiso adicional al frente de la Sinfónica de Madrid. Partiendo de ahí, yo estoy abierto a todo lo adicional que pueda surgir, mi disponibilidad va a ser máxima. En este sentido, si la orquesta del Teatro Real hace una gala o una gira aquí o allá, yo estaré a disposición para que lo estimemos que es importante que yo asuma.
El trabajo con la programación, para los próximos cinco años, ¿ha sido en conjunto con Joan? Por preguntarlo de otra manera, ¿quién propone y quién dispone, si me permite la broma?
Bueno, hay abierta una conversación constante en la que todo surge de manera francamente natural. Creo que entiendo la manera de pensar de Joan, creo que entiendo y comparto sus prioridades y adivino, en cierta manera, hacía donde quiere que vayamos caminando en estos años. Yo soy una pieza más en ese engranaje y realmente, ya digo, todo surge de una manera fluida y natural, de tal modo que nos podemos entender de manera bastante inmediata en materia de títulos, producciones, elencos, etc.
Respecto a la orquesta del Teatro Real, la Sinfónica de Madrid, ¿en qué situación diría que está ahora mismo? ¿Cuáles son los retos para estos próximos años? La orquesta no tiene un director titular como tal pero usted va a serlo en la práctica, si no me equivoco.
Así es. La Sinfónica de Madrid hasta el momento me ha transmitido siempre una ilusión y un entusiasmo por trabajar juntos que yo valoro y aprecio sumamente. De hecho ya hace año y medio vine para una serie de audiciones y pruebas de acceso a la orquesta. De modo que ese trabajo ya lo he comenzado a hacer mucho antes de mi incorporación oficial como director titular en el Teatro Real. Ellos me pidieron mi colaboración, yo estaba disponible y me pareció perfectamente lógico y natural hacerlo.
La orquesta sabe que puede contar conmigo para lo que necesiten. Yo respeto su autonomía y sus parcelas de decisión propia, pero siento que quieren contar conmigo y yo voy a estar ahí para ellos en todo aquello en lo que nos podamos encontrar y crecer juntos.
Y como le decía antes, esto encaja con mi agenda hoy en día. En Luxemburgo estoy haciendo un progresivo diminuendo de actividad y de responsabilidades. Y en cambio en Madrid podríamos decir que es ya un in crescendo. Más allá de que me incorpore como titular el próximo mes de septiembre, lo cierto es que el viaje ya ha comenzado.
Volviendo a su relación con la ópera, a nivel personal. ¿Cuáles fueron sus primeras experiencias con este repertorio, en sus días como percusionista?
Para mí todo se precipita en Ámsterdam, como músico extra en la Orquesta del Concertgebouw, con Riccardo Chailly dirigiendo óperas como Turandot, Aida, Tosca… Fue un periodo dorado. Yo apenas tenía dieciocho años pero ya tocaba como extra en la orquesta y eso me permitió observar cómo funcionaba todo, dentro y fuera del escenario. Tengo un recuerdo imborrable de aquella época, que son también los años en los que descubro verdaderamente a Mahler, a Bruckner, etc.
Pero en realidad tardé en llegar a dirigir ópera como tal. Fue en los años de Helga Schmidt en Les Arts cuando me llega la oferta para dirigir Norma. Tiempos después hice allí Jenufa, ya con Jesús Iglesias como responsable artístico. También hice Aida en el Liceu, Rigoletto en Zúrich y El ángel de fuego en Madrid. En Luxemburgo hice varios títulos también: Don Giovanni, Rigoletto, Macbeth.. He intentado, poco a poco, irme aproximando a varios repertorios, de Bellini a Prokofiev pasando por Verdi, Mozart o Janacek.
Entiendo que su agenda a día de hoy no va a dejar mucho más espacio a compromisos más allá de Toronto, Madrid y unas pocas orquestas con las que suele trabajar como director invitado. Pero ¿se plantearía hacer ópera en algún otro teatro, más allá del Real?
Es complicado encajarlo, francamente. El año no tiene más semanas y no quiero forzar las cosas. Entre Toronto y Madrid tengo una agenda ya muy colmada de trabajo. Y luego hay unas pocas orquestas con las que mantengo un vínculo interesante y enriquecedor y a las que confío en volver con cierta frecuencia. Pero más allá de eso, salvo un caso muy excepcional, veo complicado asumir la dirección de un título operístico en un lugar que no sea el Teatro Real.
En este momento de mi trayectoria también es verdad que el cuerpo me pide desarrollar un proyecto más a largo plazo, con más profundidad, intentar contribuir a construir un proyecto y crecer con él a nivel personal y profesional. Por eso me siento tan afortunado de tener lo que tengo en Madrid y Toronto, aunque sé que eso implica renunciar a tener una agenda más abierta y flexible, a disposición de lo que pueda surgir.