Dos divos para un centenario
Barcelona. 24/10/2024. Gran Teatre del Liceu. Sondra Radvanovsky (soprano), Piotr Beczala (tenor). Orquestra Simfònica del Gran Teatre del Liceu. Kari-Lynn Wilson, directora de orquesta. Obras de Puccini.
Cuando al show business se le ocurre la labor (supuestamente filantrópica) de educar al proletariado en cosas finas tales como la ópera (no era el caso, como demuestra el precio de las entradas) lo que se le ocurre normalmente es poner delante del público a unos señores en smoking y a unas señoras en traje de noche. Las señoras (cargas del patriarcado) suelen lucir un par de vestidos como hizo Doña Sondra Radvanovsky en la ocasión que nos ocupa. Entonces se ponen a cantar una serie de piezas de lo más diversas , todas ellas pensadas para que aflore una especie de euforia que, por recurrente, resulta agotadora. La cosa es que, en realidad, lo que se expresa ahí como un acto de proselitismo hacia el pueblo llano es en realidad la expresión del deseo latente de buena parte del público operístico de escuchar La bohème en bucle. Y eso es lo que se nos ofreció el otro dia en el Liceu con tres salvedades importantes: el precio de las entradas, que descartaba cualquier pulsión evangelizadora, como ya he dicho. El programa monográfico (solo Puccini), eso nos vacunaba aparentemente (ilusos) contra el brindis de La traviata. Y, en fin, que los cantantes eran muy buenos. Solo esto último puede salvar un tipo de veladas que el que escribe detesta.
Aparte de dos buenos cantantes teníamos también a una directora, lo cual empieza a no ser noticia afortunadamente. Y a la orquesta que dirigía, óbviamente, pues las directoras (como los directores) no suenan. Quien sonó fue la orquesta de la casa, y empezó sola bajo la dirección de Kari-Lynn Wilson, sin interferencias vocales, con un preludio simfónico que Puccini escribió en sus años mozos. Ni el preludio es muy inspirado ni la ejecución paso de lo rutinario. El desfile de los divos empezó con el "Donna non vidi mai" de Manon Lescaut, brillante de voz, indiscutible técnicamente, con un pequeño error de texto y unos agudos pletóricos. Sin embargo no pareció que él y la maestra estuvieran muy bien conjuntados.
En "Sola, perduta, abbandonata" Radvanovsky sonó un poco más gastada en el centro y emitió algún agudo tirante, pero compensó con gran fraseo, interpretación intensa y un temperamento mucho más adecuado a Puccini que el de Beczala. La sección dedicada a Manon Lescaut se cerró con el famoso "Intermezzo", introducido con una bella sección de cuerdas, más convicción e intencionalidad que en la anterior pieza instrumental.
"Recondita armonia" confirmó el espléndido estado vocal de Beczala pero también exhibió un fraseo un tanto plano y, sobretodo, una relación problemática entre el tenor y la directora. Y el "Vissi d'arte" de Radvanovsky confirmó las impresiones iniciales, muy pucciniana como intérprete. Lástima que el capital acumulado se echó parcialmente a perder porque creció absurdamente la nota anterior a "perchè me ne rimuneri così", estropeando una cadencia que es siempre de gran efecto. La maestra atacó "E lucevan le stelle" con extrema lentitud, pero aquí no hubo desencuentros y Beczala nos regaló bellos momentos en "O, dolci baci" y en general un canto excelente. Completaron la sección dedicada a Tosca con el duo del primer acto. La orquesta estuvo un tanto fría en su maravilloso solo, pero ambos cantantes estuvieron muy entonados, la Radvanovsky, particularmente, musicalísima y Beczala técnicamente impresionante.
Después del descanso llegaron los fragmentos de La bohème. En "Che gelida manina" Beczala ofreció momentos muy notables en "talor dal mio forziere" (bien atacado y elegantemente resuelto) y un agudo espléndido. Radvanovsky nos explicó, como "captatio benevolentiae", que no cantaba Mimì desde los veinte años. Es cierto que a estas alturas su voz es un tanto pesante para el papel, lo que no le impidió exhibir bellos pianissimi en "di primavere" e "il profumo d'un fiore" (el porqué creció luego esa nota no me lo explico). Tuvo una entrada erronea en "mi chiamano Mimì" pero en general fraseó estupendamente.
Escuchar la secuencia de estas dos arias y el duo que les sigue con dos ovaciones en medio es enervante, particularmente por la cortedad del duo. Y todavía es más enervante que se siga ejecutando siempre ese do final del tenor que convierte esa magia sublime del interno en la matanza del cerdo por muy bueno (y lo es) que sea el cantante. Vino aquí un descanso para los cantantes con la "treggenda" de Le villi. Mucha timbalería (tal vez demasiada) pero brillante en conjunto.
Y aquí llegó uno de los momentos más memorables de la noche, que se dio cuando la señora Radvanovsky cantó "In questa reggia" en un estado que, a dia de hoy, es muy adecuado para esta obra. Cantó con excelente dicción de un texto maravilloso que hay que comunicar con elocuencia. No se ahorró lamentablemente la típica "gigionata" en "fresca voce" y tal vez pudo ser más delicada en "O principi che a lunghe caruvane" pero el aplomo y la contundencia del conjunto y ese impresionante "quel grido e quella morte" completaron lo que hasta este momento fue lo mejor de la noche. El público lo recompensó con un entusiasmo muy justificado. Siguió Beczala con un "Nessun dorma" siempre brillante pero nunca del todo emocionante. Lo mismo da, porque un aria que ha resistido a Andrea Bocelli lo puede resistir todo, así que el delirio popular no se detuvo.
De Madama Butterfly pudimos disfrutar "Un bel dì vedremo", que Radvanovsky cantó con partitura. Una interpretación un poco plana coronada por un agudo muy brillante. Y a continuación el duo, tomado desde "Vogliatemi bene" y también con partitura. Como Radvanovsky cubre desde muy abajo, alguna frase como "noi siamo gente avezza alle piccole cose" careció de la necesaria italianidad en la dicción mientras Beczala lucía una octava alta apabullante.
Todos los hechos más espantosos que se pueden imaginar en este tipo de galas se dieron puntualmente en los bises, aunque también nos esperaba uno de los momentos culminantes de la noche. De entrada el camarada tenor entonó el "Dein ist mein ganzes Herz" de Das Land des Lächelns de Lehár enmedio de un ambiente digno de un concierto de Julio Iglesias (¿qué pinta esta pieza en una gala pucciniana?). Sin embargo la soprano que nos ocupa no se andaba con chiquitas y su bis fue ni más ni menos que el "Pace, pace mio Dio" de La forza del destino. Ante una interpretación como esta se le olvidan a uno las consideraciones anteriores sobre las elecciones de repertorio. Una cantante de vena trágica antes que melodramática, con un tremendo fraseo, muy plástico y una "messa di voce" estupefaciente. Este fue el segundo momento culminante de la noche.
Y efectivamente, no nos pudimos ahorrar el brindis de La traviata. ¿Es necesaria esta condena? Bailaron como en un fin de curso, Beczala estuvo muy en estilo y Radvanovsky superexpresiva. Y tan contentos nos fuimos todos a casa porque, al fin y al cabo, la labor de este crítico es diseccionar los detalles pero un resumen muy somero se limitaría al hecho incontrovertible de que habíamos visto a dos grandes cantantes.