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Valentía al programar

Niza, 10/11/2024. Teatro de la Ópera. Puccini. Edgar. Stefano La Colla (Edgar), Ekaterina Bankova (Fidelia), Valentina Boi (Tigrana), Dalibor Jenis (Frank). Coro de la Ópera de Niza. Orquesta Filarmónica de Niza. Nicola Raab, dirección de escena. Giuliano Carella, dirección musical.

Que un teatro de “provincias” como diríamos en España se arriesgue a estrenar una nueva producción de Edgar, la segunda y menos representada ópera de Giacomo Puccini para celebrar el centenario de su nacimiento, es un acto de valentía. Y lo es más cuando se utiliza la primera versión de la obra, la de su estreno en La Scala de Milán en 1889 y que se creía perdida hasta que en 2007 se redescubriera en los archivos de la Casa Ricordi. No fue el éxito que se esperaba (tampoco el fracaso que ha quedado señalado en muchos manuales) después de la primera ópera de Puccini en un acto, Le villi, que hizo que todos los ojos, deseosos de encontrar una nueva estrella en el mundo operístico italiano, se fijaran en ella. Había que buscar un sustituto al gran Verdi, que ya era mayor (aunque le faltaba por estrenar su última obra maestra, Falstaff) y Tito Ricordi presionó a Puccini para que compusiera una nueva obra con el mismo libretista de Le villi, Ferdinando Fontana. El proceso fue más largo de lo esperado, cuatro años, y el resultado, como se ha dicho, no tan halagüeño como se deseaba. Se emprendieron entonces diversos cambios que culminarían en la versión que se hizo para el Teatro de la Ópera (el más famoso de la ciudad en esa época) de Buenos Aires en 1905, y que es la que se suele representar desde entonces hasta la actualidad.

Entre los diversos cambios que hubo hay dos significativos (además de la supresión de partes y  actualización de otras)  que tienen que ver con la función que comentamos. Edgar tuvo cuatro actos en su origen, reducidos a tres en la última versión, y la parte de Tigrana, una de las protagonistas, fue cantada originalmente por una soprano, aunque siempre se pensó en una mezzo para esta parte. La razón es que la mezzo-soprano que iba a protagonizar el estreno de La Scala en 1889 enfermó muy pocos días antes del estreno y ni Puccini, ni el Teatro, ni Ricordi consiguieron otra cantante de esa cuerda con tanta premura. El maestro tuvo que cambiar la tesitura siendo la encargada de cantar el papel Romilda Pantaleoni, la primera Desdémona del Otello de Verdi. Después siempre ha prevalecido la idea original de la mezzo. Por tanto en La Ópera de Niza hemos escuchado cuatro actos, Tigrana ha sido una soprano, y como en La Scala, solo habrá tres representaciones. Todo un homenaje, un riesgo y un éxito, dados los resultados.

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Un éxito en primer lugar por que la nueva producción de Nicola Raab sabe sacar lo mejor de un libreto enrevesado y difícil con un planteamiento escénico que nos traslada de la Flandes medieval del original a cualquier pueblo italiano alrededor de la Segunda Guerra Mundial. Edgar es un joven que parece estar enamorado de Fidelia, una muchacha sencilla y tierna del pueblo pero también ha tenido amores con una mujer, Tigrana, de oscuro pasado y peores intenciones, adoptada por la familia de Fidelia, y a la que pretende Frank, hermano de Fidelia. Como ven, todo muy sencillo. Parece, al comienzo de la obra, que Edgar ha olvidado a Tigrana, pero ante el ataque de todo el pueblo (esa masa puritana que aparece en tantas obras de esta época y de las posteriores) sale a defenderla, quema su propia casa (¡!) y huye con ella no antes de herir a Frank, que se enfrenta a él por el amor de la seductora. El resto de la obra es una especie de redención de Edgar, harto muy pronto de la vida disipada y que abandona a Tigrana para alistarse en el ejército que comanda su antiguo enemigo Frank. Después de un tormentoso tercer acto en el que el joven finge su muerte para desesperación de Fidelia, lo que pone en evidencia toda la maldad de Tigrana, el último parece ser que va a ser feliz con la boda de los enamorados pero la malvada vuelve a cruzarse por medio y, en el último momento, mata Fidelia concluyendo de esa manera la tragedia.

Como ven no es tarea fácil sacar rendimiento dramatúrgico a todo esto, pero Raab, apoyada en una eficaz y sencilla escenografía (dos paredes, dos puerta, unas mesas, varias sillas y un sempiterno almendro) y un adecuado vestuario, ambos firmados por George Sougildes, consigue que la acción no decaiga, sobre todo en el movimiento de los protagonistas, bastante implicados con la producción. La directora alemana no solo actualiza la historia con el cambio de época, sino que las actitudes de algunos personajes se ven con ojos modernos: el coro es mucho más agresivo e inquisidor y el personaje de Tigrana tiene un toque más humano de lo que se pudiera pensar leyendo el libreto literalmente. Un buen trabajo que espero se pueda ver en otros teatros. 

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La Ópera de Niza también ha reunido un elenco de buen nivel para estas representaciones destacando el Edgar de Stefano La Colla, un tenor con grandes cualidades, timbre atractivo, que sabe matizar y que domina con seguridad toda la tesitura llegando al agudo sin ningún problema. También a excelente nivel la Fidelia de Ekaterina Bakanova, una soprano que da lo mejor de sí misma en cada intervención, destacando la primera romanza que abre la obra y la escena de la falsa muerte de Edgar. Estupendo también Dalibor Jenis como Frank, con un aria en el primer acto en la que pudo lucir sus dotes de buen barítono. El eslabón más flojo del reparto fue la Tigrana de Valentina Boi, cuya voz denota ciertas dificultades en el agudo, un vibrato bastante molesto y unas prestaciones vocales que, en general, no hacen justicia a la partitura pucciniana. Por otra parte fue, sin duda, la mejor actriz en el escenario. Excelente trabajo del Coro de la Ópera de Niza, bien empastado, con calidad e implicado actoralmente.

Giuliano Carella fue un director musical que supo encontrar todo lo que del futuro Puccini encierra esta obra. Con una tensión que no decayó en toda la representación supo conectar foso y escenario. A su mando una solvente Orquesta Filarmónica de Niza que, sin destacar especialmente, cumplió con holgura su cometido.

Y es que Edgar es Puccini, no el mejor Puccini, por supuesto, pero en sus notas se perciben ya momentos que serán inolvidables y hay melodías que ya emocionan, como el preludio que abre la segunda parte de la obra. No digo que se incorpore a la programación habitual de los teatros pero sí que se debería representar más porque es la semilla de la que surgirá una de las carreras más brillantes de la historia de la Ópera, a la que lastra un libreto que no está a la altura de la música.

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Fotos: © Dominique Jaussein