El piano y la guerra
Barcelona. 19/10/24. L’Auditori. Obras de Juli Garreta, Beethoven y Brahms. Alba Ventura, piano. Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña. Jaume Santonja, dirección.
El primer concierto de piano de la temporada de L’Auditori, propiamente dicho, llegó el pasado viernes y reunió a un numeroso público que se reencontró con Jaume Santonja a la batuta y la estrella del piano, Alba Ventura. Convocada para interpretar el colosal Concierto para piano nº5 –Emperador– de Beethoven, la artista regresaba a la casa de la OBC con la que llevaba doce años sin coincidir, ya convertida en una solicitada intérprete y, sobre todo, superando y dejando atrás ciertas “etiquetas”. La pianista catalana comentaba en una entrevista en Platea la necesidad de volver al “kilometro cero”, alegando que priorizar y valorar a los artistas locales no era solo una buena idea en tiempos de pandemia sino también, una necesidad vigente aún a las puertas de este 2025. Sea como sea, a la visita de esta excepcional pianista, heredera del legado de de Larrocha, le ha correspondido un cálido recibimiento por un público que sin duda, esperaba su regreso a la Ciudad Condal.
Antes, Santonja y OBC, calentaron motores con la Pastoral de Juli Garreta (1875–1925), compositor algo olvidado en nuestros tiempos, que reafirma el vigente compromiso de intentar difundir la obra de compositores catalanes en (casi) todos los programas de la presente temporada. De carácter amable y dócil, y sobre todo cierto aroma “straussiano”, la breve obra de Garreta se desenvolvió lo más pastoral posible bajo la lectura del director valenciano, enfatizando la elegancia de la línea del oboe y la gracilidad de los sortilegios bucólicos de la partitura.
El concierto Emperador de Beethoven fue todo un reto para Ventura, por lo que volver a él siempre tiene algo de personal para ella. Esto explica no solo su esmero por una técnica impoluta, sino también el intentar plasmar el eterno ímpetu de un Beethoven que, en las turbulentas circunstancias que sacudían Europa cuando el concierto fue escrito, también se hallaba luchando contra su progresiva sordera y que, entre otras cosas, le impidió estrenar el concierto él mismo al piano. Si bien uno puede imaginarse esta obra como una representación en la que el pianista es Beethoven y el director y la orquesta es, de alguna manera “la guerra” o, directamente Napoleón, la batalla ocurrida la tarde del viernes fue todo un espectáculo musical.
De azul intenso, irrumpió la pianista y pronto recorrió con maestría la primera escaramuza cadencial, sin precipitarse, y tanteando bien el terreno de batalla. Tras la introducción, volvió el foco a Ventura, agilísima en las escalas, especialmente hábil en los cromatismos descendentes de la izquierda, y compenetrándose muy bien con la orquesta en algunos pasajes –también de acompañante– especialmente, con las maderas en el ecuador del Allegro inicial. La pianista mostró su máxima delicadeza en el tema secundario ensamblándose a unos suaves pizzicati extraídos por Santonja antes de sobrevolar los arpegios de la reexposición y encarar una cadencia final muy satisfactoria. Un aclamador aplauso ocupó la sala grande de L’Auditori por varios instantes, antes que Santonja y Ventura se inmiscuyeran en la segunda campaña de la tarde, el bellísimo Adagio poco mosso.
La pianista hizo de la dinámica una religión y se comprometió con cada una de las notas –sobre todo, los trinos– no solo a través de sus manos y muñecas, también del resto el cuerpo, y dio una lección de interpretación “corporal”; la importancia de la inclinación, la posición de la espalda, los hombros, etc., dejando claro que el piano no solo se toca con los dedos –ni los pies–. Un rondó ligero de tempo dejó algunos de los eventos más virtuosos de la tarde en el que Ventura mostró de nuevo una absoluta concentración y dominio de la partitura, habiendo ensayado muy bien ese peculiar ritardando (y diminuendo) final con el timpani. La pianista calmó la ovación con la célebre Claro de luna y sumió en un bálsamo casi de fantasía al auditorio.
Con todo aquello que es do menor para Beethoven, y lo que asimismo es Beethoven para Brahms, enlazaba la Sinfonía nº 1 en do menor, op.68 para ocupar la segunda parte de la velada con pocas sorpresas, destacando eso sí, de nuevo, el buen en entendimiento entre el joven director y la orquesta barcelonesa. La batuta de Santonja sobrellevó bien la acción del primer movimiento y a pesar de la elegancia en las cuerdas medias del segundo, dio la sensación de un pequeño margen de mejora en algunos momentos. Brillaron las trompas –instrumento de vital importancia en la carrera de Brahms– reluciendo su mejor sonido cuivré en el tercer y el cuarto, y Santonja construyó muy bien la tensión ascendente del último cuarto, coronando el final con una energía orquestal muy aclamada por la audiencia, concluyendo una velada muy memorable.
Fotos: © May Zircus