Ella
Viena. 22/XI/2024. Musikverein. Obras de Hartl, Jolivet y Berlioz. Sophie Dervaux, fagot. Orquesta Filarmónica de Viena. Alain Antinoglu, director.
Escuchar a la Orquesta Filarmónica de Viena y en su sede del Musikverein es tocar el cielo y una de las mejores experiencias musicales que se pueden tener en la vida. Da igual lo que toque y, diría, quasi, quien dirija: escuchar y ver lo que sale de esa formación es tal gozada, que uno quisiera seguir teniendo esa experiencia horas y horas y horas.
El concierto al que asistí comenzó con una obra de un ex integrante de la propia orquesta: Bruno Hartl, y que fue timbalista de la formación. En concreto se tocaba una composición que se llama ‘April’, compuesta en 2022 (un año antes de morir el compositor) y que, por lo leído, establece una clara conexión con la naturaleza. Es una obra hecha con oficio, de alguien que sabía lo que hacía, y que conocía muy bien lo que es una orquesta y se nota. Tiene una clara influencia de R. Strauss (el inicio recuerda muchísimo a su Sinfonía Alpina), aunque luego se complica y cambia con polirritmos mas acerados y complejos y que denotan su pasado percusionista. La obra acaba haciéndose un poco larga, se enmaraña y emborrona con un lenguaje un tanto ecléctico y se enroca por, quizás, demasiado tiempo en esa espesa madeja de ideas. Hay instantes que suenan a banda sonora pero que relucen brevemente porque el compositor rápidamente, y como si quisiese ocultarlo, los vuelve a ocultar en lineas superpuestas y de ritmos cambiantes dejando que la citada sensación de maraña se empodere. No es una obra que creo vaya a tener mucho recorrido pero a mí me daba igual. Yo escuchaba embebido los sonidos y forma de tocar de ‘ella’: la Filarmónica de Viena y, aunque la composición no me estaba interesando demasiado mi nivel de disfrute era mayúsculo escuchando lo que hacía la orquesta.
A continuación se ofrecía el estupendo Concierto para fagot y orquesta de André Jolivet y que la formación vienesa interpretaba por primera vez. Quizá sea esta la única obra del compositor francés que se toca con cierta frecuencia debido a la demanda de los fagotistas, y es una pena. No deja de ser, Jolivet, otro compositor a descubrir por los programadores.
El concierto para fagot se trata de una obra instrumentada para cuerda (reducida), piano y arpa, y de muy difícil ejecución, tanto para el solista como para la orquesta. Nada más comenzar se pudo disfrutar de un buen balance en el 5/4 inicial en la forma de destacar las violas; y en el subsiguiente recitativo de fagot pudimos apreciar las virtudes de la solista: Sophie Dervaux, fagotista de la propia orquesta, en forma de bello sonido, capacidad de fiato, bellas inflexiones, y forma de colorear los registros extremos del instrumento. El difícil allegro gioviale posterior cambia radicalmente el carácter, y el característico tema introducido por los violines primeros lleno de traviesa asimetría y punzantes ritmos sincopados empuja a la solista y demás familias instrumentales a jugar con él y variarlo. La armonía se torna muy abstracta, y los rápidos diseños se llenan de alteraciones estableciéndose un último cambio de tempo a meno vivo donde el fagot solista va acelerando poco a poco de forma característicamente jocosa y staccato.
El segundo movimiento comenzó de forma extraordinaria con la fagotista haciendo un verdadera recreación tocando el tema principal de un tirón y de forma sostenida. El legato y la forma de llevar la frase remataron la ejecución de manera sublime. Los numerosos solos de violín fueron tocados de forma demasiado intensa y sin el color lejano y más ‘francés’ que la solista y el director requerían. Este movimiento enlaza en un fugato a 2/4 casi al doble de velocidad, comenzado de forma perfecta por los contrabajos. La semicorchea preponderante que se establece hace que se dispare la actividad y energía, y los difíciles contratiempos y diseños escritos por Jolivet hicieron poner en apuros a la mismísima cuerda de la Filarmónica de Viena, acabando el movimiento con un pequeñísimo pero cierto trastabilleo final.
La solista Dervaux acabó su estupenda interpretación entre aplausos del público y compañeros de la orquesta y tocó de propina unas variaciones sobre el Capricho 24 para violín de Paganini verdaderamente impactantes (yo nunca -entre otras cualidades- había escuchado a un fagot tocar tan rápido).
La segunda parte vino ocupada por la Sinfonía Fantástica de Berlioz, y que Fantástica… De las diversas versiones que existen de la partitura (1830, 1845, 1855) se hizo la que el compositor habilitó para ocasiones especiales utilizando cuatro arpas, lo que le dio un plus de esplendor; pero les repito lo que les decía al principio, daba igual: podría estar relatando y pormenorizando los mil y un instantes prodigiosos, mágicos, excepcionales de la orquesta, es la perfección de como si fuera un disco que suena con la mejor y más vibrante acústica posible. Todo se escucha como tiene que sonar, con el color debido, con el carácter apropiado, cada instrumento o familia toca con el balance que le corresponde, el tema afinación y justeza de ataques es algo sobradamente superado, por supuesto, y la cantidad de colores es tremenda. El sonido llega sin tensión, nadie fuerza, por lo que está llenísimo de armónicos; y la distribución de contrabajos al fondo debajo del voladizo debajo del órgano les da una presencia sonora que aporta un plus muy especial a la mágica resonancia amaderada de la prodigiosa sala.
A destacar -a diferencia de otras orquestas- la construcción del edificio sonoro desde la cuerda como base (perfecta la manera y la atención de empastar la flauta con los primeros violines en la idée fixe de la Sinfonía de Berlioz por ejemplo) con lo que el concertino se erige, aquí, como un auténtico lider. A este respecto, la sensación cierta que tuve es que la orquesta tocaba sola, su versión. El director, el un tanto encogido Alain Antinoglu, daba de forma correcta sus indicaciones y todo lo que mostraba era lógico y musical, pero la orquesta con un concertino lanzado y a la vieja usanza, parecía que no necesitase a nadie para impulsar la maravillosa música de Berlioz a la mas alta de las cumbres. Eso era un espectáculo, una verdadera fiesta de sonidos y sensaciones. Como detalle reseñar la inolvidable forma de tocar los violines el tema del vals del segundo movimiento, con una variadísima paleta de golpes de arco aportando la dosis justa de stentato dando ese delicioso marchamo vienés al momento.
Al final Antinoglu fue muy aplaudido y se le hizo salir a saludar incluso cuando la orquesta ya se había marchado, no le quito valor, pero yo hubiese hecho lo mismo con cada miembro de la orquesta; uno a uno. Bravi.
Fotos: © Wiener Philharmoniker / Niklas Schnaubelt