El Apocalispsis como orgasmo sonoro
Munich. 26/10/24. Bayerische Staatsoper: Le Grand Macabre (1978) de György Ligeti. Michael Nagy (Nekrotzar), Benjamin Bruns (Piet vom Fass), Sam Carl (Astradamors), Sarah Aristidou (Polizei Gepopo/Venus), Elizabeth Reiter (Amanda), Avery Amereau (Amando), John Holiday (Fürst Go-Go), Lindsay Amman (Mescalina) y otros. Kent Nagano, dirección musical. Krzysztof Warlikowski, dirección de escena.
Asombro, aturdimiento, desfases sónicos, locuras vocales, orquestación alucinógena, todo esto y mucho más conforma la partitura de Le Grand Macabre de Ligeti. Un equipo de cantantes que se tiran al abismo musical sin red, una orquesta sumergida en unos sonidos imposibles y un director musical al podio como sumo sacerdote de la orgia sonora, se sumaron a una puesta en escena distópica en la estela de una ópera que pareciera inasumible y sin embargo existe y fascina.
Krrzysztof Warlikowski diluye sus referencias iconográficas y visuales en una puesta en escena alegórica y contemporánea que sin embargo bebe de las referencias que el propio tema de Le Grand Macabre destila como ópera.
Desde el cuadro medieval siciliano Il trionfo della morte de autor desconocido (1469), pasando por sus influencias en los cuadros de Pieter Brueghel, El Viejo (1562), El Guernica (1937) de Picasso o Muerte y Fuego de Paul Klee (1940). Warlikowski también menciona al fruto de la obsesión de Ligeti por el fin del mundo como superviviente del Holocausto que mató a parte de su familia, y a filmes como Melancholia (2011) de Lars von Trier, con ese meteorito que matará al mundo en una cuenta atrás de lirismo desgarrador y poético.
Todo ello se personifica en una escenografía vacía, en alusión al vacío de un mundo en crepúsculo, solo separado por verjas cuadriculadas que aluden a las cárceles existenciales de sus protagonistas.
En medio de un caos ordenado (Ligeti escribe con meticulosidad todos y cada uno de los sonidos imposibles que han de cantar sus protagonistas, desde eructos, a gritos, alaridos, etc.), la actividad del escenario se mezcla con un libreto que exige escenas sexuales de sumisión, necrofilia existencial y decadencia moral y vital.
En el seguimiento del protagonista, Nekrotzar, la muerte en propia carne que visita al mundo anunciando su desaparición por la destrucción del mismo por el choque de un meteorito, Warlikowski parece que intenta dar sentido al sinsentido, trazando las aventuras de la Muerte en una visita a un mundo deshumanizado y descreído que no necesita de profetas apocalípticos porque la distopía ya reina en él.
El colorido y fantasioso vestuario de Malgorzata Szczęśniak, autora también de la escenografía, una especie de hangar industrial de aeropuerto, incide en la visión kitsch de una propuesta escénica que se deja mecer por una partitura de múltiples referencias líricas.
Un trabajo-propuesta de Warlikowski que convence más por la estética y su hipnótico resultado teatral, que no por una dramaturgia a la que le faltó incisión en remarcar la profunda ironía y humor que Ligeti vertebra como tabla de salvación final para un mundo decadente y abyecto.
El trabajo de Kent Nagano al foso tuvo el mérito de conseguir que una música tan imposible pero cierta se disfrutara gracias a una orquesta pluscuamperfecta. La Bayerisches Staatsorchester se metamorfoseó con las múltilples referencias con las que Ligeti salpica su abigarrada pero asombrosa orquestación. Increíble el sonido de los metales graves, contrabajos o maderas que rugieron como un buey enorme rebuznando mayestático antes del sacrificio.
Del magnífico equipo de cantantes sería de justicia destacarlos a todos pero también vale la pena mencionar algunos nombres. El Nekrotzar del barítono húngaro Michael Nagy, de lirismo desgarrador pese a un registro grave algo sordo. Las filigranas irónicas del alcoholizado Piet vos Fass por un Benjamin Bruns de agudos punzantes como chupitos de tequila. La esperpéntica coloratura de la Gepopo / Venus de Sarah Aristidou, quien parece ladrar en una escritura extrema y sin embargo construye un personaje de sonidos de otro mundo creíble y admirable, justificando un libreto que bebe del absurdo.
La pareja de Amantes, la Amanda de Elizabeth Reiter, quien se aprendió el papel en prácticamente dos días en sustitución de una indispuesta Seonwoo Lee, doble mérito para una actuación fantástica. Igual a su lado el Amando de la mezzo Avery Amereau, de voz bien empastada y con unos looks que parecieron referirse a las valquirias salidas de la clínica de cirugía estética de la producción del último Ring bayreuthiano firmado por Valentin Schwarz.
De graves contundentes, expresivo y dominador el Astradamors del bajo-barítono estadounidense Sam Carl, quien casi roba el protagonismo al mismísimo Nekrotzar de Nagy. También mencionar a la sutil y lasciva Mescalina de Lindsay Ammam, y al gelatinoso y alambicado contratenor John Holiday como convincente Príncipe Go-Go.
Una orgía sonora, una ópera que si no existiera alguien se la tendría que inventar, un hallazgo lírico fruto de la imaginación sonora de uno de los compositores más atractivos y nucleares del s.XX. El húngaro Gyorgi Ligeti, de quien se celebró el pasado 2023 el centenario de su nacimiento, dejó para a posteridad su única ópera, transformándola en un peldaño ineludible de la creación operística del presente y del futuro. Una ópera que cumple cuarenta y seis años este 2024 y que nunca defrauda, es más, sigue sorprendiendo por su agudeza sonora de profunda ironía y por una arquitectura orquestal vanguardista sin par.
Fotos: © W. Hoesl